lunes, 12 de diciembre de 2011

¿qué tienes?... "nada"

- No, hija. Los hombres pueden tener muchos defectos, pero al menos cuando les preguntas qué tienes, no te contestan "nada". Ni a mi madre le aguantaba esas respuestas- mi tía Galatea sorbía su mezcal y me dirigía una sonrisa cómplice.
No sé si lo decía en serio o sólo para reafirmar su posición de mujer liberada frente a los ojos de mi abuela. Bueno, en mi casa, tomar el café sin azúcar ni leche ya basta para ser tildado de izquierdoso, y usar escote para que se levante la ceja de forma reprobatoria.
Así que caballeros, sepan que lo sabemos: nos damos por enteradas de su desesperación cuando nos preguntan "¿Qué tienes?" y contestamos con esa palabra que ni el propio Sartre sospechaba de la dimensión que puede alcanzar en los labios de una mujer. "Nada", acompañada, invariablemente, de una mirada al vacío y brazos cruzados.
¿Por qué contestamos así? Ah, esa es la belleza de todo esto: los sentimientos no son democráticos: son una profunda dictadura. Y el silencio es el camino seguro al Gulag sentimental. Con la suerte que hay boleto de regreso (algunas veces).
Y aún en la peor de las dictaduras, hay señales muy claras. Al menos, conmigo: cuando estoy entusiasmada por un prospecto romántico, me acuerdo de versos y poetas a la menor provocación y dejo de buscar compasivamente chocolate. Y cuando la cosa no funciona, se me acentúan las ojeras y empiezo a hablar del riesgo del invierno nuclear (y claro... contesto "nada" cuando me preguntan qué pasa).
Para mi tía Galatea lo peor de traer el corazón maltratado (roto no... afortunadamente) es que cada vez se vuelve más resistente y menos propenso a dejarse sorprender.
- A ver hija, la cosa es muy fácil. No son promesas de campaña: que se mantengan el contacto, expresen su afecto y demuestren que eres importante. Y acuérdate que todos los hombres tienen un Jorge Negrete en modalidad intensa, porque se les olvida que el charro, lo que sea de cada quien, al menos le cantaba a la muchacha que le gustaba. Así que usted no sea como Marga López: nada de llorar en lo oscurito, y por favor, no quiero respuestas de "nada".
Juro que estoy tratando, pero es tan difícil quitarnos lo que está en nuestra naturaleza.

Un poco de palabras para pasar el tiempo

A veces me gustaría de verdad tener talento para escribir. Ahora lo hago porque es un gran sustituto del Prozac y porque así me evito la terapia. Tengo más de los 140 caracteres de rigor con el que nos estamos acostumbrando a interactuar. Además, para destilar un poco de veneno, sólo es necesario agrupar palabras, igualito que en química (un campo donde todo deja rastros y pueden acusarte por homicidio. En las palabras, bueno, te pueden acusar de ignorante, de faltar a la sintaxis y hasta de mal gusto. Salvo la muerte civil, no es tan grave, y aún con la huella electrónica, uno siempre puede aducir una mala noche, una falta de prudencia al momento de agarrar el teclado, y mejor aún, "esa cuenta no es mía")
También me gustaría tener talento para poder escribir, si no los versos más tristes, al menos algunos aceptables. Los chilangos ya nos hemos acostumbrado a la mala prosa. Entre tanto claxonazo, flechas que no conducen a ningún lado, semáforos manipulados por policías, y un lenguaje urbano que hace pensar que Tarzán podría lanzarse como orador invitado, se nos ha olvidado la sutileza de las palabras, la caricia de las conversaciones, la suavidad de oraciones.
Hablamos de poesía y todos ponemos los ojos en blanco. Culpo en parte a Bécquer (bueno, a él no, él qué culpa... pero ¿qué tal los maestros sin escrúpulos que nos lo recetaban como si fuera aceite de hígado de bacalao) y culpo en mucho a Arjona, quien nos hizo creer que rimar "hemodiálisis" con "corazón" era meritorio.
Total, que me encuentro aquí, con mis palabras limitadas por sí mismas, sin saberse ubicar en malas rimas. Seguiré trabajando como alquimista, en la oscuridad, porque ya bien es sabido y nos han advertido, que un mal poema amoroso es todavía más letal que una carta del SAT, (Señor, que a Arjona nunca le den ese trabajo, por favor, porque es capaz de empezar: "Usted tan contribuyente y nosotros tan administrativos..."

