lunes, 7 de diciembre de 2009

Redimir los pecados

Entiendo que los humanos tenemos un muy particular modo de hacernos bolas (o cuadritos, como los terrones de azúcar), para prohibirnos una y otra y otra vez las cosas que nos gustan. Nos hemos puesto toda clase de trabas para portarnos "humanamente" y no andar dando rienda a nuestros instintos.
En la modernidad de nuestra vida ya tenemos un nivel francamente extraño de sofisticación: tenemos sustitutos para prácticamente todo lo que nos gusta pero nos hace daño, pero son eso: sustitutos, ¿Es que estamos olvidando nuestra vida para tener una especie de vida "pidata", sin azúcar, sin sal, sin grasas saturadas, sin desvelos?
Aunque claro, hemos ganado en salud. Además, el método anterior era bastante limitante. Seguramente todo empezó cuando el Señor se dio cuenta que el poner un letrero en el Jardín del Edén que dijera "prohibido arrancar manzanas" o "prohibido pisar el césped" tenía el mismo nivel de cumplimiento que una luz roja en el cruce de Insurgentes y Viaducto, así que optó por una política de tolerancia cero.
Y tenemos así siete pecados capitales: ira, gula, avaricia, lujuria, pereza, envidia y soberbia. Para garantizar que nos íbamos a portar bien, nos dieron el manual de cómo portarnos, y tenemos siete virtudes: Humildad, caridad, castidad, paciencia, templanza, compansión y diligencia .
Aunque, también es verdad que si uno es pecador estándar, con el nivel promedio de caer en tentaciones, también es verdad que los propios pecados pueden contrarrestarse entre sí: contra la ira, pereza; contra la gula, avaricia; contra la lujuria, también la pereza, porque la ira y la lujuria han generado toda una explosión natal alrededor del mundo, con eso de que a la gente le da por enojarse y luego contentarse... Contra la avaricia puede funcionar la soberbia para agarrar a billetazos a alguien.
Aunque, viendo el estado del mundo, tampoco esto ha funcionado muy bien. Lo cierto es que nos hemos contentado por transitar por la vida, como si tuviéramos el semáforo de Viaducto e Insurgentes... manejado por los polis.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Ser haragán y no morir en el intento

Estaba yo tiradota en el sofá disfrutando -y ejerciendo- el deporte nacional: quejarme.
Había razones de sobra para ello, bueno en el D.F. siempre hay razones para ello, pero ahora era mucho más particular: el día anterior había caído en las garras de un desaprensivo maestro de spinning que gritaba con el mayor gozo "vamos, ahora estamos subiendo la montaña" mientras yo pensaba "tomo el autobús y los espero arriba".
Al día siguiente, sólo externaba el quejido que emitía todo mi cuerpo. Claro, esperaba también cierta dosis de compasión, pero en mi familia, en vez del consabido apapacho, optan por soltar datos del National Geographic para que tengas perspectiva de la vida. Claro, podría ser peor: podrían citar a la Sedesol, pero no tenemos presupuesto para hacer el despliegue similar al que hizo el Secretario que nos explicaba, con entusiasmo de televangelista, sobre la pobreza endémica del país. Y luego dicen que los del PAN no tienen sentido del humor.
En fin, que volviendo a mi dolor y el sofá, recibí una sola respuesta a mis plegarias de adelgazar comiendo chocolates: "Los músculos necesitan contraerse para trabajar", fue el críptico mensaje de mi padre. Y yo que me quejo de las galletitas chinas.
Así que... el conejito necesita saltar, los antílopes correr, todo en orden de tener músculos esbeltos que funcionen. Leopardo panzón seguro que no cazará y morirá de hambre (mi familia también es muy dramática y suele terminar todas las frases con "y te mueres"). Sospecho que ellos fueron los que hicieron las campañas pro salud que hemos atestiguado últimamente: "si comes demasiado, te puede dar un infarto (y te mueres)", "si no haces ejercicio, te sube el colesterol (y te mueres)", "El café es malo para la salud (y si lo compras en Starbucks, aparentemente, ¡también te mueres!)".
Así que como ser humano que soy, debo lidiar con el hecho de que ya no siendo un animalito silvestre, debo inventarme actividades varias que permitan la contracción de los músculos, aunque algunas son francamente ridículas.
Porque enfrentémoslo: tendernos sobre la espalda, para subir hombros y parte del tronco, unas 350 veces, y después volver a quedar tendidos y sin ganas de hacer nada, no es exactamente la actividad más entretenida, como tampoco lo es nadar en círculos hasta quedar agotados o correr en cintas que nos llevan exactamente a ningún sitio.
Después de hacer todo eso, lo único que dan ganas es derretir una barra de chocolate con un poco de leche caliente, y agregarle mucha crema batida y caramelo.
Claro que siempre hay opciones donde el ejercicio no es una opción sino la única forma de sobrevivir, como salir a la calle, y tratar de esquivar, caminando, coches, perros, niños, bicicletas, peseros, camiones, patrullas y otras faunas más agresivas que pululan en esta ciudad. Pero esas ya son medidas extremas que se toman cuando no hay más fe en la vida.
Claro, una tercera y última opción es quedarse tiradote en el sofá y decir, bueh... de algo hay que morir. Abrir un paquete de galletas doble chocolate y comerlas filosóficamente.

martes, 1 de diciembre de 2009

Juanito y Clarita: un amor como no hay otro igual (afortunadamente)

Ciertamente, chiquillos maravillosos, México no es Disneylandia. Nacer en un país donde la vida no vale nada, nos hace más proclives a tomar decisiones que no están fundamentadas en el sentido común.
Podemos decir que los Noruegos son fríos y tienen un clima espantoso y hay muchos suicidios (variante "B" de la vida no vale nada), pero al menos se aburren con dignidad.
Aquí, por el contrario, nos gustan las emociones fuertes, beber el tequila de la botella e ir a echar balazo al Tenampa (y a algún que otro Starbucks).
O quizá es que después de estar tan expuestos a Laguna Verde y el entretenimiento ñoño de las telenovelas que comienzan a coquetear con la oligofrenia es que ya nos parece hasta graciosa la historia de amor, como no hay otra igual, de "Clarita y Juanito".
La trama empezaba bien: Ella es una muchacha dulce y campirana, que a las primeras de cambio, se sube al lomo del caballo, flores en el pelo y saludando uno largo y otro corto, y que por cuestiones ajenas a esta telenovela, sólo sabemos que no pudo contender a la corona de la Reina de Iztapala.
Él, claramente, tiene una debilidad por los reflectores y vaya que los ha sabido aprovechar, con escenas tan memorables como quitarse la camisa a la primer provocación, como en aquel innenarrable capítulo de premiación de Mr. México, Mr. Músculo o Mr. Tanga, que para el caso es lo mismo.
Cierto: no eran el uno para el otro, pero en la política, que exige menos verosimilidad que cualquier novela rosa, los puso en el mismo camino.
Se amaron tiernamente hasta que los intereses oscuros volvieron loco a Juanito, quien dicho sea de paso, jamás nos convenció en que era la mente brillante que llevaría a Iztapalapa al Edén, por lo que el argumento de "se volvió loco" es bastante debatible. Y otra tangente: nunca he entendido por qué se habla de oscuros intereses cuando son bastante transparentes. (Era como cuando acusaban a los políticos de enriquecimiento inexplicable...)
Total que ahora tenemos en encamotamiento (no encamamiento, favor de leer bien) que deja a la muy lamentable adaptación de Corazón Salvaje en calidad de pieza literaria contendiente al Premio Nóbel.
Más allá de los candados legales, leyes, gritos, votos y todo lo que puedan hacer para mandar a cada quién a su esquina, no puedo dejar de tener cierta condolencia sobre cómo será Juanito en unos meses, si es que esta comedia política no termina en tragdia, y pueda recordar esta época como la más feliz, escuchando el coro de "Ay Juanito no te rajes" y el ufano respondía "Y Juanito no se rajó"...

lunes, 30 de noviembre de 2009

¿La felicidad está en el claxón?

