jueves, 4 de noviembre de 2010

¿De verdad nos da risa la muerte?

Comparto con amigos muy queridos la duda sobre a qué se refiere la expresión "los mexicanos se rien de la muerte".
En mi casa, al menos, el tema de la muerte no sólo no es de risa loca: es bastante dramático.
Para empezar, la mitad de las frases de mis tías empiezan con "pero ya verán el día que yo me muera"; y en general, aplica casi para cualquier situación: "claro, ahorita ponen sus patotas sobre la mesita, pero ya verán el día que yo me muera", "no, no puedes llegar después. Ya cuando yo me muera podrás hacer lo que te dé la gana", "Total, cuando yo me muera a ver quién ve por tí".
Y en ninguna de estas circunstancias me ha parecido que el tema sea para sonreír, siquiera. Si con la mera sospecha de una mueca jocosa andaría yendo a buscar los dientes del otro lado de la calle, si me carcajeo, me encuentran en la siguiente exploración arqueológica.
Mi madre tampoco canta mal las rancheras. Tiene el peor momento para decir las frases más dramáticas (por si se preguntaban de dónde viene mi característica jarrez de Tlaquepaque). Sin ir más lejos: el otro día estábamos viendo qué íbamos a desayunar, y sin venir a cuento, suspiró y dijo en voz alta "Este cuerpo ya pide tierra".
Mi papá, quien sin duda la quiere mucho y la conoce mucho más, no apartó la vista del periódico
"Si esa frase no va a terminar con "... para las macetas", evítame el tema. Por cierto, ¿vas a querer café?"
¿Qué puedo decir? ¿y después de eso esperan que uno pida café y huevito a la mexicana? No creo...
El hecho de llevar mariachis a las tumbas, tequila a los panteones e indundar paseo de la Reforma de zempazúchil tampoco me parece que nos mueva a carcajadas sin control. Me cae bien la Catrina, pero el día que de verdad venga la Huesuda a buscarme, dudo muchísimo que encuentre la situación lo suficientemente grácil como para invitarla a que nos hagamos un manicure o tomemos chocolatito caliente.
A veces creo que tanto publicitar nuestra risa es nomás para darnos valor, abrir el periódico, y asegurarnos que nuestro obituario aún no ha sido publicado...

Cartas desde el olvido

No tengo paciencia para aprender a amarte de nuevo. No importa cuán violento haya sido el vendaval, cuántas noche vele armas de deseo. Puedes constatar por tí mismo: ya no hay recuerdos. Puse cruces de cal para que no volvieran a instalarse, atraídos por el calor de la memoria o la imprudencia de una súbita llamada.
¿De verdad creías que podía ser como Penélope? No, amor mío. No estoy hecha de esa sustancia misteriosa que tiene sus cimientos en la fe para dar un salto a ciegas; escuchar los exhortos en las horas de duermevela para deshacer lo tejido el día previo, porque encontraremos la recompensa a esta virtud.
Tampoco comparto con Odiseo esa añoranza por el hogar. No amor mío. No eres Itaca: eres Naxos y yo tengo el corazón ingrato de Teseo...
Ay amor mío, tengo el corazón liviano porque ya me he quedado vacía de versos, ya no tengo besos escondidos en los labios, ni urgencia por tí.
¿Todavía dudas que me pueda ir, con pesar, pero sin volver la vista atrás?, ¿Desconfías porque escuchas estas palabras? Cuán equivocados podemos estar: las cartas desde el olvido sólo se reciben una vez, y no hay remitente a quién contestar...