domingo, 11 de diciembre de 2011

El labio herido

Ojalá supiera fumar, para equilibrar el cigarro y envolverme en una nube de humo, mientras entrecierro los ojos y miras la cicatriz, apenas visible, en el labio inferior. Es pequeña, como si la hubiera causado el filo de unos dientes al final de un beso, o como si hubiera resbalado suavemente el peso de una navaja en el lado equivocado.
Tendrías que mirar con mucha atención para ver la casi imperceptible grieta sobre la piel. No es dramática como aquella vez que me caí en la calle y me dolió el orgullo porque me había raspado las rodillas como una niña de ocho años, y tú me consolaste con un helado (sí, Freud tendría mucho qué comentar). O como aquella vez que te quemaste con mantequilla caliente y el ámpula te duro casi tres semanas y yo me sentía culpable por comer pan francés en las mañanas.
Veo mi reflejo en el espejo matutino. Las ojeras cada vez más profundas, los ojos más cansados de su miopía, y esa pequeña herida un poco más roja que el resto de la piel.
Me gusta creer que me da un aire de mujer peligrosa. Por un segundo supongo que un asesino que sonríe por primera vez, y se encuentra con un breve dolor que le causa un poco de sorpresa y otro poco de frustración por darse cuenta que algo tan banal, tan inocente como una mueca amigable, pueda causar una herida inadvertida para el resto, aunque deja un suave rastro de sangre en forma de corazón sobre el pañuelo con el que te dije adiós...

domingo, 6 de noviembre de 2011

La llave perdida

Hay un momento en que uno es joven, con la dicha de ni siquiera saberse joven. Entrábamos con la arrogancia a los laberintos de reforzar la memoria, una y otra vez. Recitar fechas, hechos, diálogos de películas, teléfonos de los amigos, canciones nuevas y las coreografías de Michael Jackson. Oigan... tiene algo de mérito.
Ahora, con tanta tecnología que facilita la vida, me encuentro con que no me acuerdo de contraseñas esenciales para iniciar el día: el NIP de la tarjeta, la computadora del trabajo, el código para poder usar el teléfono. Hay veces en que ni siquiera sé cómo llegué a la página que estoy consultando.
Eso es cuando todo funciona razonablemente bien y el olvido es un pequeño tropezón de la memoria. Un mal rato que me juegan las neuronas (ah, ellas tan simpáticas; aunque no tanto como el sistema nervioso central, al que se le encanta ponerse a bailar, en forma de micro espasmos notables e incontrolables, cuando veo a alguien que me gusta).
Cuando las neuronas de verdad, se van por la verdad tropical, ¿quién nos salva de la sensación de indefensión cuando nos olvidamos completamente de la palabra mágica, el número secreto para abrirnos las puertas de la cotidianidad? Si de verdad somos observados por una sociedad infinitamente más inteligente, seremos el hazmerreír cuando nuestro primer instinto es: escribir una y otra vez la clave incorrecta. Si no funcionó en los cuentos de Alí Babá y los 40 ladrones, donde un pobre tipo no podía salir de la cueva y empezaba con "ábrete, ajonjolí; ábrete, almendra; ábrete, coriandro" ¿de verdad nos va a funcionar a nosotros?
La segunda opción empieza a tratar, una y otra vez, de obtener resultados distintos siguiendo el increíble patrón de ponernos frente a la máquina maldita y preguntarnos (le) "mmmhhhh, ¿cuándo fue la última vez que lo usé?... estaba... frente a un café... y me llegó la cuenta... y me fijé mucho que eran 438 pesos... ¿será que 438 es la contraseña? Suena a algo que haría... aunque... quizá no, porque seguro se me iba a olvidar que ésa era la contraseña" Y ponemos el 438, que, por supuesto, tampoco funciona.
Y, claramente, el tercer punto es invocar una deidad superior: va desde los dioses olímpicos hasta Steve Jobs "Por favor, favor... ¿qué era lo que tenía que poder?". Lo mejor de este punto es el que siempre llega y te pregunta, con voz autosuficiente: "¿qué no escribiste la contraseña en algún papel?". Dan ganas de contestar. "Sí, sólo hago esto para tener de qué platicar".
Lo cierto es que ahora tengo perdidas tantas contraseñas que ya no sé ni cómo acceder a mi memoria. Con mi suerte, seguro me encuentro de frente al Minotauro...

sábado, 5 de noviembre de 2011

¿Será tan terrible como parece?

Antes le tenía miedo al invierno nuclear. Ahora, con más años y más experiencia... mis temores por supuesto se han incrementado. Culpo en parte a Hollywood por ello: ¿de verdad, de verdad todo terminará sin que Terminator intervenga? Entre el calentamiento global, los virus, la codicia de Wall Street, el hacinamiento, el soilet green... Todo en un mágico fin de semana.
Cuando era un ser analógico y feliz, todo pasaba muy lejos. Pero claro, entré en la ondita de querer más y más entretenimiento, más diversión... y ahora, no quiero ni salir a la calle... Para colmo, ayer iba yo tan contenta en mis pensamientos (si, chilangos, sí: se puede ir en metrobús y aún así, estar en el mundo paralelo y feliz que ya hubiera querido Dorothy), cuando aparecieron de la nada, dos gemelos, páaaaaalidos y rubios, que se movían entre desconcertados y tratando de pasar desapercibidos con sus suéteres rojo pasión y azul chiclaminoso.
Hice un esfuerzo por no saltar rápidamente a su encuentro y preguntarles cómo era el futuro. Juro que traían cara de haber caído por error... aunque claro... frente a ellos estaba aquel chavo vestido de gótico y una chica con el pelo pintado de azul... eso sin mencionar a un grupo compuesto por 4 tías gordas, 12 niños y un bebé que se la pasó llorando. Supongo que la chica que iba sentada junto a ellos iba a protestar... pero ella estaba escondiendo un xoloscuincle en su morral, así que tampoco tenía demasiada autoridad moral.
Total, que los viajeros del futuro huyeron antes de que pudiera saber si el mundo post apocalíptico que nos ha regalado Hollywood con singular gracia, es verdad... o, si por el contrario, ya no hay forma que esto empeore y a lo mejor empezamos a vivir -ahora sí- en la ciudad de los Palacios. Digo, Homero llegó a construir un mundo donde llovían rosquillas. Yo me conformo con que acaben la línea 12 del metro. Ya de la Estela de Luz, mejor la dejamos para otro futuro...

