domingo, 6 de noviembre de 2011

La llave perdida

Hay un momento en que uno es joven, con la dicha de ni siquiera saberse joven. Entrábamos con la arrogancia a los laberintos de reforzar la memoria, una y otra vez. Recitar fechas, hechos, diálogos de películas, teléfonos de los amigos, canciones nuevas y las coreografías de Michael Jackson. Oigan... tiene algo de mérito.
Ahora, con tanta tecnología que facilita la vida, me encuentro con que no me acuerdo de contraseñas esenciales para iniciar el día: el NIP de la tarjeta, la computadora del trabajo, el código para poder usar el teléfono. Hay veces en que ni siquiera sé cómo llegué a la página que estoy consultando.
Eso es cuando todo funciona razonablemente bien y el olvido es un pequeño tropezón de la memoria. Un mal rato que me juegan las neuronas (ah, ellas tan simpáticas; aunque no tanto como el sistema nervioso central, al que se le encanta ponerse a bailar, en forma de micro espasmos notables e incontrolables, cuando veo a alguien que me gusta).
Cuando las neuronas de verdad, se van por la verdad tropical, ¿quién nos salva de la sensación de indefensión cuando nos olvidamos completamente de la palabra mágica, el número secreto para abrirnos las puertas de la cotidianidad? Si de verdad somos observados por una sociedad infinitamente más inteligente, seremos el hazmerreír cuando nuestro primer instinto es: escribir una y otra vez la clave incorrecta. Si no funcionó en los cuentos de Alí Babá y los 40 ladrones, donde un pobre tipo no podía salir de la cueva y empezaba con "ábrete, ajonjolí; ábrete, almendra; ábrete, coriandro" ¿de verdad nos va a funcionar a nosotros?
La segunda opción empieza a tratar, una y otra vez, de obtener resultados distintos siguiendo el increíble patrón de ponernos frente a la máquina maldita y preguntarnos (le) "mmmhhhh, ¿cuándo fue la última vez que lo usé?... estaba... frente a un café... y me llegó la cuenta... y me fijé mucho que eran 438 pesos... ¿será que 438 es la contraseña? Suena a algo que haría... aunque... quizá no, porque seguro se me iba a olvidar que ésa era la contraseña" Y ponemos el 438, que, por supuesto, tampoco funciona.
Y, claramente, el tercer punto es invocar una deidad superior: va desde los dioses olímpicos hasta Steve Jobs "Por favor, favor... ¿qué era lo que tenía que poder?". Lo mejor de este punto es el que siempre llega y te pregunta, con voz autosuficiente: "¿qué no escribiste la contraseña en algún papel?". Dan ganas de contestar. "Sí, sólo hago esto para tener de qué platicar".
Lo cierto es que ahora tengo perdidas tantas contraseñas que ya no sé ni cómo acceder a mi memoria. Con mi suerte, seguro me encuentro de frente al Minotauro...

sábado, 5 de noviembre de 2011

¿Será tan terrible como parece?

Antes le tenía miedo al invierno nuclear. Ahora, con más años y más experiencia... mis temores por supuesto se han incrementado. Culpo en parte a Hollywood por ello: ¿de verdad, de verdad todo terminará sin que Terminator intervenga? Entre el calentamiento global, los virus, la codicia de Wall Street, el hacinamiento, el soilet green... Todo en un mágico fin de semana.
Cuando era un ser analógico y feliz, todo pasaba muy lejos. Pero claro, entré en la ondita de querer más y más entretenimiento, más diversión... y ahora, no quiero ni salir a la calle... Para colmo, ayer iba yo tan contenta en mis pensamientos (si, chilangos, sí: se puede ir en metrobús y aún así, estar en el mundo paralelo y feliz que ya hubiera querido Dorothy), cuando aparecieron de la nada, dos gemelos, páaaaaalidos y rubios, que se movían entre desconcertados y tratando de pasar desapercibidos con sus suéteres rojo pasión y azul chiclaminoso.
Hice un esfuerzo por no saltar rápidamente a su encuentro y preguntarles cómo era el futuro. Juro que traían cara de haber caído por error... aunque claro... frente a ellos estaba aquel chavo vestido de gótico y una chica con el pelo pintado de azul... eso sin mencionar a un grupo compuesto por 4 tías gordas, 12 niños y un bebé que se la pasó llorando. Supongo que la chica que iba sentada junto a ellos iba a protestar... pero ella estaba escondiendo un xoloscuincle en su morral, así que tampoco tenía demasiada autoridad moral.
Total, que los viajeros del futuro huyeron antes de que pudiera saber si el mundo post apocalíptico que nos ha regalado Hollywood con singular gracia, es verdad... o, si por el contrario, ya no hay forma que esto empeore y a lo mejor empezamos a vivir -ahora sí- en la ciudad de los Palacios. Digo, Homero llegó a construir un mundo donde llovían rosquillas. Yo me conformo con que acaben la línea 12 del metro. Ya de la Estela de Luz, mejor la dejamos para otro futuro...