jueves, 7 de octubre de 2010

De colecciones y otras manías

Hay gente que colecciona figuritas de madera, hipopótamos de cerámica, unicornios de hojas de maíz o rompecabezas de puentes.
Hay quienes aman la filatelia y son capaces de demostrarnos cómo los lugares más recónditos tienen servicio de correo; otros se decantan por la numismática y están seguros de ser los únicos de poder transitar por la laguna Estigia, gracias a dos denarios de probada herencia helénica.
Para mí, desorganizada en mis recuerdos y sin mucha disciplina, lo único para lo que he tenido paciencia es para coleccionar formas de exorcizar tristezas.
No es fácil. La tristeza es peor que la humedad. Está la que se filtra, gota a gota, se congela y de repente, sin venir a cuento, rompe una tubería de la que la memoria ni siquiera tenía presente.
En otras ocasiones, es como el polvo, y va dejando una fina capa, que acaba con el brillo de los muebles, y cuando nos damos cuenta, tiene el peso de toda una capa geológica.
En mi experiencia, la tristeza más difícil es la sepia, la que entra con luz dorada de todo tiempo fue mejor, aún cuando siempre hay almas caritativas que nos abren las cortinas y nos dicen: "¿estás loca?, ¿ya se te olvidó cuando te gritaba?, ¿que no te acuerdas que una vez te jaloneó frente a la tía Edelmira?" Y uno, perdido en la ensoñación, sólo puede evocar el color pardo de aquellos ojos.
Pero la tristeza no es una plaga, y exorcizarla tampco tiene que ver con la fe. Es más un acto amoroso. En mi colección tengo cucharadas del helado, lágrimas en el cine, carreras de 10 kilómetros, poesía de Calderón de la Barca, un gesto de adiós que él nunca vio pero que yo guardé en mi bolso. Tengo tazas de té negro con leche y miel, estrellas de madrugada, zapatos de tacón, noches de falsas fiestas y pestañas postizas.
También hay hombros de amigos, cartas que nunca se mandan (al resguardo de los filatelistas), palabras que se dijeron y palabras que nunca debieron decirse. La parte más rara es una ira ahogada y dos citas en latín.
A veces me tranquiliza, pero la mayoría de las veces, me inquieta tener este pasatiempo. Quizá debí haber hecho caso a mi abuela y seguir coleccionando elefantes de felpa o teteras japonesas...

miércoles, 6 de octubre de 2010

ella, la del otro lado

Hay uno o dos momentos a lo largo del día en que supongo que mi alter ego se lo pasa bastante mejor que yo en la vida cotidiana.
Para empezar nuestras batallas son distintas: ella, la otra, la del mundo alterno, salta de la cama para salir a correr, disfrutando el frío de la mañana -soy un ser tropical, una temperatura menor a 25 grados centígrados se considera inicio de una nevada-; por lo que trato de hundirme en la ilusión de que cinco minutos son eternos y puedo quedarme bajo el peso de las cobijas, en un cómodo limbo del que me sacan el despertador, las obligaciones y la voz de comando que dice "levántate. Ya empezó el día. Hay que ser productivos. Hay que trabajar".
Ella, dichosa, como es disciplinada, no tiene la lucha diaria con la báscula; mientras que yo observo con sospecha y miedo a ese artefacto que me dice, sin piedad alguna, que la galleta cubierta de chocolate a la que no opuse la menor resistencia, habita en mi ser.
A veces, tengo celos de esa mujer que estoy segura es mucho más aventurera que yo, y se sabe manejar con más soltura, con sus largos tacones y enfundada en medias negras, caminando por las calles de la muy noble y leal ciudad de México, como si la tuviera escriturada a su nombre, desde tiempos inmemoriales; mientras que yo, a veces, me siento un poco frágil entre tanto coche y tanto claxón; no sé cómo lidiar con la frustración cotidiana de que me cuadren las cuentas, o que el objeto de mis (castos, aclaro) deseos, no se dé por aludido; o peor aún, se dé por aludido pero no le importe.
Y aunque veo a esa mujer tan distinta a mí, supongo que nos hermana la ternura, la debilidad porque nos envíen flores, la pudorosa coquetería y esa mirada tan femenina con la que nos evaluamos como si tuviéramos, siempre, un punto en contra.
En fin, supongo, a veces por consuelo, que ella también envidia esa porción de felicidad real, sin marketing, ni marcas ni envoltorios; tan humana que a veces la valoramos como calderilla que nos queda en los bolsillos del abrigo, y la sentimos tan poca cosa que ni siquiera la pensamos...