No falla. Apenas cambia la luz roja a verde y aún no pasa ni una milésima de segundo cuando ya hay alguien tocando el claxón.
Ante el apasionamiento entre conductor-claxón, lo único que me queda imaginar es que en realidad me han mentido respecto al mundo sagrado y profano, y esa bocina eléctrica, como la define la Real Academia de la Lengua, es una tótem sagrado, una forma de entrar a una dimensión divina para obtener ruego a nuestras plegarias.
Al menos cumple respecto a la omniscencia, está en cualquier calle, avenida, camino; sin importar la hora, si hay o no autos. Ahí está el claxón.
Otra opción, mucho más terrena es que la gente que toca el claxón recibe tal descolocón de endorfinas que no puede dejar de hacerlo. Una especie de morfina auditiva. Claro, mi teoría dura exactamente lo del claxonazo, porque posteriormente empieza el aventadero de lámina, mentadas y miradas asesinas, que francamente no entiendo.
¿Qué ocurrió?, ¿el claxón no estaba de humor?, ¿le dolía la cabeza?, ¿en realidad no fue el claxón, fue uno?, ¿necesitan darse tiempo?, ¿lo soltó antes de tiempo o más bien, lo apretujó demasiado y se pasó la magia?, ¿ya no es lo mismo?
Lo peor es que la ansiedad desatada por el claxón se comienza a filtrar en distintos ámbitos... como los timbres de las casas. Tocar 18 veces puede garantizar que la gente sepa que la estamos buscando, lo que seguramente no conllevará será una cara feliz tras la puerta.
Tocar 24 veces el botón de llamar el elevador tampoco hará que vaya más rápido... en una de esas, en realidad es al contrario: "el del piso 18 ya van 14 veces que me dice que vaya... pues no, ahora no. Ahora me quedo aquí tan campante!" E igual puede pasar con las computadoras y nuestra dependencia a dar 12 clics sobre el mismo mail para asegurarnos de su envío. "¡Qué sí, que ya voy!!!! Pero ahora no me voy por banda ancha, sino por la más angosta!!!", bueno que con los servicios de internet de México, tampoco es que se note demasiado si el correo decidió irse por la libre o por la de cuota.En fin, nuestra desesperación no conoce límites... como me está demostrando este blog que no termina de desplegarse...

viernes, 27 de noviembre de 2009

Todos tienen un blog

Un amigo al que considero un modelo de sentido común resumía que "el que casi todos los hombres toquen la guitarra es casi igual de común y aburrido que el que las mujeres escriban poesía o cuento". Tiene toda la razón: No sólo buscamos la sensibilidad, sino que además queremos demostrar que lo somos, a través de todo tipo de canales, y ahora, con las redes sociales, es un sueño hecho realidad.
No creo que esta fiebre tenga que ver con la necesidad de expresar pensamientos profundos, ni con el tema de que después de 70 años de príato y dos sexenios empanizados tengamos la compulsión de compartir inquietudes ciudadanas...
Más bien, comienzo a sospechar que todos los humanos llevamos un pequeño dictador interno que nos obliga a recordarle al mundo cuán equivocado está a través de darle un poco de nuestra percepción del mundo.
Quizá son las ganas de poner envidioso al prójimo lo que ha hecho que las sociedades avancen... psamos del "miraaaa, camino erecto y tú no", a "mi cueva es más grande", o alguna frase que seguramente se dijo en algún momento: "Yo cocino con fuego...- expresión que seguramente fue acompañada del primer levantamiento de ceja de la historia ante la masa cruda de lo que antes fue un antílope, conejo o lo que gusten-.
Claro, ahora hemos evolucionado y decimos: "te voy a mandar el link de mi blog", "¿Ya viste mis fotos en facebook", "Tengo 10 mil seguidores en twitter.
Por cierto, tampoco es que seamos tremendamente originales. Las peleas contra el mundo han sido una constante. Hace poco cayó en mis manos (aunque más bien debió haber callado en mis manos) un libro de León Bloy, un "enfant terrible", que durante 400 páginas de su diario se dedica a dejar constancia de todos los que no le caen bien y decir cuán vacío, maldito y bruto es este mundo, (supongo que entre otras cosas, por no reconocer su genio literario, porque su genio de carácter seguro que más de uno tuvo la desdicha de tenerlo que aguantar).
En fin, que nos gusta hablar porque tenemos boca (o dedos más o menos ágiles para llenar blogs como éste, twitter o facebook), nos gustan las peleas bizantinas (Quizá Bizancio en realidad fue una cantina donde después de seis chelas parecía fundamental pensar sobre si los ángeles tenían sexo o no).
Ya se acabaron aquellas épocas en que las familias se reunían junto al piano a escuchar a los vástagos de los anfitriones ejecutar (en muchas ocasiones, éste es el único verbo) alguna pieza deleitable, mientras los invitados se fugaban a un mundo mejor mientras degustaban chocolatitos con brandy (ellos) y rompopito con tortitas de jalea (ellas).
Ahora nos reunimos frente a la tele para ver quién es mejor en Guitar Hero... O tempora, o mores

miércoles, 25 de noviembre de 2009

A la búsqueda de la palabra precisa

El problema no es que él tuviera alma de poeta (que la tenía). A diferencia de todos los que creen que empuñar (como quien blande una espada) una pluma es igual a escribir, él realmente tenía un don con las palabras. Sabía escogerlas, sopesarlas, ponerlas de forma precisa para decir todo lo que su corazón atesoraba.
Tampoco era un problema que ella se supiera bella. Estaba acostumbrada a que le dijeran que era una muñequita de cabellos de oro, de dientes de perla, labios de rubí.
Quizá es que ella fuera pragmática y las palabras usualmente asociadas al amor: nunca, siempre, eterno, le fueran ligeramente indiferentes: un bichito que se arrastra por la piel para no llegar a ningún lado.
Para él, las palabras eran un ramo de flores, un regalo que entra por el oído, una floritura caprichosa que igual viajaba por aire que en papel, un regalo exótico que reflejaba noches en vela de búsqueda de lo extraordinario que le permitía reflejar su sentir.
Mientras él sentía como las ojeras comenzaban a crujir bajo el peso de las mañanas, ella permanecía impávida, con la mirada suave y amable, la misma con la que se despidió desde la cubierta del barco.
La distancia parecía una prueba adicional y decidió mandar cartas largas, escritas en delicados folios con cuidada escritura, describiéndole minuciosamente la pena que le embargaba ante su lejanía, privado de su belleza... hasta que se quedó sin palabras: no había metáfora que no hubiera explorado, hipérbole en la que no se hubiera perdido o perífrasis que no hubiera examinado y todas habían recibido idéntica respuesta: el silencio.
Sin más esperanza que su propio sentimiento, arrancó una hoja de un cuaderno cualquiera y puso dos palabras, las últimas que le quedaban. Cayó presa de la fiebre, del agotamiento, de la tristeza.
Cuando abrió los ojos, ella estaba justo ante él, con la mirada encendida y los labios sonrientes.
Ya no había palabras entre ellos.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Hay días así...