martes, 27 de septiembre de 2011

Después de la tormenta

Oh, si, qué haríamos sin esas frases hechas, esas píldoras de sabiduría que nos demuestran lo que sabemos: somos una raza orgullosa del pulgar oponible, pero no tenemos imaginación. Porque, enfrentémoslo: el primero que vio la tormenta, y murmuró: "No importa, llegará la calma" fue un visionario. El segundo, fue copión y el tercero, seguro fue el que generó el gen "Arjona" que hasta la fecha debemos padecer.
A mí las frases hechas siempre me han gustado. En mi familia las tenemos como Vitacilina: en la casa y en la oficina. Las usamos para todo y nos sorprendemos que nos dirijan miradas matadoras cuando las decimos.
Quizá la única excepción era mi tío Gurmesindo, quien conducía un Valiant al que le sonaba todo, menos el claxón y el radio. Fue el primero que me dijo: "mijita, huye de los que se las dan de poetas y te salgan con aquello de "Tantas noches la besé bajo el cielo infinito". Casi siempre usan el amor como pretexto para ponerse unas borracheras brutas, no bailar y hablar como si les estuvieran apretando el colón con la ley Impositiva General".
A mis tiernos 10 años no entendí muy bien. A estas alturas del partido, estoy tentada a levantarle un altar pagano en el Zócalo capitalino.
Total, que después del azote, (el cual invariablemente va acompañado de tequilas y canciones de Lupita D'Alessio, no, no me miren así, cada quién sus perversiones), viene también la calma emocional. Una se da cuenta que ni es para tanto, ni es para siempre. Otra frase hecha, ¿qué quieren? Viene como anillo al dedo.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Hay un momento...

En que quisiera saber si de verdad estoy haciendo algo de mi vida. ¿Es tan egoísta buscar la trascendencia?, ¿es tan mediocre esperar que el día transcurra sin sobresaltos?, ¿es idealista querer que llegue la noche para dormir sintiendo tu aliento?, ¿es tan triste considerar que algún día llegará el deterioro y la muerte?
A veces me gusta ver las noticias en la noche, para saber que en Australia cumplió su promesa de tener un nuevo día. Saber que la eternidad no empieza un lunes, (al menos, no para los poetas, sino para nosotros, que vivimos en prosa) trae un cierto consuelo. Un poco agridulce, como tomar chocolate con chile o mango con salsa de ají.
También me gusta que llueva los domingos, porque no tengo que imaginarme ardides para emboscar la melancolía; sólo llega y se instala, con la misma rutina con la que llega el día de comprar comida, lavar la ropa o lavarse los dientes.
Toda esta palabrería para decirte que te extraño. Que a veces sueño contigo. Que veo tu rostro afilado de dieciséis años, cuando toda la vida era idealista y una promesa de nuevo día. Pero así es envejecer... ver pasar los años, y considerar que la medianía de la vida consiste en saber que nunca volveremos a ser jóvenes, que la ambición se concreta en no despertar con agruras y recordar que hay un lunes en que empieza la rutina... no la eternidad.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Somos los bárbaros

