viernes, 31 de julio de 2009

El veneno... la seducción

No hay seducción más poderosa que las palabras. Decir lo correcto en el momento preciso es un arte que se pierde cada vez con mayor celeridad. Ahora todo parece quedar contenido en un "wey", "caón" o "'nche".
Al parecer todo está en el tono para que uno pueda determinar si es ligue, complicidad, reclamo, despedida o la apertura de una rendija para "algo más".
Para mi desfortuna, los libros siempre han tenido un papel protagónico, convirtiéndose en mi primera patria, en un territorio conocido/desconocido del que nunca me he podido alejar, por más que me interese en Internet, televisión, radio, música, cine y otras tentaciones, no todas tecnológicas.
Con los libros descubrí los sinónimos, los antónimos, los adjetivos, los adverbios. Me enamoré de la labia de Cyrano de Bergerac y sus disertaciones sobre el amor; del corsario Negro, que era hombre de pocas palabras, pero todas de respeto, y claro, y recientemente, en un acalorado debate en la oficina sobre quién de los tres mosqueteros (sí, así de ñoños podemos ser), recordé el absoluto hechizo que tuvo sobre mí el personaje de Athos, de quién me conmovía su dolorosa nobleza caída en desgracia.
Conforme los nuevos libros fueron cayendo en mis manos, más complejas, más entramadas eran las palabras, donde eran tan importantes los silencios como lo que se decía. Amores suaves y tristes como el de la Tregua de Benedetti o los cronopios con sus hilos azules esperando que el fama lo invite a subir a su automóvil.
¿Por qué hablo de la desfortuna de tener esta patria de libros? Porque veo con tristeza como la gente se arroja palabras sin la menor consideración, a veces, sin saber ni siquiera qué significan. Me desconcierta que alguien sea capaz de creer que la ironía es un arma arrojadiza que se puede utilizar sin cuidado. Nos jactamos de decir lo que pensamos y lanzamos las palabras como quien lanza guijarros, sin saber si pueden romper una ventana o un florero. "Me encantas, wey"... ¿de verdad es lo mejor que pueden decir?
Quizá por eso tampoco he encontrado a mi alma gemela (si es que efectivamente existe): porque he escuchado palabras en labios de algún pretendiente que han sido ofensivas, una bofetada directa, sin que ellos, siquiera consideraran haber traspasado algún tipo de frontera.
Roxana hace una mueca de desdén cuando Cristian, el rival de amores de Cyrano, es incapaz de decirle algo más de "Yo te quiero", "Te pido crema y me estás dando leche", le contesta ella con disgusto.A mí me encantaría contestar lo mismo a los que creen que la conquista empieza por un "wey, que onda wey" o los que muestran su molestia porque las estrellas no se alinean a sus deseos "qué weba wey".
Deberían leer a Hamlet... el veneno también entra por los oídos...

jueves, 30 de julio de 2009

Con la guardia arriba

Lo más difícil de ser chilango consiste en mantener siempre la guardia arriba. José Alfredo Jiménez pudo haber nacido en Guanajuato, pero sin duda se filtró en los mantos acuíferos del Valle de México, donde pasamos las calles, manejamos, hablamos con los demás con la certidumbre de que, efectivamente, la vida no vale nada.

Pareciera que tenemos una mínima capacidad de sorpresa y una mayúscula capacidad para minimizar: ¿te asaltaron?, bueno, al menos nada más se llevaron el dinero; ¿te tocó ver una pelea en la calle?, es que la gente está muy loca; ¿te quedaste detenido tres horas en el periférico? Eso no es nada, yo hice seis horas a mi casa porque se inundó el eje.

Y así vamos, hasta que algo nos cimbra, hasta que la realidad nos agarra con la guardia baja y recordamos que esto ya no es vida.

Quizá por espíritu de género, porque la veo tan joven y tan indefensa, porque no quiero ni atrever a pensar lo que fueron esos tres días, porque ni siquiera pude escuchar la voz ronca de dolor de su padre, para mí ha sido terrible el caso de Silvia Vargas.