Hay días que soy un gato negro, con el lomo erizado. No hay palabras que reconforten, ni caricias de palmas cálidas que aún tienen en sí la promesa del café caliente, del periódico matutino. Sólo sensaciones, pasos ligeros que apenas suenen, discretas salidas que desconcertarían aún al propio deseo.
Suenan las campanas que avisan hacia dónde va la gente. Me subo a los tejados y ando a mi aire.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Dentelladas en la oscuridad

El problema de los deseos no son los dientes, sino las dentelladas con las que nos recuerdan que los dioses, cuando nos quieren perder, conceden lo que pedimos.
¿Cómo no pedir cuando veo esas hermosas manos? Sé de las miradas de tus ojos luminosos, los labios que esconden besos en sus comisuras y entonces, el deseo se revuelve en mi interior, me muestra el filo de sus dientes, me recuerda que también tiene garras dispuestas a abrirme la piel.
Venir de un país donde los dioses exigían sacrificios humanos me obliga a plantear una duda razonable: ¿El deseo compartirá ese gusto de tomar la sangre de los otros como una especie de Prozac, o necesita más? Sé que tus labios no serán un santuario donde refugiarme: todo lo contrario, serán el verdugo que me rompa el corazón... ¿será suficiente entonces entregarlo, trozo a trozo, para calmar la rabia del deseo concedido?

lunes, 21 de septiembre de 2009

La media derrota

Tengo tal miedo de quererte que cada latido de mi corazón que te niega, me duele.
Estoy derrotada antes de empezar la batalla. Mi coraza es cada vez más estrecha aunque los fosos también sean más profundos. He descubierto la inutilidad de las armas para mantenerte alejado. Quiero no verte, y sin embargo, el alba me encuentra rezando, pidiendo tu presencia junto a mí; esperando tus manos abriendo la oscuridad para deslizarse sobre mis párpados, encontrando mi boca que sólo sabe decir tu nombre...

martes, 15 de septiembre de 2009

Su llamada es muy importante para nosotros...

No hay nada más frustrante que hablar con una grabación.
"Buen día, nuestras operadoras están ocupadas; su llamada es muy importante para nosotros, utilice nuestro menú teléfonico que es muy eficiente", y entonces entra uno al laberinto, que ni siquiera es de soledad: es de una profunda desesperanza, un hoyo negro donde se marcan las teclas una y otra vez, con la seguridad de que no hay nadie del otro lado para ayudarnos.
Estoy segura de que el infierno en realidad es llegar a un escritorio donde alguien nos recibirá, digo, es el infierno: seguro tendrán infraestructura y burócratas limándose las uñas, escuchando alguna estación de radio y comiendo alguna fritura, que nos dirá que nuestro documento se traspapeló, que por supuesto es un error que estemos ahí y que pasemos a la cabina telefónica.
Descolgaremos el teléfono y nuestra peor pesadilla comenzará a materializarse: si quiere hablar con alguien pero no sabe la extensión, marque el 1 seguido de numeral. BEEP. Su selección no es válida, marque asterisco BEEP. Su selección no es válida, marque las primeras letras de la persona con la que quiere hablar. 7282. BEEP. Su selección no es válida.
O, quizá la selección sea válida, y entonces haya una grabación que diga "En este momento, la persona (o ángel caído o su Satanidad, no sé cómo diga en su tarjeta de presentación) no está disponible. Le sugerimos marcar cero para tener asistencia inmediata" BEEP. Lo sentimos, nuestras operadoras están ocupadas; su llamada es muy importante para nosotros, utilice nuestro menú teléfonico que es muy eficiente"... y así... por toda la eternidad

jueves, 3 de septiembre de 2009

Irrupción

Me falta valor para entrar en tus sueños. No lo puedes reprochar. Tengo la mirada del culpable, probablemente rastro del único hurto que he cometido: tenía diez años y me llevé un paquete de chicles. Me cayó todo el peso de la ley (materna, por supuesto. La legal nunca ha sido el fuerte de mi entorno).
Truncados mis deseos de seguir los pasos de John Dillinger, sólo puedo soñar con el crimen perfecto: Deslizarme por tus párpados cerrados, rozar con mis labios tu oído y pedirte, con la voz derretida en la luz de la madrugado, ardiente susurro, que me dejes robarte un beso.

martes, 1 de septiembre de 2009

Un breve engaño

Somos infieles por naturaleza (incluso a nosotros mismos), pero hay momentos en que no podemos escapar de nuestras mentiras, (por blancas, inocentes y frágiles que sean).
Seguimos los pequeños ritos matutinos de desperezarnos, deshacer el tibio nudo de las sábanas, verificar que el cielo aún sigue ahí. Pasamos la mano por el rostro, buscamos los lentes (los que tenemos la suerte de no ver el mundo nítido durante todas las horas del día), o el reloj o el despertador para ver que realmente no hay mayor posibilidad más que levantarse y seguir adelante.
Sólo entonces somos totalmente fieles y nos entregamos a los pequeños ritos que van dando sentido al día: revisar la profundidad de las ojeras, las canas que han surgido en la complicidad de la noche, las arrugas que nos dan un aire más propio (o más canalla, todo depende del pasado).
Y sutilmente, casi con dulzura, vamos planeando los engaños: traicionamos al sueño que aún nos habita con el café de mañana, al cansancio con el lápiz labial o a la lluvia con la bufanda que nunca sabemos dónde dejamos.
Nadie puede ser tan inocente y andar por el mundo sin algo de protección...

miércoles, 26 de agosto de 2009

El azar del destino

Si todo es cuestión de azar, ¿por qué no dejar las grandes decisiones al giro imprevisto del águila o sol? Quizá así ya te habría conocido.
Si todo es imprevisible, si nada está escrito, ¿por qué el azahar de mi perfume no te ha traído? Sé que no querrías más patria que mi piel, ni más territorio que mi boca. Y yo sospecho que tu cuerpo sería mi nueva patria y me cobijaría en tus besos.
Todos me repiten que estás ahí afuera, en esas calles donde igual se encuentran zapatos colgado de los cables de la luz, perros sin dueños, llaves que no abren ninguna puerta, libros en busca de ser adoptados; sólo que no hemos tenido suerte.
Pero si nada es azar y todo es necesario y fatal, entonces (lo sé en el fondo de mi corazón), estoy condenada: En este país donde se trafica con casi todo y donde casi nada es delito, lo único insobornable es el destino.