Vemos por encima del hombro, con una mirada de distante autosatisfacción, a Bogotá, una ciudad que logró reeducarse para andar por la vía pública. Ja! Pusilánimes.
No saben la satisfacción de sucumbir al caos.
No somos París. Caminamos por las calles sin ver. No reconocemos la maravilla, no tenemos capacidad de asombro o abstracción. No sabemos qué es ser una ciudad de los palacios.
Somos los bárbaros. No nos transportamos: nos defendemos unos de otros, con las armas que tengamos a nuestra disposición: desde nuestros 206 huesos hasta los dos mil kilos de hummer con los que nos permitimos pasarnos las luces rojas, ignorar los pitidos de un pobre asalariado o meternos en una calle a la que hemos decidido inaugurar como vía rápida.
Un segundo deja de ser una fracción de tiempo y se convierte en el territorio conquistado. Entre una luz amarilla y otra, que nada se interponga en mi camino, sea señor con bastón, perro correteado o un balón perdido.
No respetamos ni la ley de gravedad. Lo único que puede interponerse en nuestra desenfrenada vía es un bache o un tope, deidades modernas que nos obligan a detenernos; entonces, ¿cómo se atreven a pedirnos que actuemos como si tuviéramos leyes?
¿Por qué me piden, a mí, peatón, el último eslabón de esta impía cadena alimenticia, que cruce por los pasos de cebra, que voltee a ambos lados de la calle, que vaya atento en vez de traer la mente adormecida con la música que me lleva a otra parte?
¿Cómo se atreven a decirme, a mí, dueño de los caminos de concreto, automovilista avezado donde los exista, que deje el teléfono, mandar correos, estar perpetuamente conectado a los otros? Puedo hacer varias cosas a la vez, ¿qué no lo ven? Es mi sentido de fina ironía lo que me salva de caer en el marasmo de la desesperación, ver con autosuficiencia a los jodidos que van por el transporte público, o en bicicletas... ja! Perdedores.
¿Cómo se atreven a decirme a mí, heredero de la cultura ecológica, ciclista que busca recobrar la grandeza de este transporte, que no ande por las banquetas, que tenga cuidado de los peatones, que cubra mi vehículo de luces para ver y ser visto? No entienden que la discreción es mi motivo de vida.
¿No entienden que somos los bárbaros? Hemos sepultado aquello que implicaba ser culto y ciudadano. Nos hemos ganado el derecho de ir por donde nuestro capricho nos lleve. No le debemos nada a nadie.

viernes, 15 de julio de 2011

No me puedo traicionar

Y yo quisiera, de verdad, esconderme entre mis propias sombras y traicionar mis más sagrados principios. El primero con el que terminaría sería mi pasado analógico. Olvidar que en la casa de mi niñez no había horno de microondas, control remoto para la tele o que los discos eran LP's (y libré verdaderas batallas campales para tener derecho a "mis" propios gustos musicales, porque para mis padres, la única música escuchable y digna de entrar al sacrosanto hogar era Toña la Negra).
Ahora, me parece tan natural ver el Ipod (mi amor más profundo, después del café), el teléfono celular, ¡Redes sociales!, computadoras que caben en una bolsa.
El problema es que comienzo a desarrollar una bipolaridad preocupante: Mientras una parte mía entra con total desparpajo y naturalidad a abrazar la tecnología, mi yo analógico se asombra: ve esas manifestaciones con reverencial temor y está a tres minutos de empezar a levantar altares paganos para dar gracias por la llegada del e-mail, y poner ofrendas para que el Dios Google no descargue su furia (y además me puede encontrar con Google Maps)
Quizá todo es cuestión de empatía. En cuyo caso estoy frita, porque Google + se mueve en círculos, y claramente, soy un bloque para entenderlo. Así, creo que es imposible nuestro amor...

miércoles, 29 de junio de 2011

La elegancia del adiós

Sospecho que los únicos besos que me quedan son los de despedida. Flotan en los labios -suaves, inseguros y tímidos - acomodados en la distancia, donde un kilómetro puede anidar un continente.
Hay algo de ternura terminada, de rumbo perdido. No hay nada que anticipe el adiós final. No son besos de andenes de tren, cuando los viajeros se apretujan contra una maleta donde llevan tres mudas de ropa y dos libros. No son tampoco de aeropuertos, antes del primer arco-delsegundoarco-deltercerarco-de seguridad, bajo la mirada recelosa de un policía, nunca suficientemente desconfiado, porque quizá en ese beso hay un gesto oculto, un mensaje que debe ser descifrado.
Mucho menos los adioses de carreteras infinitas.
No, los besos de despedida se pueden dar después de un café, cuando cae despreocupado en la mejilla diciendo "chau, te busco después", o cuando después de un silencio, te das cuenta que las llaves las dejaste en otro saco, o que el horario de la película estaba mal. Hay tantas despedidas, que contarlas sería imposible.
Por eso... a veces, trato de olvidar besarte, para no recordar que nos dijimos adiós hace tanto, tanto tiempo...

lunes, 27 de junio de 2011

Un problema sin importancia

El problema de ser groupi es el mismo que el malvado de la película: rara vez te quedas con el objeto del deseo.

Echas porras, pones ojos de borrego, nomás falta que tengas un camión de acarreados (ejem, ejem, perdón: de ciudadanos dispuestos a tomar apoyos vehículares para expresar su amistad, qué digo amistad, amor incondicional a un ser humano en quien ven un hermano y guía espiritual), para que al objeto deseado no tenga la menor duda de que realmente, tú y sólo tú, eres capaz de entender la dimensión del milagro que representa.

En mi casa polulan los ejemplos desafortunados sobre ese tipo de historias amorosas. Casi podría decir que provengo de una larga estirpe de solteras pero se prestaría a que más de uno, levante la ceja en señal de desaprobación, (y más de otro salga a querer lavar el honor de la familia, que francamente... ya está bastante más allá de la posible redención. Eso nos pasa por tener nopal genealógico y demasiadas ardillas que se comieron explicaciones que ahora son sospechosas).

