domingo, 28 de julio de 2013

Apuntes de tristeza y lluvia...

Hay sextantes, estrellas, mapas, GPS, radiolocalizaciones. Si algún día nos estudia un biológo selenita,  seguramente consideraría que esta especie estaba obsesionada por saber dónde está.
Y sin embargo, los caminos más difíciles de transitar son los propios.
Al menos, sospecho que así ha pasado conmigo. He querido ver lo ancho y ajeno del mundo, y sin embargo, cuando he salido de mí misma, sé que no siempre he encontrado el camino a casa.
Y he hecho lo que hacemos cuando no sabemos dónde dejamos las llaves y debemos cambiar las cerraduras; o cuando el barrio donde vivimos se vuelve contra nosotros, y aún lo amigable que era al principio, nos parece ahora amenazador.
He puesto ventanas donde antes tenía puertas y cambiado las cerraduras para poder sentirme más segura, aunque no sé de qué me protejo, porque igual he perdido lo que más valoraba, lo que más amaba, lo que más me hacía sentido.
Es como darse cuenta que en vez de un mapa se había estado leyendo una receta de cocina. En lugar de una brújula, usábamos unas tijeras.
Es verdad lo que sospechamos... no somos fieles ni siquiera a nosotros mismos...

domingo, 28 de abril de 2013

La vida en dos ruedas

Muchos conocidos confunden mi falta de interés por la liturgia eclesiástica por el ateísmo. Sostengo que no se puede ser chilango y ateo; no cuando hay que transitar en una ciudad que no olvida que fue lago -- y vuelve con toda su memoria en temporada de lluvias--, donde los continuos reencarpetamientos hacen que las alturas de los túneles sean una mentira, y entonces, se puedan quedar atorados los trailers son cerdos, gallinas y en alguna ocasión, hasta vacas.
Subirse a un pesero implica, además del consabido sauna y masajeo, escuchar a trovadores urbanos, con ese distintivo de tocar una canción y cantar otra, y al momento de pasar el consabido sombrero, decir con desafío "podría asaltarlos, pero prefiero ganarme la vida haciéndole la vida más amable".
¿Cómo se puede enfrentar todo esto sin tantita ayuda divina?
Pero nada se compara con andar en bicicleta por esta noble ciudad. Mi admiración a quien anda en dos ruedas por estas calles, no tiene límite. Desde el panadero hasta quien considera que su vida requiere más emoción de la que ya de por sí provee el estar en este mundo .
No sólo es andar entre baches, piedras, hoyos; también la obviedad de cuidar el equilibrio, la velocidad, seguir pedaleando, no olvidar respirar... Sobre todo cuando uno siente la integridad ligeramente comprometida por el coche que se avienta, el peatón que no nos vio, el perro que estamos seguros podemos atropellar aunque venga a 300 metros (en mi casa somos un poco exagerados, ¿lo han notado?)
Dan ganas de bajarse de la bicicleta y besar el piso nomás de puro agradecimiento de llegar en una pieza. Y también dan ganas de abrazar a toda la gente buena con la que uno se topa cuando empieza algo nuevo: quienes te apoyan, aún sin conocerte; y los que te apoyan, conociendo lo miedoso que es uno para empezar algo nuevo.
Creí que cuando uno enfrenta sus miedos ve una epifanía o un dragón sangrante... En mi caso, veo un casco y las ganas de volver a rodar por estas calles; con la gracia de Dios y la virgencia de Guadalupe, eso sí.

sábado, 6 de abril de 2013

Ese extraño momento en que... tu mascota te ve con compasión

Alguna vez leí --(así que esto no es plagio, sino... uhmmmm, investigación y estoy tomando información de alguna fuente de sabiduría) que si un habitante de otro planeta llegara a éste, y nos viera cómo tratamos a nuestras mascotas, habría serias dudas sobre cuál es el amo y cuál el animalito de compañía.
Y eso que todavía no habíamos llegado a estos niveles en que ves perros usando tenis, siendo cargados en carreolas o en canguros. Hasta hace poco me encontré con una camioneta que decía "transporte escolar canino"; he de confesar que secretamente maldije que a mí, cuando tenía 14 años, tuviera que caminar el regreso de la escuela a la  casa, cargando esos 5 kilos de mochila, (¿eso puede explicar por qué nunca desarrollé el caminadito de las modelos y la espalda derechita?) 
Aunque no tengo autoridad moral para dar comentario alguno sobre las mascotas. Tuve mi perra Tatanka, a la que amé con pasión y locura, aún cuando ladrara a la mitad de la noche, no comiera si no había audiencia presente que la apoyara (¡muy bien, chiquita!, otra croqueta más),  y masticara una edición de pasta dura de Sabines, (la mirada que recibí fue de "¿qué? Sabe igual que la carnaza).
Ahora tengo una gata llamada Mafalda. Me mira con sus grandes ojos verdes, con cierta compasión, sobre todo cuando le aviento algún juguete o la trato de interesar en un trapito con colguijitos (el dueño de la tienda me dijo "los gatos lo aaman, porque es crujientito y tan divertido. Hasta ahora, la única que lo ha encontrado interesante, es quien esto suscribe).
 Claramente, ese memorandum no le llegó a Mafalda que me mira con esa infinita compasión con la que nos miran los adultos cuando tenemos cinco años y decimos que vamos a ser policías para cumplir la ley  o que vamos a ser políticos para que ya no haya pobres en el mundo.
Esa mirada que dice "sí... lo importante es que tú lo creas"...