lunes, 24 de agosto de 2009

Un guiño podría ser suficiente

Algunas veces me gustaría coquetear con el "para siempre". Vernos en un bar, en una noche de lluvia como hoy, invitarle un martini y darle mi mejor mirada, (dicen que cuando quiero, mis ojos matan), para convencerlo de no apartarse de mi lado.
A veces, me gustaría conquistar el "jamás": convencerlo de que deslice un anillo de compromiso, justo a la medida de mi anular, tan huérfano de joyas.
Pero ni "para siempre" ni "jamás". Hay algo que los ahuyenta de mi lado. Por eso, en noches como estas, en que la lluvia arrulla mis sueños y mi piel se resigna a la caricia de las lágrimas, sé que sólo queda el ojalá.

sábado, 22 de agosto de 2009

Las batallas perdidas

Hay momentos en que quisiera tener las lágrimas precisas para decirte las cosas que se han quedado en el silencio.
Eres mi reino perdido. Las batallas que no empezado siquiera. La deposición de las armas. Estoy rendida - en la doble acepción de la palabra: exhausta y derrotada-; perdida y no encontrada.
¿Así será el resto de mi vida?

viernes, 21 de agosto de 2009

Las noches de vela

Los oigo en la noche. Sé lo que murmuran en el frío de las madrugadas, mientras encienden un cigarro y patean el suelo para entrar en calor.
Puedo intuir las vetas de desconfianza - e incluso de ira- en sus miradas. Sé que añoran las mañanas de los domingos, cuando se podían dejar ganar por la pereza de las horas muertas entre las sábanas aún tibias, y disfrutar el sol filtrándose por las ventanas. Y sin embargo, están en este páramo donde día a día libran batallas que exigen fiereza y a veces, sangre.
Ellos saben que yo sé de sus dudas. Yo sé de su lealtad... y por eso confío en que mi corazón no se volverá a romper.

jueves, 20 de agosto de 2009

Hay días así


Hay días en que la tristeza simplemente se despierta antes que uno. Le da tiempo de hacerse un café, husmear un poco entre los libros y las revistas, ver a través de la ventana. Si es muy temprano, puede incluso deslizar melancólicamente la mirada sobre las hojas marchitas de las plantas a las que nos hemos olvidado de regar, o de pasar el dedo sobre la superficie de la mesa para comprobar cuánto polvo ha caído.
De improviso, nos mira dormir... y entonces despertamos, sin saber muy bien el por qué de ese nudo en la garganta, de esas ganas de que no sea día laboral, porque lo único que quisiéramos es seguir entre las sábanas...


sábado, 15 de agosto de 2009

¿Dónde quedó el razonable justo medio?

¿Qué es más fácil: ser una buena chica o ser una cabrona?, ¿con qué esquema tendremos una vida más en armonía con nosotras mismas?, ¿qué esquema nos dejaría más satisfechas?

Es un problema eso de ser mujer soltera en una ciudad como la de México. O al menos, es un problema para mí y por eso tengo este blog: para no pagar terapia y poderme hacer estas preguntas por escrito, poniéndo en blanco y negro los fantasmas que a veces me rondan.

Como buena niña chilanga, Disney tuvo un gran papel en mi infancia. Me gustaban las princesitas pero no deliraba por ellas. Lo siento, Blancanieves me parecía una perfecta bruta y nunca entendí cómo le hacía tan feliz estar limpiando castillos o casitas, cuando yo odiaba ordenar mi cuarto.

Cenicienta tiene el mismo complejo y además hablaba con los ratones, que me parecían animalitos increíblemente tiernos hasta que ví uno en vivo y a todo color y se acabó la fantasía; la Bella Durmiente me caía bastante bien, hasta eso, y aún más el Príncipe Felipe, que era bastante abusadillo.

El común denominador de toooooodas estas heroínas, tanto en la versión Disney como en la "hard core" de los cuentos originales es que son buenas chicas: obedientes hasta la ignominia, no tienen lados oscuros ni bajas pasiones, respetan los deseos de sus mayores aún cuando les piden que renuncien a todo, incluyendo reino, nobleza y fortuna.

En la otra esquina, la de las cabronas, en materia literaria no he tenido grandes personajes femeninos con estas características. Quizá la que más se acerca es Milady de los Tres Mosqueteros que no era una perita en dulce (y por cierto, así le va), y en el cine, quizá la que mejor entendió el concepto era María Félix y por eso se convirtió en La Doña.

Entre ambos estereotipos tenemos diversos matices, donde las mujeres de carne y hueso, nos perdemos de vez en cuando. Y a veces somos buenas chicas, hasta que alguien nos regaña: "¿Cómo aguantas esos desplantes, qué te pasa, cómo puedes ser tan sumisa?" y entonces nos volvemos unas cabronas, hasta que también escuchamos una voz admonitoria: "No entiendo qué te pasa, eres tan mala, tratas a la gente como si fueran pañuelos desechables, es como si no tuvieras corazón".

En fin, que uno no queda bien con nadie, y a veces, ni con nosotras mismas... Habrá que recordar la máxima aquella de: "ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre"...

sábado, 8 de agosto de 2009

Nacer, crecer, grillar y morir

Al parecer la naturaleza humana está condenada a nacer, crecer, grillar y morir. No sé cómo se diga en otras latitudes a esa actividad que implica hacer comentarios maliciosos, sospechar de los logros , dejar caer frases falsamente casuales pero impregnadas de perversidad; en resumen, operar en la oscuridad en contra de alguien.

¿Qué es lo que nos lleva a la grilla?, ¿es la naturaleza humana?, ¿es producto del diario convivir?, ¿es por envidia, rencor, malicia, una inocencia mal entendida?

Sabemos que no hay gente perfecta. Y considerando que somos producto de una sociedad y que nos movemos en comunidades ya sean de índole laboral, amistosa, amorosa, lúdica o de cualquier otra naturaleza, tendríamos que partir de la base que ninguna de estas instancias sería perfecta tampoco.

Y por doloroso que nos parezca aceptarlo... nosotros tampoco somos perfectos. Tenemos nuestras manías y agenda oculta... que son la condición indispensable para contribuir a las historias de terror que circulan en todas las oficinas.

Vamos clavando pequeñas puñaladas por la espalda cada vez que nos acercamos a algún oído presto y murmurar:"¿Te fijaste que siempre llega tarde?", "¿viste que traía la misma ropa de ayer?", "claro, como es amiga del jefe", "siempre pide cigarros, ¿por qué no compra los suyos", "¿cómo le habrá hecho para llegar a ese puesto... porque seguro no lo ganó por su linda cara".