martes, 5 de octubre de 2010

La metáfora de lo literal

Hay frases que conservan cierto halo de misterio, quizá porque a veces nos parecen metafóricas y otras veces, profundamente literales.
Nunca he entendido por qué cuando el tecolote canta, el indio muere; sin embargo, cada vez que la escucho me parece sobrecogedora, de mal fario y peor augurio.
Un poco como aquella vez que llegamos a un pueblo donde ponían "Bienvenidos" en una gran barda, que casualmente era la del cementerio. Nunca les creí que vieran con muy buenos ojos a los turistas que llegábamos.
Otra muestra de misterio eran las respuestas de mi abuela. "¿Cómo está?" Ella se acomodaba el rebozo, suspiraba y sonreía "ay hija, ahí entre azul y buenas noches". Y yo me quedaba sin palabras (una hazaña que todavía a la fecha se la celebran), sin saber ni siquiera qué cara poner.
La primera vez que escuché sobre "quemar las naves", confieso que no entendí. Era una frase que me parecía tan fuera de lugar como un gran elefante de felpa rosa enmedio de Tlalpan.
¿Por qué quemaban las naves en la clase de historia de México? No entendía. Me parecía algo más del estilo de lo que veíamos en clase de español, con sus metáforas e hipérboles; hasta que alguien se tomó la molestia de explicarme que efectivamente, Hernán Cortés había prendido fuego a los barcos.
Eso me causó aún más sorpresa. ¿Por qué?, ¿para qué? Y la respuesta pareció tan poética como la misma expresión: para que no tuvieran cómo regresar.
Desde entonces, cada vez que alguien quema sus naves, no puedo más que admirar esa decisión, de las pocas donde lo pragmático alcanza lo poético.
El mar prevalece pero no hay cómo cruzarlo. La decisión no se lleva a la ligera. No hay loco que juegue con fuego. Se encienden las teas, reverbera la luz, mientras se evoca a la patria abandonada, al "antes" al que se renuncia, aún cuando sea una idea dulce y conocida, tan familiar como la manta con la que nos defendemos del frío matutino o el café con el que elegimos despertar.
Llevamos la antorcha y decidimos no volver atrás. Prendemos fuego buscando sacrificar nuestra nostalgia, o purificar nuestras decisiones.
Y así, sin camino de vuelta ni certeza, empezamos nuestro nuevo mundo.

lunes, 4 de octubre de 2010

El mundo es lo que decimos

Creer ciegamente en las palabras es el verdadero desafío a la divinidad. Creemos que nombrar basta para crear. Y vamos con la ilusión de ir poniéndo sílabas, una tras otra, para sacar al conejo de la chistera, hacernos presentes, borrar las lágrimas futuras.
Prometemos con la confianza de quien extiende un cheque con fondos: damos un certificado sobre el futuro, asegurando que todo será tal como lo planeamos. La naturaleza misma se detendrá ante la pureza de nuestras convicciones, del amor que ansiamos dar, del perdón que ofrendamos.
"Te amaré por siempre", "no volverá a pasar", "mañana mismo estará frente a tí", "créeme, amor mío, créeme que nunca te faltaré". Somos tan poco originales y las palabras llegan tan rápidamente a nuestra boca: "no habrá más pobres", "investigamos al fondo de la cuestión", "no más privilegios", "serán encontrados los culpables", "esta comunidad tendrá la infraestructura necesaria".
Y así como los políticos fabrican en el aire, nosotros entretejemos nuestras pasiones, porque finalmente, tenemos palabras suficientes para ir creando un fabuloso tapiz con nuestras ilusiones y las de los demás.
Confieso que me gusta basante la falta de originalidad de los seres humanos. Los que no son originales, generalmente tiran una bomba o van por un hacha para acabar con el problema.
A mí me gusta creer que las palabras, a veces, logran empaparse con algo de ese impulso que nos hace decirlas: perdón, olvido, caricia, acercamiento, enojo.
Pero no siempre el impulso es suficiente, y para nuestro horror, nuestras palabras se estrellan en el aire, o peor aún (maldición de maldiciones) se diluyen en acciones; y aún cuando amamos las palabras y amamos al mundo a través de ellas, hay momentos en que no son suficientes para obtener el perdón o el olvido, una nueva oportunidad, una siguiente ocasión que nos permita fallar o redimirnos.
Y entonces, abrimos la caja de Pandora. Y dejamos salir todas aquellas palabras que en realidad nos consuelan y que les decimos a los amigos para justificarnos el por qué ya no volveremos sobre nuestros pasos, por qué cerramos la puerta, porque el lado de la cama queda vacío.
Y nos quedamos solo con una, que nos acompaña, y nos recuerda que hay un cambio: "Adiós"...