En fin, que se me ocurre que nos gusta lo de ser groupis porque es la nueva forma de revivir el romanticisimo decimonónico. Sé que nadie le gustaría morir de tisis, ante los ojos del galán; o salir con una frase del estilo "es que te amo, pero lo nuestro es imposible y por eso me voy a cazar marsupiales al fin del universo".

No, es mucho más elegante poner ojos de borrego y esperar que el objeto del deseo diga "esta chica... tiene potencial". Claro que... en mi caso... me dicen "¿te entró una basurita o por qué me miras así?".

Y no soy la historia más desafortunada. Tenía una tía que era tan, pero tan romántica que siempre estuvo enamorada de su vecinito, porque "le brillaba la mirada", luego supimos que era exceso de sal y murió de hipertensión... Oh, el fin de la poesía

viernes, 6 de mayo de 2011

Luces de Navidad

- Entonces, mami... ¿cuál te gusta?
Ella tenía la cara ligeramente redonda, con unos lentes de pasta que llegaban casi a la punta de la nariz chata. Llevaba los labios pintados de rosa suave. Él la sostenía de la mano, como si llevaran muchos años de novios y no más de 15 años de casados. Con una camisa estampada floreada que no alcanzaba a disimular sus gustos por los chicharrones con guacamole y la cerveza.
- La que quieras, papi- contestó sin levantar la mirada de la vitrina. No es por nada, pero me había esmerado mucho en desplegar todas aquellas luces de fiesta en toda su gloria.
- No, mami, la que tú quieras
él le sonrió como si fuera adolescente
- Pues... a mi me gustan las doraditas
Hizo el ademán de sacar la cartera, pero ella lo detuvo con dulzura
- Pero, ¿cuál te gusta a tí, papi?
- Pues las azulitas, para la ventana
- Ay sí, papi... Están muy bonitas, aunque, esa ventana todavía se atasca
- Bueno, mami, sí, pero es por el cortinero
- Sí, papi- ella suspiró mientras yo desconectaba las luces elegidas para envolverlas- pero tú me dijiste que ibas a arreglar el cortinero
- Si, mami... aunque no he tenido tiempo
- Pues no, papi... ¿cómo vas a tener tiempo si estás sentadote viendo la tele?
Dudé en seguir envolviendo las luces
- Bueno, mami, tú tampoco te pierdes la telenovela
- Sí, papi, pero yo al menos aprovecho y plancho mientras la veo
- Bueno, yo no diría... ve nomás, mami, cómo traigo esta camisa
- No me eches la culpa, papi. Estaba bien acomodada en el clóset
- Sí, ahí arrumbada. Igualito que la cocina, mami
- ¿Osea que me estás diciendo, papi?
Yo ya había dejado de envolver. Sentía que mi única obligación era concentrarme profundamente en cómo las series se prendían y se apagaban frente a mis ojos.
- Nada, mami, que a lo mejor podrías ser más dedicada a tu casa.
- Seguro esas ideas te las está metiendo tu madre, papi.
Levanté discretamente los ojos para asegurarme que ella no lloraba
- Mami, sólo digo
- Claro. Seguro que dice que soy una conchuda y no te trato bien, papi; pero tú también me tienes bien abandonada
Ví, a través de la vitrina, cómo se tensaba
- Bueno, mami, es que luego te vas toda la tarde y no sé si andas de cuzca
- Yo no me iría si tú no estuvieras todo el día con tus amigotes, papi
- No les digas así, mami
- Bola de borrachos, mantenidos, papi, ya lo sabes
- Mami, me estás cansando
- Pues, por lo menos ahora ya sabes cómo me siento
Se hizo un silencio. De la nada, empezó a sonar "Blanca Navidad" en una de las series
-Ay papi, ¡mejor nos llevamos esa!
- Tienes razón, mami. A los niños les va a encantar- Y también envuélvanos esa, señorita, por favor.

Regalos para una boda (incluso una real)

No soy muy fanática de las bodas. Ni de las reales, ni de las plebeyas. Aparentemente, mi familia tampoco, ya que a casi todas las mujeres se las robaron en noches de luna llena para hacer niditos de amor y de las nubes terciopelo.
No sé si es que los galanes tenían fijación con las películas de Pedro Infante, entonaban Juan Charrasqueado, la falta de originalidad que nos caracteriza, o que las mujeres de mi familia tenían fobia a que las matriarcas les dijeran: "te voy a bordar la más bonita sábana de bodas que hayas visto en tu vida, y puedas cumplir tu deber de esposa".
Lo cierto entonces es que a mí las bodas me parecen la trampa diabólica donde, no importa que tan fino y bonito sea el vestido, casi siempre uno se ve como manchón blanco en las fotos; la tía Curcherpinda considera una blasfemia haber escogido la Iglesia del Sagrado Corazón,como si ya se nos hubiera olvidado que ahí, hace casi 40 años, vio a aquel jovenzuelo que ella creía se le iba a declarar, de la mano de una muchacha con trazas de "perdida".
Eso sin contar que muchos ven la oportunidad dorada para perpetuar esa encantadora tradición de "roperazo". Oh si, aquel cerdito de cerámica con tutú de tela que la Tía Águeda trajo de un bazar cuando fue al medio oriente (sí, de la ciudad. Ese detalle siempre lo omiten); o aquella lámpara hecha de conchitas que el tío Gulpedio trajo desde Acapulco, cuando todavía no era "ese infierno que es ahora, m'jita. Es más, mira que bonita les quedó la cara de la Virgen con sus chaquiras. Hasta parece que llora".
Sin embargo, hay oportunidades que ni mandadas hacer, como la boda de sus altezas reales Catherine y William. Pudimos haber mandando al Coloso del Zócalo con una nota que dijera "Para estrechar las relaciones entre ambas naciones, reciban ustedes este bonito presente, este recuerdo con el que conmemoramos nuestro bicentenario, para que les llene de alegría y dicha, y les recuerde que del otro lado del mar, hay un país entero que les profesa cariño y respeto".
¿Qué podría pasar? En el peor escenario, nos declaran la guerra, nos ganan y sustituímos las guajolotas por fish and chips. En el gran mapa, tampoco es tan grave, ¿o sí?