La imaginación es perversa, terrible, nos lleva por los caminos más oscuros. Pero lo peor, en este caso, es que no importa que tan perversa, tan terrible sea la imaginación personal, seguro no llega a esas fibras de alguien que es capaz de secuestrar, de torturar, de tener la frialdad para amenazar a una familia.

Y el segundo salto de la imaginación es hacia algún escritorio de algún ministerio público donde se van amontonando casos que no llegan a las primeras planas, que no merecen las declaraciones de funcionarios, bueno, que ni siquiera merecen ser tomados en cuenta, que son archivos que quizá amarillan ya del tiempo que llevan esperando...

Y sé, como todos los chilangos, que es tanta nuestra vulnerabilidad y fragilidad, que es tanto nuestro miedo, que preferimos cerrar los ojos, preferimos seguir adelante, murmurar, como auténticos marxistas guadalupanos, "que no me pase nada, que no le pase nada a mis amigos, a mis seres queridos".

Vamos con la guardia arriba, pidiendo vivir en nuestra burbuja de preocupaciones cotidianas, de esas pequeñeces en que se nos va el día y con las que nos sentimos afortunados: ¿cuándo es mi corte de tarjeta?, ¿será soltero o casado? Ojalá sea soltero, ¿quién ganará en el futbol?, el perro me está viendo con cara sospechosa, ¿será que ya se hizo en la sala?...

miércoles, 29 de julio de 2009

Denunciar, ¿ante quién?

Ayer cayó en mis manos el reglamento para conducir un taxi. Son recomendaciones sencillas, realmente, nada del otro mundo: manejar con cortesía, tratar con respeto a todos los pasajeros, evitar manejar en estado de ebriedad, no fumar mientras se maneja. Aunque había un punto que sobresalía y que era una invitación a ser un buen ciudadano, prestando atención a conductas delictivas, en especial las violaciones.

Hasta ahí, todo bien, y si la mitad de los conductores en el país (y no sólo taxistas) siguieran esas mínimas normas de cortesía, nuestra vialidad sería otra. Sin embargo, en el punto de apoyar a las autoridades es cuando uno se da cuenta de cuánto nos hemos acostumbrado a vivir en un tejido social roto: ¿Denunciar?, ¿con quién?, ¿a qué instancia?, ¿de verdad sirven de algo las denuncias?, ¿cómo sé que mi denuncia no caerá en el archivo muerto del bote de la basura? Peor aún, ¿cómo sé que a quién estoy denunciando no está coludido?, ¿me vuelvo más vulnerable si denuncio?

Cerrar los ojos ha demostrado ser la peor de las tácticas y la más dañina a largo plazo; y al mismo tiempo, tenemos los ojos demasiado abiertos sobre las acciones de nuestras autoridades, que dejan al jefe Gorgory de Los Simpsons en calidad del Rey Salomón.

Día a día vemos pequeñas infracciones que van minando nuestra convivencia. ¿Voy a denunciar a un conductor que se pasa un alto o maneja mientras habla por el celular, cuando la "autoridá", desde su patrulla, hace exactamente lo mismo? Eso, cuando no hay de por medio un influyentismo patente, donde los policías se hacen los desentendidos: BMW's que dan vueltas prohibidas, Mercedes Benz que se pasan los altos o invaden el carril del Metrobus, Hummers que van en sentido contrario, porque saben que aquí todo se puede resolver con las palabras mágicas: "Usted no sabe con quién está hablando".

Nuestra capacidad de sorprendernos siempre pareciera estar puesta a prueba. Casos como el News Divine, donde el trasfondo del tema era la extorsión de los padres de los adolescentes, pero que dejó a 12 muertos, no ayuda a fortalecer la imagen de las autoridades. Igual de graves los casos de la guardería ABC de Sonora, que ya suma 49 víctimas, así como el secuestro y asesinato de Silvia Vargas y Fernando Martí, cuyos padres verbalizaron toda la frustración que se puede sentir ante esta situación es dos frases que fueron dos golpes de guante blanco: "¿Eso no es tener nada? Eso no es tener madre" y "si no pueden, renuncien".

