jueves, 28 de enero de 2010

el veneno que entra por el oído

Tu voz se filtra, lentamente, echando raíces, ocupando el lugar donde (puedo jurarlo) antes tenía un corazón y donde (estoy segura) sólo hay vacío.
Escucho cómo se filtra, desatando las cuerdas de lo razonable, de las buenas costumbres, del té a las cinco y las campanas de misa.
La imaginación se desboca, pierde el aliento buscando el sabor de tus labios.
No hay vacío, sólo tu voz, tus palabras que vibran, que recuperan el corazón de entre la arena, y él, pobrecito, no late... se desboca.
Entonces callas, pero ya es tarde... tu voz es igual al veneno por el que Dinamarca perdió a un rey...

miércoles, 27 de enero de 2010

Lo lógica imposible de vivir en el D.F.

Ser chilango conlleva una perpetua ansiedad. Sabemos que no hay lugar seguro. Uno puede levantarse, ponerse su ropita más bonita, ir a un cumpleaños del ISSSTE y ser empujado al patel de merengue por el mismísimo Presidente. Circular por el periférico y caerte un camión de basura. Ir por un café y terminar ante el Ministerio Público o ¡peor! con la oferta de ser testigo protegido de la PGR.
Lo peor es que nuestras decisiones son movidas por la lógica de creer que vivimos en otro tipo de ciudad.
Una disyuntiva sencilla: ¿dejo mi coche en la calle o en el estacionamiento? abre perspectivas desconocidas. La decisión podría ser incluso obvia cuando la zona es la Condesa, donde, encontrar lugar implica tener el espíritu de Cristóbal Colón, hacer guardias de doce horas, o exponerse a los gruyeros, quienes -me consta- han desarrollado una habilidad para enganchar coches que no nos dejaría mal parados en algún concurso de Récord Guiness. (He ahí una idea para Ebrard).
En fin, viernes en la noche, cena en la Condesa con una buena amiga. Plática agradable. Resolvimos los problemas del mundo, platicamos sobre los sueños, ambiciones, planes y todas esas cosas que hacen que la vida sea tan profundamente agradable.
Pagamos, salimos y nos encaminamos al único estacionamiento que hay en la zona: el del restaurante Sep's. De repente... la fatalidad empezó con la única frase posible: "mira, están moviendo mi coche".
Así era: dentro del mismo estacionamiento, al policía en guardia le pareció una gran idea moverlo de lugar.Y la fatalidad siguió. Mi única neurona de guardia vió cómo el coche se acercaba peligrosamente a una pared. "no la va a librar... no la va a librar"... CRASHHHHHHHHHHH..."no la libró".
Ahí estaba la parte delantera del coche incrustada en una pared blanca, y nosotras, entre desconcertadas y enojadas, golpeando la ventanilla.
La puerta se abrió y dio paso a la "autoridá": un hombre como de cincuenta años, gordito, con gorra, con su uniforme azul de "poli" y coooooooompletamente borracho.
- ¿Qué le pasa???!, ¿ya vio lo que le hizo a mi coche???
- No le pasó nada- y apuntaba hacia la pared, con una media sonrisa de lado.
- ¿Cómo que no le pasó nada???!
- No le pasó nada- y de nuevo la media sonrisa - Mire, ahorita le muestro -y amagó para volver a subirse al auto.
- ¡¡¡¡¡No se atreva a tocar mi coche!!! Mire nada más cómo está: está usted borracho
- Es que no lo puedo evitar, señorita- ahora sí, sonrisota completa, como si dijera "pos así es la vida".
Ni nuestro enojo, ni la justa indignación ni nada hizo que perdiera aquella sonrisa.
Tambaleándose siguió, estoicamente, frente a nuestros ojos
- "¿A poco vienen del restaurante? a ver su boleto".
Efectivamente, ahí estaba el boleto, pero no había nadie a quién reclamar nada. La única autoridad posible estaba frente a nuestros ojos, con la mirada vidiriosa, que nos recordaba que "no lo podía evitar".
El estacionamiento tiene bien definidas sus reglas: si uno estaciona y no consume en el Seps, cuesta 100 pesos la estancia, pero comiendo o no comiendo ahí, no se hacen responsable de daños o robos parciales.
Ah impunidad, qué haríamos sin tí.
En el momento en que veíamos el coche, el rayón de la pintura blanca y hacíamos el recuento de los daños, el poli aprovechó para quitar las cadenas, franquearnos el paso y desaparecer.
Y claro, optamos por subirnos, hacer los comentarios clásicos de "con una buena pulida sale", cuando a la vuelta, vimos la figura borrosa de un poli échandose un taco en las escaleras de alguna vieja casona de la Condesa.
- "Es él"- dije
- "Claro que no"
- "Claro que sí. Se está echando su taco para el susto"
No tuvimos pruebas contundentes, pero al menos recuperamos el humor de vivir en la ciudad de México y mi amiga tuvo el buen tino de resumir el percance: "y yo que no lo quise dejar en la calle porque a lo mejor le pasaba algo".
Oh si, el D.F. tiene un extraño sentido del humor...