Y así vamos, poco a poco, aportando nuestro granito de arena para crear o destruir reputaciones, generar alianzas, determinar vinculos de poder.

Hay quien ve en esos comentarios una forma de dejar escapar la frustración del trabajo. Después de todo, nos puede cansar la rutina, podemos creer que nuestro trabajo no es suficientemente valorado, y un pequeño comentario hace las veces de un dulce que nos quita el amargor del café.

Hay otros que hacen de esta comunicación paralela toda una estrategia para alcanzar alguna posición de poder en la oficina. Es una herramienta más, porque después de todo, en la guerra y en el amor, todo se vale, y quien pega primero, pega dos veces.

Sin importar que los motive, lo asumimos como un mal necesario, algo que ocurre, que estalla esporádicamente, y a veces, deja alguna víctima. Y se nos olvida nuestra propia fragilidad, hasta que es nuestra espalda la que es apuñalada, y nos miramos con asombro de que la grilla, finalmente, nos alcanzara.

jueves, 6 de agosto de 2009

El insomnio inútil

Uno de los principales aprendizajes que tuve en la Universidad fue la imborrable frase de un maestro al que apodábamos "El Gordo", entre otras cosas porque efectivamente era gordísimo, y porque nuestras mentes indomables de veintitantos años no daban para buscar sobrenombres más imaginativos y nos quedamos con el ya existente.

Además de enseñarnos lingüística, "El Gordo" también nos dio una frase de esas que persiguen toda la vida: lo que no se puede hacer en la cama, no vale la pena ni intentarlo. Oh feliz epifanía.

Sin embargo, he descubierto que hay cosas que pueden hacerse en la cama y no tienen ninguna repercusión favorable. El insomnio es quizá la cosa más inútil que se puede instalar: molesto como el zumbido de un mosquito y absolutamente inútil...

Hasta el momento, la única ganancia que me ha dejado el insomnio es la oportunidad de plantearme preguntas. No las grandes y trascendentes del estilo de qué hacer para acabar con la pobreza en México, cómo dar realmente una esperanza de cambio en el sistema político mexicano, quién gana realmente con todas las corruptelas que conocemos o sospechamos. No, esas preguntas son las que reservamos para las pláticas de café, ya sea para apantallar a nuestros interlocutores o sólo por sentirnos salvadores del planeta, con altas expectativas de colaborar algún día en el gobierno de Obama. (Aunque si no fuimos capaces de generar un mejor sobrenombre para un maestro, no veo si tendríamos las respuestas para salvar al mundo, pero bueno, Supermán tampoco se distinguía por ser altamente imaginativo).

En realidad, el insomnio da paso a las preguntas más terrenables, las pequeñas dudas que quizá están agazapadas a lo largo del día en los resquicios de los techos, porque cualquier insomnio que se respete, requiere una fija mirada en el techo, donde de niños buscábamos "mostros" (ningún niño azteca dice mounstro), y ahora dejamos vagar la mente, pensando que debemos despertarnos en unas cuantas horas para ir a la oficina."¿Qué es de mi vida?, ¿qué debería hacer?, ¿estoy donde quiero?, ¿hacia dónde voy?, ¿por qué el amor pareciera que va a durar toda la vida y sólo dura un instante?, ¿y si todo es una farsa?"... y así van pasando las preguntas, sin respuestas posibles, porque después de todo, sólo son pequeñas sombras en las que nos entretenemos mientras buscamos desesperadamente el sueño...

viernes, 31 de julio de 2009

El veneno... la seducción

No hay seducción más poderosa que las palabras. Decir lo correcto en el momento preciso es un arte que se pierde cada vez con mayor celeridad. Ahora todo parece quedar contenido en un "wey", "caón" o "'nche".
Al parecer todo está en el tono para que uno pueda determinar si es ligue, complicidad, reclamo, despedida o la apertura de una rendija para "algo más".
Para mi desfortuna, los libros siempre han tenido un papel protagónico, convirtiéndose en mi primera patria, en un territorio conocido/desconocido del que nunca me he podido alejar, por más que me interese en Internet, televisión, radio, música, cine y otras tentaciones, no todas tecnológicas.
Con los libros descubrí los sinónimos, los antónimos, los adjetivos, los adverbios. Me enamoré de la labia de Cyrano de Bergerac y sus disertaciones sobre el amor; del corsario Negro, que era hombre de pocas palabras, pero todas de respeto, y claro, y recientemente, en un acalorado debate en la oficina sobre quién de los tres mosqueteros (sí, así de ñoños podemos ser), recordé el absoluto hechizo que tuvo sobre mí el personaje de Athos, de quién me conmovía su dolorosa nobleza caída en desgracia.
Conforme los nuevos libros fueron cayendo en mis manos, más complejas, más entramadas eran las palabras, donde eran tan importantes los silencios como lo que se decía. Amores suaves y tristes como el de la Tregua de Benedetti o los cronopios con sus hilos azules esperando que el fama lo invite a subir a su automóvil.
¿Por qué hablo de la desfortuna de tener esta patria de libros? Porque veo con tristeza como la gente se arroja palabras sin la menor consideración, a veces, sin saber ni siquiera qué significan. Me desconcierta que alguien sea capaz de creer que la ironía es un arma arrojadiza que se puede utilizar sin cuidado. Nos jactamos de decir lo que pensamos y lanzamos las palabras como quien lanza guijarros, sin saber si pueden romper una ventana o un florero. "Me encantas, wey"... ¿de verdad es lo mejor que pueden decir?
Quizá por eso tampoco he encontrado a mi alma gemela (si es que efectivamente existe): porque he escuchado palabras en labios de algún pretendiente que han sido ofensivas, una bofetada directa, sin que ellos, siquiera consideraran haber traspasado algún tipo de frontera.
Roxana hace una mueca de desdén cuando Cristian, el rival de amores de Cyrano, es incapaz de decirle algo más de "Yo te quiero", "Te pido crema y me estás dando leche", le contesta ella con disgusto.A mí me encantaría contestar lo mismo a los que creen que la conquista empieza por un "wey, que onda wey" o los que muestran su molestia porque las estrellas no se alinean a sus deseos "qué weba wey".
Deberían leer a Hamlet... el veneno también entra por los oídos...

jueves, 30 de julio de 2009

Con la guardia arriba

Lo más difícil de ser chilango consiste en mantener siempre la guardia arriba. José Alfredo Jiménez pudo haber nacido en Guanajuato, pero sin duda se filtró en los mantos acuíferos del Valle de México, donde pasamos las calles, manejamos, hablamos con los demás con la certidumbre de que, efectivamente, la vida no vale nada.

Pareciera que tenemos una mínima capacidad de sorpresa y una mayúscula capacidad para minimizar: ¿te asaltaron?, bueno, al menos nada más se llevaron el dinero; ¿te tocó ver una pelea en la calle?, es que la gente está muy loca; ¿te quedaste detenido tres horas en el periférico? Eso no es nada, yo hice seis horas a mi casa porque se inundó el eje.

Y así vamos, hasta que algo nos cimbra, hasta que la realidad nos agarra con la guardia baja y recordamos que esto ya no es vida.