No soy tan inocente como para creer que la indignación es suficiente, que crispar los puños y levantar la voz es suficiente. En intercambio, pido que las autoridades tampoco sean tan inocentes como para pensar que con sólo pedir confianza, la van a obtener. La confianza y la credibilidad se ganan. Y hasta ahora, por lo menos de mi parte, no veo acciones suficientes.

lunes, 27 de julio de 2009

Un mensaje (equivocado) en la oscuridad

Hace unos días, me llegó un mensaje "Voy en camino". Era encantador y lleno de promesas... el único pequeño, diminuto detalle es que... no iba dirigido a mí. Sin embargo, me sirvió de pretexto para plantearme varias preguntas, empezando por la obvia: ¿qué ha pasado con el romance?
Claro, está el que nos enseñó el cine de oro mexicano, donde Jorge Negrete cantaba al pie del balcón de la muchacha, lo cual, siendo "El Charro cantor", era comprensible; sin embargo, mi sorpresa ha sido mayúscula al descubrir a este prototipo de macho mexicano que también bailaba pegadito, cachetito con cachetito, mientras ella se derretía en sus brazos. Para que luego me digan los hombres que ellos son muy machos y no bailan.
Está también la tradición rosa Hollywoodense, donde el muchacho corre desesperado por las calles, porque de repente y sin previo aviso, se da cuenta de que está enamorado, y se presenta ante la puerta de la heroína, sin nada más que un buen discurso. E Incluso el cine europeo, con todo y su carga realista, nos ha regalado grandes momentos al respecto, ahí están todas las
estrategias de Amelie, a la luz veraniega de París.
¿Entonces?, ¿qué es lo que ha cambiado? Quizá las mujeres hemos tenido nuestra porción de culpa, porque ninguna mujer liberada puede, (al parecer y de acuerdo con el secreto de la cofradía), desear esos mensajes de "te extraño", "te quiero", "me gustas"; o peor aún, esperar flores. A mí me gustan las dos cosas, y muchas más, por más cursis (y por más liberada y emancipada que me asuma). Me gustan las flores, los mensajes, los versos (enfatizo: la
poesía no sólo es Bécquer y Paco Stanley no, no, no puede ser considerado un expositor del arte de la declamación o de la poesía).
Pero, para mi mala fortuna, los guionistas de mi vida amorosa han dejado bastante qué desear, en especial, cuando he sido, como diría el inmortal Chava Flores: "romántica insoluta". Simplemente, no he estado en la misma página de los pretensos en cierne. Por un lado, mando versos de amor vía MSM y ellos buscan o la forma más educada de darme las gracias, o, directamente, la salida de emergencia.
Y esa fue otra de mis preguntas existenciales desatadas por el dichoso mensajito equivocado, ¿a dónde van los hombres cuando desaparecen? O mejor aún, ¿por qué desaparecen? Me acuerdo que en algún momento de 2005, hubo mucha información sobre Titán, luna de Saturno y aparentemente, con una estructura que dejaba entrever la promesa de que en algún momento pudo parecerse a la tierra.
Así que, unilateralmente, decidimos mis amigas del alma y yo, que ahí iban a dar los hombres que algún día se despidieron de nosotras con la críptica frase de "te llamo", que para nosotras puede significar una siguiente cita, pero que para ellos es la forma educada de decirnos que no quieren vernos más.
Y aquí viene una tercera pregunta, ¿por qué no se despiden? Entiendo que las reacciones de las mujeres pueden ser de temer, y que haya un poco de cautela mezclado con miedo: no quieren lágrimas, no quieren reclamos, no quieren caer en el lugar común de "no eres tú, soy yo", pero optar por huir sin dejar rastro, no sólo es falto de originalidad, también demuestra una profunda falta de respeto y de educación, aunque esto es material de otro blog.
En fin, mientras llegan los detalles, las flores, los recaditos y todos esos detalles que seguro algunos despistados todavía seguimos procurando, espero de todo corazón, que Titán tenga una linda atomósfera y los que se despidieron con un "te busco después" sean felices allá...

viernes, 24 de julio de 2009

Las preguntas que nunca hice en civismo

Una de las series que más he disfrutado ha sido "El ala Oeste". Amaba esa puesta en escena, de auténtica política ficción, más heredera del mundo Disneylandia que de cualquier gobierno real, y en particular, Estados Unidos.