jueves, 28 de abril de 2011

La piel de los días

Hay días en que me gustaría que la piel de los días se dejara estremecer por el deseo. En la pureza total del desamparo. Sin barreras, sin defensas, sin racionio. El deseo en su forma más orgánica, más perfecta. Ese rugido que deja sordo a los relámpagos. Esa fuerza que hace que naufragen los tornados.
Rezo por encontrar de nuevo ese deseo, amor mío, que tú te llevaste. Pero los ángeles no entienden de ese Grial. Entienden de las espadas flamígeras y el peso de la justicia divina. Dar una sentencia implica reconocer lo bueno de lo malo. En eso el deseo es objetivo: devora a su paso, concluye en cenizas.
Quizá eso es lo que hace que el tiempo sea tan ajeno y tan propio. Cercano a nuestra propia vida, creyendo que lo entendemos porque formulamos teorías, como cartas de navegación de una tierra plana.
Qué importa amor mío, que no haya quién escuche las plegarias. No sé qué pidas, desde tu frontera. Sé que no pido no haberte conocido. No tener, ni siquiera una sugerencia de que convivimos bajo un mismo cielo (o giramos en la misma rueda). Qué importa si la suma de tus decisiones te llevaron a otro infierno distinto al mío...

lunes, 18 de abril de 2011

Cartas desde otro lado

Siempre te dejo notas desde la nostalgia, ese paraíso con pésima prensa. Por alguna razón todos buscan ser meridianamente objetivos: "Acuérdate de lo que te dijo", "¿qué ya se te olvido?". Sin embargo, ¿qué es la vida sin un poco de maquillaje?
Sé que no te puedo hablar desde el presente. Sería hipócrita poner, con carácteres latinos,"te amo". Ni siquiera es una mentirijilla blanca, es, más bien, casi de marketing, de un anuncio de shampoo o de plan para controlar la inflación en dos meses.
Tampoco te puedo hablar desde el futuro, y recurrir al "para siempre", en especial cuando después de tres meses de tórridos besos y pieles erizadas, ya no me querías volver a ver.
Entonces, nos queda la nostalgia, maquillada con pesadas ojeras y rubor. No hay más que desearnos.

miércoles, 2 de marzo de 2011

No estoy en el rincón de una cantina

Y porque nadie lo pidió, una vez más elevaré mi voz y preguntaré, llena de dramatismo y frustración, ¿por qué hablamos cada vez peor?
Puedo entender que con el paso de los años haya crecido también nuestra frustración; después de todo, se multiplican las fuentes de nuestro descontento: somos más, por lo tanto, hay más peseros, más gente en el metro, más políticos dispuestos a dar discursos a la menor provocación.
Puedo entender que el día a día nos haga sentir como perros cafés a mitad del periférico. Esta ciudad con su eterno síndrome premestrual puede sacar lo peor de nosotros... pero... no es razón suficiente para limitar el vocabulario a: "wwwwwwwwweyyyyy, pinche calor, qué pedo. No mames".
A lo largo del día escucho esta frase, con mínimos ajustes. Quizá varía el tono y el sustantivo al que califica "pinche" (otra fijación: todo es pinche, desde la crema de cara hasta el sistema solar. ¿Será un complot?)
Claramente, hay una total apreciación por hablar como si estuviéramos perpetuamente en el fondo de una cantina. Podría achacarlo a la evasión. Al menos sería altruista...