Quizá por espíritu de género, porque la veo tan joven y tan indefensa, porque no quiero ni atrever a pensar lo que fueron esos tres días, porque ni siquiera pude escuchar la voz ronca de dolor de su padre, para mí ha sido terrible el caso de Silvia Vargas.

La imaginación es perversa, terrible, nos lleva por los caminos más oscuros. Pero lo peor, en este caso, es que no importa que tan perversa, tan terrible sea la imaginación personal, seguro no llega a esas fibras de alguien que es capaz de secuestrar, de torturar, de tener la frialdad para amenazar a una familia.

Y el segundo salto de la imaginación es hacia algún escritorio de algún ministerio público donde se van amontonando casos que no llegan a las primeras planas, que no merecen las declaraciones de funcionarios, bueno, que ni siquiera merecen ser tomados en cuenta, que son archivos que quizá amarillan ya del tiempo que llevan esperando...

Y sé, como todos los chilangos, que es tanta nuestra vulnerabilidad y fragilidad, que es tanto nuestro miedo, que preferimos cerrar los ojos, preferimos seguir adelante, murmurar, como auténticos marxistas guadalupanos, "que no me pase nada, que no le pase nada a mis amigos, a mis seres queridos".

Vamos con la guardia arriba, pidiendo vivir en nuestra burbuja de preocupaciones cotidianas, de esas pequeñeces en que se nos va el día y con las que nos sentimos afortunados: ¿cuándo es mi corte de tarjeta?, ¿será soltero o casado? Ojalá sea soltero, ¿quién ganará en el futbol?, el perro me está viendo con cara sospechosa, ¿será que ya se hizo en la sala?...

miércoles, 29 de julio de 2009

Denunciar, ¿ante quién?

Ayer cayó en mis manos el reglamento para conducir un taxi. Son recomendaciones sencillas, realmente, nada del otro mundo: manejar con cortesía, tratar con respeto a todos los pasajeros, evitar manejar en estado de ebriedad, no fumar mientras se maneja. Aunque había un punto que sobresalía y que era una invitación a ser un buen ciudadano, prestando atención a conductas delictivas, en especial las violaciones.

Hasta ahí, todo bien, y si la mitad de los conductores en el país (y no sólo taxistas) siguieran esas mínimas normas de cortesía, nuestra vialidad sería otra. Sin embargo, en el punto de apoyar a las autoridades es cuando uno se da cuenta de cuánto nos hemos acostumbrado a vivir en un tejido social roto: ¿Denunciar?, ¿con quién?, ¿a qué instancia?, ¿de verdad sirven de algo las denuncias?, ¿cómo sé que mi denuncia no caerá en el archivo muerto del bote de la basura? Peor aún, ¿cómo sé que a quién estoy denunciando no está coludido?, ¿me vuelvo más vulnerable si denuncio?

Cerrar los ojos ha demostrado ser la peor de las tácticas y la más dañina a largo plazo; y al mismo tiempo, tenemos los ojos demasiado abiertos sobre las acciones de nuestras autoridades, que dejan al jefe Gorgory de Los Simpsons en calidad del Rey Salomón.

Día a día vemos pequeñas infracciones que van minando nuestra convivencia. ¿Voy a denunciar a un conductor que se pasa un alto o maneja mientras habla por el celular, cuando la "autoridá", desde su patrulla, hace exactamente lo mismo? Eso, cuando no hay de por medio un influyentismo patente, donde los policías se hacen los desentendidos: BMW's que dan vueltas prohibidas, Mercedes Benz que se pasan los altos o invaden el carril del Metrobus, Hummers que van en sentido contrario, porque saben que aquí todo se puede resolver con las palabras mágicas: "Usted no sabe con quién está hablando".

Nuestra capacidad de sorprendernos siempre pareciera estar puesta a prueba. Casos como el News Divine, donde el trasfondo del tema era la extorsión de los padres de los adolescentes, pero que dejó a 12 muertos, no ayuda a fortalecer la imagen de las autoridades. Igual de graves los casos de la guardería ABC de Sonora, que ya suma 49 víctimas, así como el secuestro y asesinato de Silvia Vargas y Fernando Martí, cuyos padres verbalizaron toda la frustración que se puede sentir ante esta situación es dos frases que fueron dos golpes de guante blanco: "¿Eso no es tener nada? Eso no es tener madre" y "si no pueden, renuncien".

No soy tan inocente como para creer que la indignación es suficiente, que crispar los puños y levantar la voz es suficiente. En intercambio, pido que las autoridades tampoco sean tan inocentes como para pensar que con sólo pedir confianza, la van a obtener. La confianza y la credibilidad se ganan. Y hasta ahora, por lo menos de mi parte, no veo acciones suficientes.

lunes, 27 de julio de 2009

Un mensaje (equivocado) en la oscuridad

Hace unos días, me llegó un mensaje "Voy en camino". Era encantador y lleno de promesas... el único pequeño, diminuto detalle es que... no iba dirigido a mí. Sin embargo, me sirvió de pretexto para plantearme varias preguntas, empezando por la obvia: ¿qué ha pasado con el romance?
Claro, está el que nos enseñó el cine de oro mexicano, donde Jorge Negrete cantaba al pie del balcón de la muchacha, lo cual, siendo "El Charro cantor", era comprensible; sin embargo, mi sorpresa ha sido mayúscula al descubrir a este prototipo de macho mexicano que también bailaba pegadito, cachetito con cachetito, mientras ella se derretía en sus brazos. Para que luego me digan los hombres que ellos son muy machos y no bailan.
Está también la tradición rosa Hollywoodense, donde el muchacho corre desesperado por las calles, porque de repente y sin previo aviso, se da cuenta de que está enamorado, y se presenta ante la puerta de la heroína, sin nada más que un buen discurso. E Incluso el cine europeo, con todo y su carga realista, nos ha regalado grandes momentos al respecto, ahí están todas las
estrategias de Amelie, a la luz veraniega de París.
¿Entonces?, ¿qué es lo que ha cambiado? Quizá las mujeres hemos tenido nuestra porción de culpa, porque ninguna mujer liberada puede, (al parecer y de acuerdo con el secreto de la cofradía), desear esos mensajes de "te extraño", "te quiero", "me gustas"; o peor aún, esperar flores. A mí me gustan las dos cosas, y muchas más, por más cursis (y por más liberada y emancipada que me asuma). Me gustan las flores, los mensajes, los versos (enfatizo: la
poesía no sólo es Bécquer y Paco Stanley no, no, no puede ser considerado un expositor del arte de la declamación o de la poesía).
Pero, para mi mala fortuna, los guionistas de mi vida amorosa han dejado bastante qué desear, en especial, cuando he sido, como diría el inmortal Chava Flores: "romántica insoluta". Simplemente, no he estado en la misma página de los pretensos en cierne. Por un lado, mando versos de amor vía MSM y ellos buscan o la forma más educada de darme las gracias, o, directamente, la salida de emergencia.
Y esa fue otra de mis preguntas existenciales desatadas por el dichoso mensajito equivocado, ¿a dónde van los hombres cuando desaparecen? O mejor aún, ¿por qué desaparecen? Me acuerdo que en algún momento de 2005, hubo mucha información sobre Titán, luna de Saturno y aparentemente, con una estructura que dejaba entrever la promesa de que en algún momento pudo parecerse a la tierra.
Así que, unilateralmente, decidimos mis amigas del alma y yo, que ahí iban a dar los hombres que algún día se despidieron de nosotras con la críptica frase de "te llamo", que para nosotras puede significar una siguiente cita, pero que para ellos es la forma educada de decirnos que no quieren vernos más.
Y aquí viene una tercera pregunta, ¿por qué no se despiden? Entiendo que las reacciones de las mujeres pueden ser de temer, y que haya un poco de cautela mezclado con miedo: no quieren lágrimas, no quieren reclamos, no quieren caer en el lugar común de "no eres tú, soy yo", pero optar por huir sin dejar rastro, no sólo es falto de originalidad, también demuestra una profunda falta de respeto y de educación, aunque esto es material de otro blog.
En fin, mientras llegan los detalles, las flores, los recaditos y todos esos detalles que seguro algunos despistados todavía seguimos procurando, espero de todo corazón, que Titán tenga una linda atomósfera y los que se despidieron con un "te busco después" sean felices allá...