Los personajes estaban bien delineados, más allá de las fronteras obvias del bien y el mal: era la inteligencia lo que los movía, la pasión por el servicio y el bien común, cumplir la esperanza de los que habían dado su voto y no decepcionar a los que no habían votado por ellos. Decisiones apasionadas, sólo gobernadas por el resultado final y dejar un legado del que se pudiera estar orgulloso.

Oh si, es un mundo paralelo al que uno quisiera pertenecer, en especial, cuando uno encuentra encabezados del estilo "Pemex dará refinería al primero en donar terrenos" o "Gómez Mont reta a La Familia a meterse con la autoridad, no con los ciudadanos".

Este tipo de actitudes me hace recordar aquello de: nuestra clase política, ni es política, ni tiene clase. Reducir una decisión técnica a un concurso del que llegue primero a la pared de enfrente gana; o gritar "yo, Segob, le declaro la guerra a......." no me parece serio. Es una política de papel de china (ahora que está tan de moda el asiático país), que se deshace entre las manos.

Durante años he oído todo tipo de declaraciones, porque eso sí tiene nuestra mente barroca: amamos las palabras, amamos los discursos, las promesas, las declaraciones. No en balde somos una sociedad memoriosa para las afrentas, y si no, ahí está cualquier cena de Navidad y/o Año Nuevo para demostrarlo, con grandes frases de "tú ni me digas nada, porque acuérdate que hace 3 años, cuando estábamos en la fila del súper, me dijiste que me veía gorda".

Tengo buenos amigos que se han interesado en la política, y justamente por ellos, me freno en mis declaraciones absolutistas de poner a todos los servidores públicos en el mismo saco, porque me consta que hay gente muy comprometida con realmente un cambio, pero para mí, todavía hay misterios sin resolver, dudas que arrastro desde mis lejanas clases de civismo en la escuela, y que me daba pena preguntar para no parecer ignorante (oh si, mi pecado es la soberbia).

Y todavía me planteo las mismas preguntas: ¿exactamente cómo se fijan los sueldos en la burocracia, con qué criterio, todos estos recursos son transparentes o cómo se conforman las cajas chicas?, ¿por qué no se puede reformar el sistema de justicia mexicano?, ¿por qué hay gente que está en una cárcel esperando el juicio, cuando se suponía que uno es inocente hasta que se demuestra lo contrario, y por lo tanto, sólo debería privarse de la libertad hasta que ya haya una sentencia?, ¿por qué a alguien le pueden dar 6 años de cárcel por robarse un peluche y no hay responsables cuando mueren 48 niños?

¿Exactamente qué hace un Ministerio Público, cómo trabaja, a quién le rinde cuentas?, ¿por qué ir a la delegación es una amenaza y no una instancia eficaz para la resolución de conflictos?, ¿por qué los policías le hacen la competencia a un semáforo con silbidos, movimientos de mano, mentadas (oh si), pero no detienen a los conductores que van hablando por el celular mientras manejan o que efectivamente se pasan un alto, o dan vuelta en lugares prohibidos?

Son mis misterios cotidianos. Mis preguntas constantes... ¿alguien más las comparte?

jueves, 23 de julio de 2009

Miénteme, miénteme que algo queda

Antes veía las series de televisión para distraerme de la cruda realidad. Ahora las veo para obsesionarme. ¿El caso más reciente?: "Miénteme" (Lie to Me) La trama es lo de menos (un grupo de investigadores que se dedican a desenmascarar, con puro método científico, las mentiras de los demás), pero no puedo dejar de pensar en un dato que dieron (y, aparentemente, real): en una conversación de diez minutos, una persona dice en promedio tres mentiras.

No hablamos de estafadores, ladrones, y no, tampoco de políticos profesionales (lo siento, pero esa profesión está muy desprestigiada): conversaciones normales, las que sostenemos día a día en nuestros círculos, cercanos o lejanos, pero -eventualmente- con gente a quienes no tendríamos a quienes mentir... o al menos, no demasiado. Llevo días con la duda: ¿sobre qué tanto podemos mentir?, ¿de qué queremos mentir?, ¿y a quién le mentimos tanto?