viernes, 25 de febrero de 2011

Demasiado sospechoso

En la soltería, hay un momento en que todos te quieren presentar a alguien; y otro, donde le pides a todos tus conocidos, si tienen a alguien para presentarte.
El problema es cuando las respuestas comienzan a ser terriblemente predecibles. Pasamos del "tengo un amigo que se muere por conocerte" al "No, ya todos están casados", "no, no sabes los problemas que tiene", "bueno, conozco a alguien, pero lleva seis meses sin trabajo".
Soy una creyente de que todo llega en su momento preciso; y en algo tan azaroso como los sentimientos no hay nada escrito. A las pruebas me remito: aquella vez en que iba -tarde, para no perder esa mexicanísima costumbre- en un taxi.
El conductor le echo brava a dos conductores, se dio un cerrón y dio una vuelta prohibida, para después empezar la conversación de la forma más casual "sí, yo me casé con mi chava hace seis meses. La conocí en el psiquiátrico, justo después de salir de la cárcel".
Por si tenían duda si soy cobarde: lo soy. Me bajé en la siguiente esquina, a 20 cuadras de mi destino.
Afortunadamente, nadie ha querido presentarme al primo de algún amigo que sea diputado, quiera asilo político o escuche voces; sin embargo, me parece sospechosa tanta coincidencia en las respuestas que recibo.
Sospechosista como soy (jamás dejaré de agradecerle a Santiago Creel que nos regalara tan bonito y enfático verbo) empiezo a considerar que en esta situación, ahora estoy en la otra frontera; y mis amigos, que me quieren a pesar de conocerme, dirán "si conozco a alguien, pero... está re-loca". Confiesen, anden.

miércoles, 16 de febrero de 2011

cuando nada nos une

Amor mío. Estás tan lejos de mis palabras. No hay camino con el que pueda alcanzarte, porque yo misma te exilié de los recuerdos.
Amor mío, ¿qué hay que nos una, cuando no tenemos nada? Eres mi patria más extraña, mi memoria más perdida, el pulso de mis sueños, aún los que me despiertan en angustia.
Quisiera atraerte, amor mío, con la fuerza de las palabras, la pureza del deseo. La experiencia nos muestra que no hay llama que temple más que las promesas; por eso juramos por lo eterno y lo sagrado, nosotros, que no podemos ver sangre porque palidecemos; nosotros, los que jamás nos hemos dicho en voz alta, porque tememos de nuestra propia voz.
Si tan solo pudiera dar ese paso definitivo para buscarte, pero, ay amor mío, sólo me ha sido concedido extrañarte desde la imaginación, el único territorio donde puedo convocar tu fantasma. Si tan sólo esos besos fueran reales...

lunes, 14 de febrero de 2011

El no-reencuentro

Fue un sueño raro. Sin la belleza de la cámara lenta o el dramatismo del cielo rojo.
Estabas sentado frente a mí, como tantas veces. Nada en particular, como una puesta en escena, dos actores esperando se levante el telón (o baje, todo depende de qué lado del tiempo nos situamos).
Nada había, ninguna pista para adivinar el siguiente paso. Tal como ocurrió entre nosotros.
La normalidad es terriblemente cotidiana y por eso cuenta tanto trabajo entender cuando se interrupe. Quienes vivimos en países sísmicos entendemos ese terror cuando la realidad se resquebraja. Tratamos de aferrarnos a la calma y a la rutina posterior. Las banquetas rotas, cables caídos, todo lo vemos con cierta curiosidad y distancia, convenciéndonos de que es algo anecdótico, un lunar en la agenda, algo interpuesto en nuestra cita de las tres de la tarde.
Es tan molesto que la realidad se interrumpa. Nos deja la misma sensación de sorpresa de encontrar arañas en el frasco de galletas, elefantes a la mitad de una autopista o las llaves adentro del refrigerador.
Nos congratulamos de nuestro cerebro, y se nos olvida de lo que es capaz: dejarnos a oscuras, sin velas ni cerillos.
A mí me tomó tres días entender que no te volvería a ver. Soñar contigo no cuenta como reencuentro. Fue una arbitrariedad de la cotidianidad ya libre de tí.

miércoles, 19 de enero de 2011

Dos puntos y cierre de paréntesis

¿Qué más da? En este universo posmoderno, lo único real es hablar al vacío. Enviamos mensajes, soltamos verdades, exorcizamos nuestras obsesiones. No es distinto de lo que tú y yo hacemos, mirándonos a los ojos y fingiendo que vemos cómo hierve el agua para el té.
- "Llueve"
- "Sí, y hace algo de frío"
Te levantas. Te pones la bufanda. Miras atrás por un momento
- Te quiero- dices mientras miras el calendario - Hoy viene el del gas. Dejé el dinero en la mesa
- Te quiero- respondo, mientras termino de acomodar los platos en su lugar y vigilo que el gato deje en paz al único canario que ha sobrevivido al invierno.
A lo largo del día a día, intercambiamos caritas sorprendidas, caritas felices, pulgares hacia arriba, pulgares hacia abajo, osos que se abrazan, iconos de hulk... No es de extrañar que cuando firmamos el divorcio, en una esquina del papel, casi sin que nadie lo viera, sucumbiéramos a dejar en letras pequeñas "unfollow..."