viernes, 24 de julio de 2009

Las preguntas que nunca hice en civismo

Una de las series que más he disfrutado ha sido "El ala Oeste". Amaba esa puesta en escena, de auténtica política ficción, más heredera del mundo Disneylandia que de cualquier gobierno real, y en particular, Estados Unidos.

Los personajes estaban bien delineados, más allá de las fronteras obvias del bien y el mal: era la inteligencia lo que los movía, la pasión por el servicio y el bien común, cumplir la esperanza de los que habían dado su voto y no decepcionar a los que no habían votado por ellos. Decisiones apasionadas, sólo gobernadas por el resultado final y dejar un legado del que se pudiera estar orgulloso.

Oh si, es un mundo paralelo al que uno quisiera pertenecer, en especial, cuando uno encuentra encabezados del estilo "Pemex dará refinería al primero en donar terrenos" o "Gómez Mont reta a La Familia a meterse con la autoridad, no con los ciudadanos".

Este tipo de actitudes me hace recordar aquello de: nuestra clase política, ni es política, ni tiene clase. Reducir una decisión técnica a un concurso del que llegue primero a la pared de enfrente gana; o gritar "yo, Segob, le declaro la guerra a......." no me parece serio. Es una política de papel de china (ahora que está tan de moda el asiático país), que se deshace entre las manos.

Durante años he oído todo tipo de declaraciones, porque eso sí tiene nuestra mente barroca: amamos las palabras, amamos los discursos, las promesas, las declaraciones. No en balde somos una sociedad memoriosa para las afrentas, y si no, ahí está cualquier cena de Navidad y/o Año Nuevo para demostrarlo, con grandes frases de "tú ni me digas nada, porque acuérdate que hace 3 años, cuando estábamos en la fila del súper, me dijiste que me veía gorda".

Tengo buenos amigos que se han interesado en la política, y justamente por ellos, me freno en mis declaraciones absolutistas de poner a todos los servidores públicos en el mismo saco, porque me consta que hay gente muy comprometida con realmente un cambio, pero para mí, todavía hay misterios sin resolver, dudas que arrastro desde mis lejanas clases de civismo en la escuela, y que me daba pena preguntar para no parecer ignorante (oh si, mi pecado es la soberbia).

Y todavía me planteo las mismas preguntas: ¿exactamente cómo se fijan los sueldos en la burocracia, con qué criterio, todos estos recursos son transparentes o cómo se conforman las cajas chicas?, ¿por qué no se puede reformar el sistema de justicia mexicano?, ¿por qué hay gente que está en una cárcel esperando el juicio, cuando se suponía que uno es inocente hasta que se demuestra lo contrario, y por lo tanto, sólo debería privarse de la libertad hasta que ya haya una sentencia?, ¿por qué a alguien le pueden dar 6 años de cárcel por robarse un peluche y no hay responsables cuando mueren 48 niños?

¿Exactamente qué hace un Ministerio Público, cómo trabaja, a quién le rinde cuentas?, ¿por qué ir a la delegación es una amenaza y no una instancia eficaz para la resolución de conflictos?, ¿por qué los policías le hacen la competencia a un semáforo con silbidos, movimientos de mano, mentadas (oh si), pero no detienen a los conductores que van hablando por el celular mientras manejan o que efectivamente se pasan un alto, o dan vuelta en lugares prohibidos?

Son mis misterios cotidianos. Mis preguntas constantes... ¿alguien más las comparte?

jueves, 23 de julio de 2009

Miénteme, miénteme que algo queda

Antes veía las series de televisión para distraerme de la cruda realidad. Ahora las veo para obsesionarme. ¿El caso más reciente?: "Miénteme" (Lie to Me) La trama es lo de menos (un grupo de investigadores que se dedican a desenmascarar, con puro método científico, las mentiras de los demás), pero no puedo dejar de pensar en un dato que dieron (y, aparentemente, real): en una conversación de diez minutos, una persona dice en promedio tres mentiras.

No hablamos de estafadores, ladrones, y no, tampoco de políticos profesionales (lo siento, pero esa profesión está muy desprestigiada): conversaciones normales, las que sostenemos día a día en nuestros círculos, cercanos o lejanos, pero -eventualmente- con gente a quienes no tendríamos a quienes mentir... o al menos, no demasiado. Llevo días con la duda: ¿sobre qué tanto podemos mentir?, ¿de qué queremos mentir?, ¿y a quién le mentimos tanto?

Seguro tendremos las mentiras cotidianas, las que nos decimos a nosotros mismos ("pues no, no me veo tan gorda con este vestido"), y las que decimos que son "verdades a medias" porque en realidad, son para no lastimar a alguien, y que pueden abarcar desde el consabido éxito taquillero: "no eres tú, soy yo" hasta la siempre adorable excusa: "mamá, voy al cine y me voy a tardar, no sé a qué hora voy a regresar" o, la que hemos dicho en alguna Navidad o cumpleaños: "me encantó el sueter verde limón".

Por supuesto que hay mentiras que nos dicen y estamos dispuestos a creer: "nadie me ha hecho sentir como tú", "te amaré toda la vida", e incluso las más perversas o trilladas, del estilo: "es que mi mujer no me entiende, en cambio, contigo es tan distinto".

Además, están las mentiras laborales, las que decimos porque puede estar en peligro nuestra sobrevivencia o porque es la marca de cualquier burocracia que se respete y que pueden condensarse en dos grandes vertientes: "el licenciado no está", y el siempre presto: "me da mucha pena no poder ayudarle, pero ya ve cómo son estos trámites".

Una de mis favoritas es la que escuché en el metrobus: "te juro que estoy aquí abajo, esperando que llegue el elevador", y todos dirigimos una sesgada mirada de reproche al emisor de tan bonito mensaje, quien todavía se bajó 3 ó 4 paradas después de aquella aseveración.

