Los oigo en la noche. Sé lo que murmuran en el frío de las madrugadas, mientras encienden un cigarro y patean el suelo para entrar en calor.
Puedo intuir las vetas de desconfianza - e incluso de ira- en sus miradas. Sé que añoran las mañanas de los domingos, cuando se podían dejar ganar por la pereza de las horas muertas entre las sábanas aún tibias, y disfrutar el sol filtrándose por las ventanas. Y sin embargo, están en este páramo donde día a día libran batallas que exigen fiereza y a veces, sangre.
Ellos saben que yo sé de sus dudas. Yo sé de su lealtad... y por eso confío en que mi corazón no se volverá a romper.
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