domingo, 24 de febrero de 2013

Mis nuevas resoluciones empiezan en febrero

Lo bueno de Hollywood es que nos ayuda a tener perspectiva --ya no digamos del mundo (interno o externo)-- sino del Universo. Uno puede ver cómo los habitantes de otro planeta tampoco saben resolver sus ansiedades, los mundos post apocalípticos regresan a los sacrificios humanos (aparentemente la evolución se convierte en involución en algún punto de la línea del tiempo), y no importa a qué velocidad pueda viajar uno, siempre habrá alguien a quién querer evitar (aparentemente, tampoco importa el tamaño del planeta en el que uno esté).
Eso ayuda... Siempre me ha parecido  una gran terapia enfrentar la inmesidad, del mar, del cielo (podría convertirme en escritora de boleros); o (mucho menos poético) ver la cantidad de personas que transitan por una estación del metro. Si cada cabeza es un mundo, es de sorprender que todavía no estemos en un escenario post- apocalíptico.
También es cierto que no hay más inmensidad que las 24 horas del día, porque realmente no sabemos qué hacer con el tiempo que tenemos entre las manos. A veces caemos en el vórtice de un programa tras otro, de un camino tras otro, de una junta tras otra.
Por eso me gustan las resoluciones. Porque nos obligan a hacer una pausa y decir "así quisiera ser, así me gustaría ser aún ahora que soy adulto, y sólo dependo de mí para no tener vidas alternativas desarrollándose en un recipiente en refrigerador".
Hoy, esta tarde de domingo, como nunca, volví a pensar en esas promesas que nos hacemos. No tiene que ser 31 de diciembre, 6 de enero o 14 de febrero. Hay veces que sólo estás tú, contigo, y entonces tienes la certeza de tener día a día la posibilidad de ser una mejor versión, o quizá una con menos cafeína y azúcar, o más proteínas y minerales. Pero definitivamente, algo mejor que sólo dejar que el tiempo se sedimente, lentamente, en el fondo de tu cabeza...