Ahora, quizá en México veamos con mayor naturalidad estas mentiras o medias verdades porque también es más permisivo nuestro límite entre la ficción y la realidad, una frontera que no siempre está clara, y que nos regala imágenes delirantes de un camión lleno de gallinas atorado o volcado en carretera, helicópteros que caen enmedio de avenidas, caballos que corren desbocados hasta estrellarse con un taxi, elefantes que se fugan del circo y terminan en medio de una carretera, manifestaciones públicas a favor o en contra de alguna justa causa social y que deja a una marea detenida de automovilistas durante ocho horas...

¿Qué hacer entonces?, ¿será cierto lo que decía Jack Nicholson en "Cuestión de Honor"?: "¿La verdad?, ¡Ustedes no pueden manejar la verdad!" El problema es que el último que se fugo a la tierra de Nunca Jamás, no le fue precisamente bien... Quizá por eso la realidad deba venir mejor en pequeñas dosis.

martes, 21 de julio de 2009

Una poderosa idea fija

Todo mundo piensa en él: cómo obtenerlo, cómo tener más, dónde encontrarlo. Y no, no estoy hablando de sexo. Eso sólo pasa en Manhattan, la ciudad que nunca duerme, si le hacemos caso a Carrie Bradshaw. En realidad hablo de algo mucho más material y tangible: el dinero.



¿Por qué es tan difícil establecer una relación razonablemente sana con el dinero? Y la situación se complica cuando hay una relación amorosa de por medio.



Supongo que para los chilangos treintañeros, el tema de la crisis debió habernos encontrado con la guardia mucho más arriba que a nuestros pares de economías desarrolladas, entre otras cosas, porque para nuestra generación, la crisis no "llegó": nunca se ha ido de nuestras vidas.



Pero, evidentemente, no nos distinguimos por anticipar los duros golpes de la vida, y los efectos han sido devastadores: ahora más que nunca atesoramos nuestros empleos, vemos con desconfianza a las tarjetas de crédito y pasamos las noches, en vez de contando ovejas, pensando cómo liquidar deudas.



En mi caso, también hubo un golpe intenso en mi vida amorosa. Mis dos últimos intentos de pretendientes naufragaron por cuestiones groseramente materiales: uno no tenía dinero (entre otras cosas porque tampoco tenía trabajo, y después me cayó el veinte de que no estaba necesariamente esforzándose por conseguirlo), y el otro tenía trabajo pero con finanzas totalmente desvieladas.



El tema del dinero ya es de por sí escabroso, pero además, y para seguir fieles a nuestra tradición de sufrir todo lo posible, le agregamos la culpa: culpa si uno gasta de más, culpa si el que gasta es el otro, culpa si una gana más que ellos, culpa si una se fija en el precio de las cosas. Hay una especie de condena social en a quien toque el tema, e incluso levantar las cejas en señal de reprobación ante una cuenta mucho más onerosa de la esperada puede conllevar un ácido comentario de "es que eres bien agarrada" (o coda, o algún otro adjetivo hiriente).



Por supuesto no promuevo la manirrotez. De hecho, soy una convencida en endeudarse lo menos posible, porque no hay dinero más caro que el que no se tiene, pero sí me pregunto, ¿por qué la culpa?, ¿por qué la pena? Supongo que en parte es por un modelo muy consumista, donde el amor se equipara lo que se da, y fijarse en una cifra es como descalificar el cariño del otro.



Quizá el primer paso para tener una relación más sana con nuestro dinero parta de los mismos principios para tener una relación sana con otras personas: cultivar una buena comunicación (no dejes que tu dinero sólo diga "adiós"), planificar (si somos capaces de decidir qué película queremos ver la próxima semana, también debemos saber a qué vamos a destinar nuestros recursos), y así como podemos guardarnos algunas opiniones para no herir susceptibilidades, también podríamos guardar algunos pesitos como ahorro.



Y recordar que la culpa mata a cualquier amor, así que a la próxima que los precios me parezcan caros, no me guardaré mi levantamiento de ceja.

lunes, 20 de julio de 2009

Cambio 3 B's por 3 I's

Después de varias citas desastrosas, de respuestas absolutamente increíbles, que dejan a Homero Simpson en calidad de filósofo postmodernista imaginativo con su salida de "Mira Marge, mi amor es el mar, conozcamos a otras personas", he decido cambiar el molde de mujer soltera chilanga regida por las tres "B's": Buena, Bonita y Bruta.
No es que ahora me tumbe en el sofá y me dedique a fugarme a un mundo paralelo. Tengo deudas y cuentas que pagar, incluyendo a Hacienda que hace el favor de ocupar el papel de marido y quedarse con parte de mis quincenas.
Así que seguiré siendo la ciudadana modelo que he sido hasta ahora, sólo que ya no quiero entrar en el esquema que con tanta devoción nos ha inculcado el cine de oro nacional.
Empecemos por la bondad (la buena de buenez es una categoría aparte), y aquí entra en escena doña "Marga López" y toooooooooodas las madres que interpretó en el cine, una tribuna desde donde nos conminaron a ser más buenas que el pan integral. Buenas hasta la pared de enfrente; y que no es otra cosa que ser un tapetazo de lujo, porque hay que tragarse las penas, perdonar todos los defectos, ser un pilar de fortaleza para todos los que busquen refugios, nunca, nunca, nunca emitir una queja o armar una bronca, y centrar toda la vida en los otros, porque las mujeres no tenían más que ocuparse de las necesidades de un tercero, llámese marido, padres, hijos, perro de la esquina o cualquier otro ente.
La segunda "B" es la de bonitas, porque las bonitas siempre se quedan con el galán. Ahí, más que el cine mexicano, que tuvo una etapa en que ser gordibuena era lo de hoy, nos fastidió Hollywood y su modelo "anorexic style". Hay que comer sólo ensalada, beber dos litros diario de agua y olvidarse de los postres. O pedir pero no comerlo, como hacía el personaje de Uma Thurman en "La Verdad de los perros y los gatos"
Y aparentemente, también hay que ser brutas, y como ejemplo ahí está Bridget Jones, la de la película, que tiene poco qué ver con la versión un poco más cínica que la del libro. A mí me cae bien Bridget Jones, pero hay momentos en que no entiendo qué hace un abogado exitoso y aparentemente listo como Mark Darcy con ella!
En fin, dado que las tres B's no me han funcionado, y para prueba está mi desastroso historial amoroso con finales de: "no eres tú, soy yo" (ajá), "es que tengo miedo de iniciar una nueva relación" (Oye! Miedo si fuera yo de la banda la flor), "no sé si estoy dispuesto a entrar a otra relación" (si lo piensas, no estás dispuesto, no pierdas más tu tiempo y el mío), "yo berrinchitos no voy a aguantar" (perfecto, yo tampoco); he decidido que optaré por el modelo de las tres "I's": Inteligente, independiente e Interesante. Creo que es como pasar de ser empleado a ser tu propio jefe. La idea me gusta.