lunes, 24 de septiembre de 2012

Conocerás gente... dicen...

Tengo dudas que me quitan el sueño, (también tengo deudas, pero eso es harina de otro costal). Mi primera duda: ¿a todos los solteros del mundo nos dicen "es que tienes que conocer gente"?, ¿sólo a mí me parece el peor de los consejos? Porque entonces sólo sería cosa de ir al metro Tacubaya, la fila para entrar al Museo de Antropología cualquier domingo o comprar jitomates en la Central de Abasto.
Hay gente que debería conocer y no lo hago... mi diputado local por ejemplo. Ni siquiera fue a estrechar manos, acariciar perros o besar niños cuando quería nuestro voto. Mucho menos lo veré ahora, que ya está cómodamente instalado en su curul. Y hay gente que he conocido a quien me encantaría borrar a través de una lobotomía con crayón (azul) de mi memoria.
Hay gente con quien no tengo la menor afinidad y gente a quien he amado profundamente y tuvo el mal gusto de vivir en otro siglo, estar en otro continente o casarse con otra.
Ahora, supongamos que uno se arma de valor, paciencia y sale al mundo dispuesto a "conocer gente". Hay pequeñísimos detalles a considerar: la regla de oro indica que todos aquellos hombres que nos parecen guapos, atractivos y simpáticos, ya están comprometidos. Es la regla del perrito fino: siempre tienen dueño.
Si por alguna razón está solo, viene la segunda sospecha: se está divorciando, nos dirá que es soltero y luego nos enteraremos que es casado o simplemente no usa anillo porque no le da la gana.
Supongamos, para seguir con el argumento: hacemos contacto visual, ser humano parece un ser decente, nos acercamos... ¿de verdad?, ¿en esta ciudad? A mi se me acercan a decirme "qué bonitos ojos tienes" cuando yo tengo la mano en el gas mostaza que traigo en la bolsa de mi saco.
Sigamos diciendo en este ejercicio de improvisación que a todo le decimos que sí. Y que fulanito dice "qué bonitos ojos tienes" y yo acepto piropo. "¿Cómo te llamas?" La tentación de contestar "María del Sagrado Corazón de todos los Santos, tengo un hermano que trabaja en el CISEN y mi papá es militar" es demasiado fuerte.
Tendré que confiar en el destino. 

viernes, 7 de septiembre de 2012

El enamoramiento y la confusión eterna

Para mi tía Elpidia, el problema del enamoramiento es que uno vive en la confusión eterna. "Ay mijita, es como cuando no sabes si te gusta el cilantro o el perejil, no sabes dónde están las llaves, si dejaste cerrado el candado, si el reloj marcaban las 4 ó las 9 cuando te fuiste a dormir; porque todo el santo día estás con el nombre de otro en tus labios, en vez de saber qué quieres tú".


A mí me parecía un poco raro. Y un poco cínico. Pero yo era mucho más rara y cínica que cualquiera de mi familia. Después de todo, mi papá me había dejado en un internado laico donde nos hacían aprendernos las lecciones de Spinoza y Leibinitz con la misma disciplina con quienes mis amiguitas rezaban el padre nuestro; y mi madre consideraba que la única lucha que valía la pena era la de la igualidad ante la Ley.
Así que a mí el amor me parecía más una invención que un sentimiento, hasta que --claro-- me enamoré.
Y entonces, andaba como iluminada, como ida por los pasillos. Con la vergüenza de que no era pura mente lo que me dominaba. Y miren que yo era capaz de poner ojos de borrego y susurrar "te amo con toda la fuerza del colón trasversal, porque sólo tú lo haces contraerse hasta que siento que no puedo respirar" (para que luego digan que me falta correción anatómica). 
¿Qué podía hacer? Como todos mis romances, aquel rayo que yo esperaba me dejara marcada para siempre, me condujera al feliz Topus Uranus, me abriera una nueva relación con el universo, me dejó el ego maltrecho y unas enormes ojeras violetas que me hacían ver todavía más desesperanzada.
Como todos los que tenemos mal de amores, me refugié en las palabras. Las que decimos con tanta convicción que hasta los borrachos las usan: "nunca volveré a pasar por esto".
"Ay mijita...", me dijo mi tía, pasándome su mano huesuda por mis pelitos de elote, "¿Nunca te has preguntado por qué los poetas siempre dicen que la fuerza del amor, del deseo, de la carne, del otro es como un volcán, un tornado, un maremoto, un sismo... es decir... puro desastre?  Y siempre, hija, siempre hay heridos y hasta muertos".
Yo no tenía ganas de reírme, por lo que lloré un buen rato.
"Lo bueno, mijita", agregó Elpidia con su tono suave y su piel que me recordaba las flores de manzanilla, "es que sepas que con todo y el desastre, es una fuerza natural. Te hace habitante de este mundo".
Si por mi fuera... pondría a mi tía en la enciclopedia Universal. Al menos ella me recordó que quizá sea cierto lo del colón transverso, pero siempre es más bonito decir "siento mariposas en el estómago".