martes, 18 de enero de 2011

Al final... todo es cuestión de peso

En mi casa, todas las discusiones tiene origen y fin en el peso: desde 21 gramos del alma hasta las 16 toneladas que mi abuelo canturreaba de forma desafinada (pero él decía que era igualito a Alberto Vázquez. Más que duro de oído, mi abuelo era muy optimista).
No es de extrañar entonces que tenga tanto cariño por el peso liviano del sueño de domingo que se niega a abandonar la cama, aún cuando la casa huele ya a café recién hecho y la almoahada aún tiene la huella de mis preocupaciones. El cobertor todavía tibio y el periódico que espera, indolente, a ser desplegado (creo que tiene menos esperanzas en ser leído).
A veces, claro, está el peso de tu recuerdo, pero tampoco fue tan definitivo como para dejar una huella imborrable. Dos besos y un adiós apresurado no alcanzan a hacer mella en una memoria acostumbrada a forjar en fuego.
Está, en cambio, el peso de la melancolía en las horas que transcurren sin ningún propósito particular. Una melancolía certera y mordaz, que susurra en mi oído, las mentiras que nos decimos en algún momento cuando usamos el "nunca" con la esperanza secreta de que fuera un "quizá". Una melancolía tan tenue como perniciosa; disfrazada con el peso de la ingravidez para echar raíces y alcanzar dimensiones amazónicas.
Entonces, siento el peso de cada día que no has estado conmigo. Y sopeso los jamás y los ojalá...

jueves, 6 de enero de 2011

El vicio de la paciencia

Hay gente que hace Sudokus; se sabe las películas de 1940 o memoriza equipos de segunda división de Australia. Y está ****, cuyo principal vicio es consumir historias.
Empezó inocentemente (todos los vicios empiezan igual, o quizá, es que los viciosos no tiene imaginación y siempre inician sus historias con el consabido "no sabía en lo que me metía).
Sin embargo, las historias están tan disponibles como el café, la nicotina y otros mucho menos legales.
Uno de los principales atractivos es que siempre hay proveedores: desde la crónica personal y no necesariamente inocente del taxista divorciado, en pleno romance con una amiga de años, quien se aprovechó de su momentánea vulnerabilidad para encaminarlo, por estas calles de la capital, a un motel con una cierta sombra de sordidez, debido - quizá - al tono, o por la sonrisa que trata de ser cómplice, o porque hay cierta pretensión de motivo ulterior; o aquella otra contada por una voz templada en la indiferencia: "¿esta cicatriz? Es una puñalada que me dio mi marido por celos. Me dieron 15 puntos. ¿Si todavía sigo casada? Pues no, después de esto, empacó sus cosas y me dejó, aunque a veces regresa".
Pero como todo coleccionista y vicioso, no sólo es encontrar historias... si no encontrar algo que valga la pena.
Un buen método es dejar que las palabras vaguen un poco y se vayan acomodando en la comisura de los labios. "Un poco triste, quizá porque así es la vida de miserable", comenzó a decir aquella mujer que no entendía el concepto de que alguien no tuviera dinero para una lata de sopa. Sin embargo, desconfió cuando la vio mover la cabeza con pesadumbre fingida "pero a todo se acostumbra una". En ese momento perdió el interés. Sabía que vendría una larga retahíla de lugares comunes, inspirados por libros de autoayuda, películas de Hallmark channel o aquellas novelitas insulsas donde todas las mujeres tienen cabello color trigo, ojos color del tiempo y senos turgentes.
"No la detesto. Simplemente no aguanto esa expresión bovina que pone cuando se sirve el café". He ahí un inicio prometedor. Trató de acercarse con suavidad al hombre, pero quizá hubo un movimiento demasiado brusco y el posible narrador, guardó silencio.
Ahora mismo trata de perfeccionar su técnica. Las buenas historias son volátiles y requieren de mucha paciencia.

De presente y futuros...

El problema de los primeros días del año es que uno se aboca a hacer el balance de lo vivido y generar expectativas sobre el futuro.
Mis balances, invariablemente, tienen un toque de melancolía, y dependiendo la falta de azúcar en mi sistema, alguna que otra nota amarga: los viajes que aún me faltan, los amores no realizados, las promesas que no terminan por cumplirse.
Como en mi casa, además, hemos perfeccionado el arte de la tirada al piso (si fuera deporte olímpico, arrasaríamos con el oro), empezamos los balances con "si tan solo hubiera sido distinto...", una expresión tan útil como "¿qué no te fijaste que había una varilla en el piso? ¿cómo te fuiste a caer?".
Respecto a las expectativas, dependiendo de las deudas acumuladas en la tarjeta de crédito, se vuelven más o menos pragmáticas. O eso creo, porque finalmente, las expectativas se vuelven delirios del presente, una especie de retrato afiebrado acicatado por el deseo: la lámpara mágica para inclinar al destino a nuestro favor.
Soy fiel a mis deseos de ganarme la lotería aunque jamás compro boleto. Pido por tener paciencia, aunque la pierdo con asombrosa rapidez. Últimamente, mi mayor deseo es no encontrar tanto tráfico, mismo que no sé si sea un signo de mayor madurez o una abdicación sobre tener miras más nobles como la paz mundial o encontrar la fórmula que acabe con la pobreza.
Ante la duda, seguiré con mis expectativas, endulzadas con la ignorancia. Total, siempre hay un mañana.