jueves, 23 de septiembre de 2010

Artes olvidadas

No me gustan los términos náuticos. El único que me parecía cargado de aventuras era "sotavento", y el que me parecía tener una cierta aura romántica es "sextante". Básicamente soy un ser terrestre y urbano, a quien las estrellas no le revelan el destino, ni los arroyos le cantan o los árboles susurran secretos milenarios.
Pervivo entre edificios que ya dejaron atrás el maquillaje y se uniformaron de gris, las lluvias ácidas y suspiros de automóviles.
No cultivo las artes olvidadadas que requieren paciencia, como limpiar frijol, hacer rompecabezas de diez mil piezas o figuras de origami.
Soy el ángel de la muerte de las plantas. En el corredor de mi casa, las que florecen bajo el amoroso cuidado de las manos de mi madre, me ven con el temor de que me acerque, así que he dejado de lado la ambición bucólica de la jardinería.
Tampoco soy proclive a la vida silvestre, y los canarios me parecen recelosos, así que les correspondo con una educada distancia a los gorjeos con los que deciden romperla rutina de su aburrimiento.
Y sin embargo, hay momentos en que quisiera poderme hacer a la mar, como Ismael, quien en la búsqueda de un momento de solitud, terminó en la obsesión de un capitán por la gran ballena blanca.
Entiendo la obsesión, tengo mi ballena blanca particular que me acecha por las noches, envuelta en las alucinaciones de sueños que no terminan de cuajar, por culpa del café y la ansiedad; pero no tengo mares, ni barcos, ni sotaventos, ni estrellas, ni norte ni brújula que me sitúen sobre algún camino.
Quizá es por eso que bordo enamoramientos esquivos...

martes, 14 de septiembre de 2010

Bajo llave

Los mejores discursos son los que he guardado. No han sido particularmente elocuentes, ni tampoco conmovedores. Es simplemente un pasatiempo, como hacer rompecabezas, hacer punto o ensartar collares; una forma de exorcizar soledades, y por una sola ocasión, tener palabras precisas, afiladas y exactas como cuchillos, para ir hundiendose en la suave pulpa de la memoria.
A veces, los dicursos solitarios son la piel de los sentimientos: un órgano frágil y vasto que respira por sí mismo, y resiente los cambios. Tuve la calidez de la promesa de la seducción; he tenido el cierzo de tu ausencia.
Si el silencio es el lenguaje que tenemos en común, ¿tendría caso que lance una palabra a esa calma tan parecida a un purgatorio, sin la certeza del castigo del infierno, o esa dulce indiferencia azucarada con la que nos han vendido el cielo?
Además, ¿qué podría decirte?, ¿podría ser tan conmovedora que aplaces tu huida?, ¿podría ser tan tierna que reconsideres abrigarte bajo mi mismo cielo?
Tú sabes que por cada paso que pones entre ambos, yo daré dos más para alejarme de tí.

martes, 7 de septiembre de 2010

A la fiesta!!!!

