jueves, 11 de octubre de 2012

Cuando una cosa es otra cosa

El problema real es saber determinar si uno es raro, excéntrico o aplica para ese fino lugar de contención que es el hospital psiquiátrico.
Mi tía Esfrotina, sin ir más lejos: para ella la comodidad misma es ir por la vida con el cabello recogido en un modesto chongo, el cual tiene la particularidad de ser también nido de Pinocho, su periquito verde que de puro pasmo, nunca ha dicho una sola palabra, pero tampoco vuela, así que ve el mundo desde lo alto de la cabeza de mi parienta.
 ¿Esto es excéntrico? No, definitivamente "son visiones". Aunque, todos seguimos el mudo ejemplo de Pinocho y todavía nadie tiene la valentía para decirle a Esfrotina: "Ay, quítate ese animalejo de ahí, que nomás estás dando vergüenzas".
En otro extremo mi tío Osofronio (el mayor, como canción de Chava Flores). A él le encanta decir a cuanta alma viviente le presentan que prefiere aguantar 14 horas de carretera antes que subirse a un avión, esos inventos modernos que se hicieron para estafar gente y para hacernos creer que todo está lejos.
¿Excentricidad? Tampoco. Más bien es su perenne pereza de moverse del sillón donde sí es capaz de estar 14 horas viendo televisión, comiendo cacahuates y espantando a sus nietos.
Mi papá, que está a dos pasos de ser un alma santificada, cree que la excentricidad sólo puede ser de los ricos, quienes son capaces de inventar cosas rarísimas, como pegarle a una pelotita desde un caballo, tratar de meter un gol con medio cuerpo en el agua, o comer ostras rociadas con polvo de diamante; él que va buscando encontrar un billete tirado en la calle, y cuando la fortuna le sonríe, se desconcierta, lo recoge y piensa qué le va a quitar la vida por darle gratis esos 100 pesos abandonados en la banqueta.