Seguro tendremos las mentiras cotidianas, las que nos decimos a nosotros mismos ("pues no, no me veo tan gorda con este vestido"), y las que decimos que son "verdades a medias" porque en realidad, son para no lastimar a alguien, y que pueden abarcar desde el consabido éxito taquillero: "no eres tú, soy yo" hasta la siempre adorable excusa: "mamá, voy al cine y me voy a tardar, no sé a qué hora voy a regresar" o, la que hemos dicho en alguna Navidad o cumpleaños: "me encantó el sueter verde limón".

Por supuesto que hay mentiras que nos dicen y estamos dispuestos a creer: "nadie me ha hecho sentir como tú", "te amaré toda la vida", e incluso las más perversas o trilladas, del estilo: "es que mi mujer no me entiende, en cambio, contigo es tan distinto".

Además, están las mentiras laborales, las que decimos porque puede estar en peligro nuestra sobrevivencia o porque es la marca de cualquier burocracia que se respete y que pueden condensarse en dos grandes vertientes: "el licenciado no está", y el siempre presto: "me da mucha pena no poder ayudarle, pero ya ve cómo son estos trámites".

Una de mis favoritas es la que escuché en el metrobus: "te juro que estoy aquí abajo, esperando que llegue el elevador", y todos dirigimos una sesgada mirada de reproche al emisor de tan bonito mensaje, quien todavía se bajó 3 ó 4 paradas después de aquella aseveración.

Ahora, quizá en México veamos con mayor naturalidad estas mentiras o medias verdades porque también es más permisivo nuestro límite entre la ficción y la realidad, una frontera que no siempre está clara, y que nos regala imágenes delirantes de un camión lleno de gallinas atorado o volcado en carretera, helicópteros que caen enmedio de avenidas, caballos que corren desbocados hasta estrellarse con un taxi, elefantes que se fugan del circo y terminan en medio de una carretera, manifestaciones públicas a favor o en contra de alguna justa causa social y que deja a una marea detenida de automovilistas durante ocho horas...

¿Qué hacer entonces?, ¿será cierto lo que decía Jack Nicholson en "Cuestión de Honor"?: "¿La verdad?, ¡Ustedes no pueden manejar la verdad!" El problema es que el último que se fugo a la tierra de Nunca Jamás, no le fue precisamente bien... Quizá por eso la realidad deba venir mejor en pequeñas dosis.

martes, 21 de julio de 2009

Una poderosa idea fija

Todo mundo piensa en él: cómo obtenerlo, cómo tener más, dónde encontrarlo. Y no, no estoy hablando de sexo. Eso sólo pasa en Manhattan, la ciudad que nunca duerme, si le hacemos caso a Carrie Bradshaw. En realidad hablo de algo mucho más material y tangible: el dinero.



¿Por qué es tan difícil establecer una relación razonablemente sana con el dinero? Y la situación se complica cuando hay una relación amorosa de por medio.



Supongo que para los chilangos treintañeros, el tema de la crisis debió habernos encontrado con la guardia mucho más arriba que a nuestros pares de economías desarrolladas, entre otras cosas, porque para nuestra generación, la crisis no "llegó": nunca se ha ido de nuestras vidas.



Pero, evidentemente, no nos distinguimos por anticipar los duros golpes de la vida, y los efectos han sido devastadores: ahora más que nunca atesoramos nuestros empleos, vemos con desconfianza a las tarjetas de crédito y pasamos las noches, en vez de contando ovejas, pensando cómo liquidar deudas.



En mi caso, también hubo un golpe intenso en mi vida amorosa. Mis dos últimos intentos de pretendientes naufragaron por cuestiones groseramente materiales: uno no tenía dinero (entre otras cosas porque tampoco tenía trabajo, y después me cayó el veinte de que no estaba necesariamente esforzándose por conseguirlo), y el otro tenía trabajo pero con finanzas totalmente desvieladas.



El tema del dinero ya es de por sí escabroso, pero además, y para seguir fieles a nuestra tradición de sufrir todo lo posible, le agregamos la culpa: culpa si uno gasta de más, culpa si el que gasta es el otro, culpa si una gana más que ellos, culpa si una se fija en el precio de las cosas. Hay una especie de condena social en a quien toque el tema, e incluso levantar las cejas en señal de reprobación ante una cuenta mucho más onerosa de la esperada puede conllevar un ácido comentario de "es que eres bien agarrada" (o coda, o algún otro adjetivo hiriente).