Mi tío Florencio tenía la pésima costumbre de aburrirse. Acomodaba las manos sobre su panza chelera, veí al derredor y concluía:
"Lo que hace falta, Edelvina, es una fiesta".
Mi tía Edelvina interrumpía su quehacer, también miraba como si quisiera encontrar una ruta de escape, lo encaraba y, con la más sensata de las voces, susurraba: "Ay Flori... estamos muy gastados. Tenemos pendiente lo del gas, la luz; zapatos para Graciana, uniformes nuevos para Maldequito y eso sin contar que falta arreglar la estufa y la fuga que está manchando de humedad el piso de la sala".
"Oh, ¿ya vas a empezar?, ¿por qué quieres quitarme ese gusto? Hasta parece pecado querer un poco de diversión en esta casa"- bufaba mi tío. Con un enorme esfuerzo se levantaba de su silla y salía dando un portazo.
Ante las evidencias, mi tía entonces suspiraba (otra vez), miraba el techo, calculaba más o menos con cuánto de fiado se podía contar, y ya para la hora de la cena, mientras le ponía el café con leche enfrente, apoyaba muy suave su mano en el hombro de mi tío
"Creo que tienes razón, Flori... Hagamos la fiesta".
Mi mamá completaba la frase entre dientes: "a ver con qué la pagamos".
Así siempre ha sido el valor civil que nos caracteriza en la familia.
Seguía entonces un frenesí de buscar a los amigos, a los cuates, a los cuadernos de doble raya: "Oye, ni hagas planes para el 15 de septiembre que es mi cumpleaños y voy a hacer una fiestecita".
Mi tío Florencio tenía la cualidad de decir "fiestecita" cuando en realidad quería dar a entender que habría un pachangón de proporciones épicas, donde habría -al menos- mariachi, un trío, dos marimbas y un grupo veracruzano; tres marranitos en carnitas, dos borregos, mole con su guajolote incluído, arroz, tortillas, nopales y harto, harto, harto "vinito" que era como le llamaban a un destilado que hacía Don Fede en un cuartito clandestino, y que servía lo mismo como aperitivo que para limpiar bujías.
En esa época todavía no estábamos tan adoradores de la tecnología. A la luz de los festejos bicentenarios, sé que mi tía Edelvina hubiera amado la solución de decir: "bueno, armamos la fiesta y cada quién la sigue por webcam desde su casa". Hay soluciones que tardan mucho en llegar.
Pero, en esa ocasión en particular, luego de que la fiesta nos dejó con la calle con los pendones, botellas vacías, montones de ollas por lavar, y los perros en la profunda dicotomía de no saber si las vastas sobras compensaban el ruidero, coheterio, echada de bala, pleitos de borracho que había que soportar, mi tío, mi querido tío que experimentaba todas las crudas posibles -desde la moral hasta la existencial-, se encontró con la cama vacía, las valijas hechas y una nota de mi tía, quien se había hartado de suspirar: había agarrado sus cosas y sólo le dejó una nota: "para que no te aburras, aquí está la escoba"

jueves, 26 de agosto de 2010

Pues entonces, ¿qué somos?

