domingo, 15 de enero de 2012

Es tan absurdo

Cuando ví Amelie... me acuerdo que me perdí en la historia de amor, en la luz veraniega de Paris, en la belleza. Reparé, claro, en la anécdota del hombre con los ojos llenos de lágrimas, que borra de su agenda, los teléfonos de su amigo muerto.
Es devastador. Es absurdo. Habría que tener un ritual especial, un lápiz de punta suave y gentil que nos ayudara a pasar por ese trance. Habría que hacerlo con cuidado y todo el amor, quitando letra por letra, sin el trazo que construimos por primera vez con rapidez, con la garantía de que tendríamos la eternidad para decirles "qué bien me caes", "me encantan tus ojos", "siempre tienes una palabra amable".
Y no decírnoslo a nosotros mismos, no decirlo al aire... cuando sabemos que nuestras palabras empiezan como reclamo y terminan como oración. Que donde quiera que estés... estés mejor... que es absurdo saber que ya no estamos bajo el mismo cielo... Que siempre estarás en el trazo de la memoria, con la palabra perfecta, la sonrisa precisa...
Maldición.

martes, 3 de enero de 2012

¿A ustedes no les pasa?

Hay veces que los cambios de ciclo no son nada fáciles. Y van más allá de la depresión Navideña, el pavo seco, el bacalao salado o el turrón que ha aguantado ya seis temporadas de mano en mano y llega de nuevo a nuestra despensa.
Hay veces que uno no encuentra acomodo, ya no en su propia piel... en su propio cerebro. Como las figuras de porcelana que jamás compraríamos por gusto, pero llegaron de forma misteriosa a nuestras manos, viviendo de repisa en repisa con la cualidad de verse siempre forzadas.
Así traigo el espíritu. En algún momento de las últimas dos semanas olvidé cómo se vive la cotidianidad.
Me sorprendo con algunas lágrimas escondidas, celos de las parejas felices que veo en la virtualidad de Facebook y el día a día de mi calle, la piel con rasguños de soledad, un par de calambres porque creo que no volveré del Gulag del olvido a dónde me enviaron.
Me da un poco de terror pensar que mis sentimientos andan perdidos. A lo mejor me va a pasar como los suéteres que pierde mi hermano y los extraña dos o tres meses después de haberlos abandonado en el respaldo de una silla, la butaca de un cine o el asiento de un avión.
Después de todo, ¿quién prestarían atención a los pequeños detalles? A lo mejor la capacidad que tenía para amar está tirada en alguna banqueta, hábilmente esquivada, confundiéndose con el resto el panorama.
Ojalá supiera qué hacer...