sábado, 30 de marzo de 2013

La guerra de vietnam en la peluquería

A mí que no me digan que el mundo masculino es el de la testosterona a más no poder. Lo siento. No lo puedo creer, sobre todo cuando mi primer encuentro con un "lágrimas y risas" fue en una peluquería.
No, no estoy hablando de estéticas unisex, donde pululaban los botes de laca, de esos por los que mi generación deberíamos pedir perdón todos los días de nuestra vida, porque estoy segura que fueron responsables directos de acabar con la capa de ozono.
Fue en una peluquería de esas de las de antes, de las antiguas, donde mi presencia femenina de lazos rosas fue permitida porque tenía quizá unos 7 u 8 años, y porque mi papá no tenía con quién encargarme.
A mí siempre me impresionó aquel lugar de paredes pintadas de blanco, con un letrero afuera entre dos redondeles azules y rojos. Lejanísimos de los salones de belleza a los que iban mis primas, con los espejos, la música, las mujeres de uñas larguísimas que te pasaban un catálogo con la promesa de 500 distintos cortes de cabello "a la moda", para que saliéramos con nuestros tres pelitos de elote de siempre.
En la austeridad del peluquero, en cambio, había un cartelón, 6 distintos tipos de cortes de caballero y un montón de revistas, entre las que estaban --he de decirlo-- un montón de lágrimas y risas, en color sepia, que contaban las desventuras de John, un aguerrido GI Joe quien luchaba por la paz y la justicia en Vietnam, enamorado profundamente de... No-tengo-la-menor-idea, pero pudo haberse llamado Hui Chui, Ming Ching, Chu-Cha-Na, una hermosa vietnamita.
Los dos lloraban como locos. Nunca entendí muy bien cuál era el drama. Lo único que me acuerdo es que John debía encontrarse a Chu Cha Na en la frontera, en las líneas enemigas. Ella lloraba y lloraba porque no podría llegar. Él la esperaba bajo "el fuego enemigo".
Y no, nunca supe en qué paró el asunto.
El peluquero tenía algunos números, ninguno secuencial. Y mis padres no entendieron el por qué era tan importante tener esas revistas que consideraban la peor lacra posible de la literatura.
Así que hasta la fecha, cuando estoy en una sala de espera, revuelvo entre las revistas a ver si me entero si Chu Cha Na llegó a ver a John, si John se tuvo que regresar a Texas a casarse con alguna novia de la lejana juventud, o si finalmente --al menos en ese guión de Yolanda Vargas Dulché -- Vietnam era un conflicto que terminó en una resolución pacífica...

miércoles, 6 de marzo de 2013

Ah, la confianza...

A mí me encantaría tener esa confianza con la que la gente va por la vida. La confianza que el mundo se sostiene y el cielo no cae (y ahí vienen los meteoritos), que hay suficiente tiempo para todo (ay, mi cadera) y que las instituciones se mantienen (adiós, Benedicto, adiós).
El problema de venir de una familia estilo Soprano mezclado con Los Tres García es que genera cínicos, como quien esto escribe; con la única certeza --esa sí-- que todo puede ir a peor. 
La humanidad tampoco hace nada por mejorar esa percepción. Así pasamos de la Capilla Sixtina al Gangnam style, de Notre Dame al perreo y de "más hermosura y suavidad posees/ tiembla el brote de mayo bajo el viento/ y el estío no dura casi nada" a "está de weeeeebos weeeey".
A mí, he de confesar, me intriga mucho el nuevo lenguaje de seducción.  Obviamente no esperamos a un ser humano con gorguera, con lenguaje del siglo XVI, con caballo blanco y armadura brillante, que nos digan: "oh, bella y graciosa moza, pasaba por este camino, cuando vuesa hermosura captó mi mirada".
Hombre, no... y mucho menos si huelen como esos nobles y rancios caballeros...
Pero, digo yo, ¿es mucho pedir que usen monosílabos y con gradientes más allá de "ah weeeebo", "chingón", "no mames"?
Tres frases, por cierto, con lo que uno puede fingir una conversación:
- "Dime, ¿me veo gorda con este vestido?"
- "No mames"
- "¿Y... me quieres mucho?"
- A weeeeeeebo
- "¿Vamos al cine?"
- Chingón
 Y así, palabras más o menos, me tocó escuchar una conversación justamente hoy a la hora de la comida.
Al final... me quedo siempre con la duda si de verdad esas son las tres frases con las que cualquiera puede construir una relación.
- ¿y por qué no me volviste a llamar?
- No mames...
Seguramente gana uno en practicidad, pero pierde en profundidad y contundencia.
Eso explica tanto en mi vida...