"El problema de dejarte llevar es que luego, no hay límites"- mi prima Benilda contaba sus cuitas amorosas sin importarle mucho lo que pudiéramos decir el resto de las convocadas a esas tardes tequileras, donde hablamos con desparpajo de zapatos, ropa y hombres, por supuesto. "De repente no sabes si un beso es una declaración amorosa o nomás te le antojaste, igualito que un pastel o darle una mordida a un chocolate. Más aún: puedes terminar en la cama y al final, cuando te quedas entre con el remordimiento y con las ganas de más, preguntas: "¿qué somos?" y te contestan: "pues adultos, ¿no?"
- Hay tantas cosas que podemos ser ahora- contestó con gran seriedad Mixcoalt, amiga de muchos años, morena y coqueta, que tiene convencidos a sus compañeros de trabajo que lo más atrevido que puede hacer es tomar café con toda su carga de cafeína después de las nueve de la noche- mexicanos... contribuyentes... y hasta bicentenarios...
- Esa maldita costumbre de los hombres- murmuró Martha, quien suele tener comentarios que van de lo cursi a lo resentido.
- No, la maldita costumbre es de nosotras, que queremos creer- cortó de tajo mi tía Riquelme, entrando a la habitación sin tocar y armada también de un caballito de tequila que más bien era percherón. Todas nos quedamos un poco anonadadas, sin saber muy bien qué decir. Todas, mujeres profesionistas, dueñas de nuestro mundo y cuerpo, nos daba un poco de pudor tener esas pláticas con quienes todavía recuerdan cuando las mujeres no tenían derecho al voto- ay, no pongan esa mirada.
Hay dos cosas que Riquelme tiene en abundancia: trasero y sentido común, y ambos se apoltronaron en nuestra reunión, sin que el resto supiera muy bien como retomar la plática.
- Los hombres son mucho menos complicados de lo que creen y ustedes mucho más brutas de lo que se imaginan.
Todas nos miramos
- Somos humanos, niñas- siguió Riquelme- parece que no lo saben: mentimos, somos egoístas, buscamos nuestra comodidad... ¿de verdad eso les sorprende?... nos aburrimos, tenemos sueños que confundimos con realidades. Eso, sin contar, que todo lo que hoy nos parece cierto y claro, mañana nos hace cambiar de opinión.
- Por eso hay que andarse con pies de plomo- recovino, Mixcoatl, con esa voz de mujer de mundo, que al menos yo, odiaba
- No, cariño... hay que abrazar cada momento. Porque sólo así podrás tener la sabiduría de ver si alguien puede ser tu patria o si te va a contestar "somos mexicanos"

viernes, 20 de agosto de 2010

Una sola puerta

Pasó la otra noche. Estaba viendo alguna chick flick del anteayer -es que no hay belleza como la de Audrey Herpburn o encanto como el de Gregory Peck- cuando escuché un claro: "¡ya basta!"
- ¿Y ahora??, ¿qué pasó?
- Nada...
Ah, esa maldita palabra que en realidad significa "Todo y tú eres incapaz de comprender la profundidad de las heridas"; por eso, a la única persona que le perdono esos "nada" cargados de significados es a mi madre, y eso, por jerarquía.
- ¿Ya basta de qué?- aventuré, ante la posibilidad de un silencio incómodo.
- De tus reclamos
Abrí los ojo llena de sorpresa. Estábamos tan bien: una copita de vino blanco, fruta, pan gourmet...
- De verdad, no entiendo...
- Claro que entiendes. Siempre me estás reclamando. Siempre estás quejándote y siempre estás descontenta. Pareciera que la culpa de todo, la tengo yo...
- Bueno, es que tienes que asumir tu parte de responsabilidad- murmuré con la mirada baja, tratando de no llorar.
- ¿Mi responsabilidad?- ahora sí, en la voz había ese matiz que nos indica que estamos a punto de entrar al no retorno de gritos y sombrerazos. La batalla era inevitable- ¿de qué, exactamente, soy responsable?
- De esto...- abrí los brazos, en un gesto al aire, a la soledad; ahora sí, con los ojos llenos de lágrimas
Hubo un silencio, no demasiado largo ni demasiado profundo. Sólo una pausa en que sentí cierto amargor en los labios.
- Esta puerta ha sido la misma por la que ha entrado toda la gente- el tono ahora de una dulzura latente que me conmovió- Quizá no haya llegado el romance de tus sueños, pero sí los amigos de tu vida.
Sonreí.
Tenía razón y yo no tenía argumentos para seguir reclamándole. Después de todo, rara vez el corazón da explicaciones...

