viernes, 25 de febrero de 2011

Demasiado sospechoso

En la soltería, hay un momento en que todos te quieren presentar a alguien; y otro, donde le pides a todos tus conocidos, si tienen a alguien para presentarte.
El problema es cuando las respuestas comienzan a ser terriblemente predecibles. Pasamos del "tengo un amigo que se muere por conocerte" al "No, ya todos están casados", "no, no sabes los problemas que tiene", "bueno, conozco a alguien, pero lleva seis meses sin trabajo".
Soy una creyente de que todo llega en su momento preciso; y en algo tan azaroso como los sentimientos no hay nada escrito. A las pruebas me remito: aquella vez en que iba -tarde, para no perder esa mexicanísima costumbre- en un taxi.
El conductor le echo brava a dos conductores, se dio un cerrón y dio una vuelta prohibida, para después empezar la conversación de la forma más casual "sí, yo me casé con mi chava hace seis meses. La conocí en el psiquiátrico, justo después de salir de la cárcel".
Por si tenían duda si soy cobarde: lo soy. Me bajé en la siguiente esquina, a 20 cuadras de mi destino.
Afortunadamente, nadie ha querido presentarme al primo de algún amigo que sea diputado, quiera asilo político o escuche voces; sin embargo, me parece sospechosa tanta coincidencia en las respuestas que recibo.
Sospechosista como soy (jamás dejaré de agradecerle a Santiago Creel que nos regalara tan bonito y enfático verbo) empiezo a considerar que en esta situación, ahora estoy en la otra frontera; y mis amigos, que me quieren a pesar de conocerme, dirán "si conozco a alguien, pero... está re-loca". Confiesen, anden.

miércoles, 16 de febrero de 2011

cuando nada nos une

Amor mío. Estás tan lejos de mis palabras. No hay camino con el que pueda alcanzarte, porque yo misma te exilié de los recuerdos.
Amor mío, ¿qué hay que nos una, cuando no tenemos nada? Eres mi patria más extraña, mi memoria más perdida, el pulso de mis sueños, aún los que me despiertan en angustia.
Quisiera atraerte, amor mío, con la fuerza de las palabras, la pureza del deseo. La experiencia nos muestra que no hay llama que temple más que las promesas; por eso juramos por lo eterno y lo sagrado, nosotros, que no podemos ver sangre porque palidecemos; nosotros, los que jamás nos hemos dicho en voz alta, porque tememos de nuestra propia voz.
Si tan solo pudiera dar ese paso definitivo para buscarte, pero, ay amor mío, sólo me ha sido concedido extrañarte desde la imaginación, el único territorio donde puedo convocar tu fantasma. Si tan sólo esos besos fueran reales...

lunes, 14 de febrero de 2011

El no-reencuentro

Fue un sueño raro. Sin la belleza de la cámara lenta o el dramatismo del cielo rojo.
Estabas sentado frente a mí, como tantas veces. Nada en particular, como una puesta en escena, dos actores esperando se levante el telón (o baje, todo depende de qué lado del tiempo nos situamos).
Nada había, ninguna pista para adivinar el siguiente paso. Tal como ocurrió entre nosotros.
La normalidad es terriblemente cotidiana y por eso cuenta tanto trabajo entender cuando se interrupe. Quienes vivimos en países sísmicos entendemos ese terror cuando la realidad se resquebraja. Tratamos de aferrarnos a la calma y a la rutina posterior. Las banquetas rotas, cables caídos, todo lo vemos con cierta curiosidad y distancia, convenciéndonos de que es algo anecdótico, un lunar en la agenda, algo interpuesto en nuestra cita de las tres de la tarde.
Es tan molesto que la realidad se interrumpa. Nos deja la misma sensación de sorpresa de encontrar arañas en el frasco de galletas, elefantes a la mitad de una autopista o las llaves adentro del refrigerador.
Nos congratulamos de nuestro cerebro, y se nos olvida de lo que es capaz: dejarnos a oscuras, sin velas ni cerillos.
A mí me tomó tres días entender que no te volvería a ver. Soñar contigo no cuenta como reencuentro. Fue una arbitrariedad de la cotidianidad ya libre de tí.