domingo, 3 de marzo de 2013

Los desconciertos de estar en la vida

Es muy extraño que nos levantemos, bañemos, desayunamos (si el tiempo y nuestra religión lo permiten. Algunos consideramos que cuando hablaban del maná era medio litro de café), nos dirigimos a nuestro lugar de trabajo, pasamos el umbral y... llegamos con cara de desconcierto. Como si sólo hubiéramos aparecido ahí, como en los sueños, que de repente estamos en un cuarto, luego en una calle, y después en la punta de la Torre Latino.
¿Por qué el desconcierto? Entramos por nuestro propio pie y sin embargo, llegamos con gesto de cazador perseguido (y probablemente, a punto de ser alcanzado). Entramos de desconcierto en desconcierto a cada hora de nuestra vida. ¿Ya es lunes?, ¿ya es mediodía?, ¿ya es primavera?, ¿ya conocí a alguien?, ¿ya dejó de llamarme?, ¿ya me tocan vacaciones?, ¿ya es diciembre?, ¿ya se acabó el año (otra vez)?
Nos sorprendemos y nos dejamos de sorprender tantas veces en el día que se nos olvida que es justamente esa capacidad de asombro que nos esforzamos en no perder, y nos obligamos a subirnos a un globo aerostático, convenciéndonos de viajar al otro lado del planeta o acariciar serpientes.
Aún en si tuviéramos la posibilidad de que la ciencia ficción fuera realidad, seguiríamos teniendo esa mirada perdida. La teletransportación debe ser maravillosa... en Noruega. Pensando en que la ciudad de México tenemos uno de los peores transportes -(lo siento, Mancera querido, pero si no te has subido a una pesera a las 8.30 de la mañana en Tlalpan, no sabes lo que es apreciar la vida en su máxima expresión)- puedo creer que solicitemos "Teletransportame a la oficina" y lleguemos al Polo Norte.
Al menos ahí... el desconcierto con que llegamos a la oficina en la mañana, tendría todo el sentido.

domingo, 24 de febrero de 2013

Mis nuevas resoluciones empiezan en febrero

Lo bueno de Hollywood es que nos ayuda a tener perspectiva --ya no digamos del mundo (interno o externo)-- sino del Universo. Uno puede ver cómo los habitantes de otro planeta tampoco saben resolver sus ansiedades, los mundos post apocalípticos regresan a los sacrificios humanos (aparentemente la evolución se convierte en involución en algún punto de la línea del tiempo), y no importa a qué velocidad pueda viajar uno, siempre habrá alguien a quién querer evitar (aparentemente, tampoco importa el tamaño del planeta en el que uno esté).
Eso ayuda... Siempre me ha parecido  una gran terapia enfrentar la inmesidad, del mar, del cielo (podría convertirme en escritora de boleros); o (mucho menos poético) ver la cantidad de personas que transitan por una estación del metro. Si cada cabeza es un mundo, es de sorprender que todavía no estemos en un escenario post- apocalíptico.
También es cierto que no hay más inmensidad que las 24 horas del día, porque realmente no sabemos qué hacer con el tiempo que tenemos entre las manos. A veces caemos en el vórtice de un programa tras otro, de un camino tras otro, de una junta tras otra.
Por eso me gustan las resoluciones. Porque nos obligan a hacer una pausa y decir "así quisiera ser, así me gustaría ser aún ahora que soy adulto, y sólo dependo de mí para no tener vidas alternativas desarrollándose en un recipiente en refrigerador".
Hoy, esta tarde de domingo, como nunca, volví a pensar en esas promesas que nos hacemos. No tiene que ser 31 de diciembre, 6 de enero o 14 de febrero. Hay veces que sólo estás tú, contigo, y entonces tienes la certeza de tener día a día la posibilidad de ser una mejor versión, o quizá una con menos cafeína y azúcar, o más proteínas y minerales. Pero definitivamente, algo mejor que sólo dejar que el tiempo se sedimente, lentamente, en el fondo de tu cabeza...