Por supuesto no promuevo la manirrotez. De hecho, soy una convencida en endeudarse lo menos posible, porque no hay dinero más caro que el que no se tiene, pero sí me pregunto, ¿por qué la culpa?, ¿por qué la pena? Supongo que en parte es por un modelo muy consumista, donde el amor se equipara lo que se da, y fijarse en una cifra es como descalificar el cariño del otro.



Quizá el primer paso para tener una relación más sana con nuestro dinero parta de los mismos principios para tener una relación sana con otras personas: cultivar una buena comunicación (no dejes que tu dinero sólo diga "adiós"), planificar (si somos capaces de decidir qué película queremos ver la próxima semana, también debemos saber a qué vamos a destinar nuestros recursos), y así como podemos guardarnos algunas opiniones para no herir susceptibilidades, también podríamos guardar algunos pesitos como ahorro.



Y recordar que la culpa mata a cualquier amor, así que a la próxima que los precios me parezcan caros, no me guardaré mi levantamiento de ceja.

lunes, 20 de julio de 2009

Cambio 3 B's por 3 I's

Después de varias citas desastrosas, de respuestas absolutamente increíbles, que dejan a Homero Simpson en calidad de filósofo postmodernista imaginativo con su salida de "Mira Marge, mi amor es el mar, conozcamos a otras personas", he decido cambiar el molde de mujer soltera chilanga regida por las tres "B's": Buena, Bonita y Bruta.
No es que ahora me tumbe en el sofá y me dedique a fugarme a un mundo paralelo. Tengo deudas y cuentas que pagar, incluyendo a Hacienda que hace el favor de ocupar el papel de marido y quedarse con parte de mis quincenas.
Así que seguiré siendo la ciudadana modelo que he sido hasta ahora, sólo que ya no quiero entrar en el esquema que con tanta devoción nos ha inculcado el cine de oro nacional.
Empecemos por la bondad (la buena de buenez es una categoría aparte), y aquí entra en escena doña "Marga López" y toooooooooodas las madres que interpretó en el cine, una tribuna desde donde nos conminaron a ser más buenas que el pan integral. Buenas hasta la pared de enfrente; y que no es otra cosa que ser un tapetazo de lujo, porque hay que tragarse las penas, perdonar todos los defectos, ser un pilar de fortaleza para todos los que busquen refugios, nunca, nunca, nunca emitir una queja o armar una bronca, y centrar toda la vida en los otros, porque las mujeres no tenían más que ocuparse de las necesidades de un tercero, llámese marido, padres, hijos, perro de la esquina o cualquier otro ente.
La segunda "B" es la de bonitas, porque las bonitas siempre se quedan con el galán. Ahí, más que el cine mexicano, que tuvo una etapa en que ser gordibuena era lo de hoy, nos fastidió Hollywood y su modelo "anorexic style". Hay que comer sólo ensalada, beber dos litros diario de agua y olvidarse de los postres. O pedir pero no comerlo, como hacía el personaje de Uma Thurman en "La Verdad de los perros y los gatos"
Y aparentemente, también hay que ser brutas, y como ejemplo ahí está Bridget Jones, la de la película, que tiene poco qué ver con la versión un poco más cínica que la del libro. A mí me cae bien Bridget Jones, pero hay momentos en que no entiendo qué hace un abogado exitoso y aparentemente listo como Mark Darcy con ella!
En fin, dado que las tres B's no me han funcionado, y para prueba está mi desastroso historial amoroso con finales de: "no eres tú, soy yo" (ajá), "es que tengo miedo de iniciar una nueva relación" (Oye! Miedo si fuera yo de la banda la flor), "no sé si estoy dispuesto a entrar a otra relación" (si lo piensas, no estás dispuesto, no pierdas más tu tiempo y el mío), "yo berrinchitos no voy a aguantar" (perfecto, yo tampoco); he decidido que optaré por el modelo de las tres "I's": Inteligente, independiente e Interesante. Creo que es como pasar de ser empleado a ser tu propio jefe. La idea me gusta.