martes, 28 de febrero de 2012

En el mundo de lo no visto y lo no dicho

El suspiro de mi tía Hermenegilda --(en mi casa, el nacionalismo es una especie de religión. Ustedes disculparán)-- lograba plantear preguntas que ni remotamente tenía contempladas en esa fase, donde el mundo adulto se milita como una especie de destino manifiesto.

"Hermana, que te acabas el sentimiento"- le murmuraba mi tía Leona Guadalupe.
Las dos se miraban con esa mezcla de resignación y desvelo, que sólo tenía significado cuando se derramaba la leche porque nadie vigilaba el fogón, o se perdían las llaves del portón y había que saltar la cerca.

Era ver las ojeras y que todos torcieran el gesto. Y de repente, sin venir a cuento, en la mesa familiar, se comenzaban pláticas con "Afortunadamente, nadie muere de amor". Y se sonreía con una mueca socarrona, de quien ya verificó que la tierra es plana y se burla de los que sostienen lo contrario.

En ese mundo femenino de lo no visto y lo no dicho, la única forma de sobrevivir a la brasa del deseo es con la certeza de que el silencio lo hace invisible, que terminará por ceder, como cualquier otra fiebre.

Y ahora, que yo no sé qué hacer con esas noches infinitas en que sólo pienso en que iría hasta el infierno por escuchar tu voz, que doy saltos de fe porque es igual a la pasión y nadie me lo había dicho, que soy incrédula de que el mundo pueda habernos tenido tanto tiempo separados y que es capaz de volverse a mover, sólo por el capricho de volvernos a separar.

No me queda más que suspirar, y tocar madera, y bajar los ojos para que nadie me diga que de amor nadie se muere, porque ahora lo sé... ahora sé que podría ocurrir...

miércoles, 22 de febrero de 2012

ah... esas tardes

Después de pedir un milagro, encuentro la respuesta en tu piel sorprendida, en la huella que dejan los sueños sin concretar. Se me olvida que la mitad del amor es la ilusión. Queremos ser Romeo y Julieta porque no conocieron los años dorados, la desmemoria, el horror de la cotidianidad. Queremos la pasión quemante. La llama que nos consume y que nos convierte en luz. El precio por la ceniza parece poca cosa por ese momento de gloria en que emulamos al sol.
Por eso, amor mío, me deshago en suspiros cotidianos. Por eso, amor mío, pido todos los días que aunque seamos finitos, conozcamos la eternidad de las promesas....