lunes, 16 de agosto de 2010

El engaño de lo perfecto

No hay nada peor que caer en el lugar común, pero no hay nada más común que aferrarse a los clichés. Tomemos a mi tía Eulogia. Alta, de negras intenciones y aún más negra mirada, tenía ese aire de misterio y distancia que resulta irresistible a tantos hombres.
Si por Helena, cruzaron los mares, por mi tía corrieron ríos de tinta..."Eres el amor de mi vida", "eres la luz de mi destino", "el filo de tu belleza corta el aliento", "los propios ángeles sienten celos de tu paso".
A cada frase, mi tía reaccionaba con un suspiro reprobatorio; hasta que mi tía Indalina murmuró: "No hay nada menos original que un enamorado".
Eulogia tosió y fingió no escucharla, una costumbre de lo más trillada en mi familia, o al menos, lo suficiente para que hayamos hecho de la tuberculosis un arte, sólo por no prestar oído a lo que no nos gusta.
Ya estábamos tan acostumbrados a las cartas, serenatas, flores, promesas de amor eterno, palomas mensajeras, que cuando vimos a Eulogia pálida, demacrada y sin ganas de salir de la cama, no lo entendimos.
Creímos que era la peste, la fiebre escarlatina, el agotamiento, alguna enfermedad de la sangre. En mi casa son muy entusiastas y nadie está a gusto hasta que los vaticinios terminan en funeral, así que también se habló de brujería, vudú, encantamiento a distancia.
Ya estábamos por salir en expedición rumbo a Catemaco, cuando mi tía Indalina nos quitó el entusiasmo.
-"Está enamorada y mal correspondida"- dijo mientras preparaba un café de olla.
Pasamos de la incredulidad al enojo. Ella, ella que había tenido a todos los que todas queríamos, a sus pies, ¿cómo había logrado enamorarse del único hombre que no encontraba encantadora ni deslumbrante?
En eso sí somos muy originales, hay que reconocerlo.
Lo peor de aquello era ver las lágrimas. Ella, tan hermosa, tan segura y dueña de su corazón.
- Es que es el hombre perfecto- pareció disculparse de aquellos arrebatos
- No, hermana. Si lo fuera, estaría a tu lado

jueves, 12 de agosto de 2010

Para encontrarnos

Amor mío. Aquí estoy. Sin ninguna defensa, sin murallas, ni trampas o estrategias. Soy yo, con la fiebre de poseerte. De tener y detenerte en un único momento que no volverá a repetirse.
Estoy aquí, sin corazas ni armaduras. No hay ejército que me proteja de tu piel morena. Tantas veces he deseado poderte hablar con esta voz de aventura, de noches que no pasen de tenernos uno al otro, de tendernos bajo la luz oscura de la luna. ¿Qué más puede pasar? Ya estamos pagando el estar tan solos como al principio, tan perdidos que no nos encontramos
¿Qué más da, entonces, tirar la brújula, prescindir de las rutas? Soy el gato de Cheshire sonriéndote, recordando que si no sabes a dónde quieres llegar, entonces tampoco importa qué camino tomes.
Quizá sólo así, sin caminos, sin premeditación ni ventajas, sea posible arrancar las dudas de tajo, y convencerte de que soy el refugio que buscas, la tregua que necesitas para tener sentido...

Aunque mal pague...

Cuando me enamoro, voy en un péndulo que va "desde la locura" hasta "pídeme lo que quieras". (Una de las mejores frases que me arrepentiré siempre de no haber sido la autora es lo dicho por Homero Simpson: "soy capaz de matar por tí, Marge. Pídeme que mate").
En fin, soy absolutamente fiel en ese esquema, aún cuando se preste al abuso.
Tomemos un ejemplo actual: mi absoluto, irrestricto e irredento amor por esta ciudad.
La defiendo, la procuro, trato de ser ciudadana ejemplar, no tiro basura en la calle; y a cambio obtengo encharcamientos que hacen parecer al Titicaca un lago aspiracional; embotellamientos, y lo peor de todo: discrecionalidad musical en el transporte público.
Antes bastaba con echarle una ojeada al caballero tras el volante para saber más o menos con qué nos deleitaría por espacio (con suerte) de media hora.
Así, un chavo que iba echando carreras, piropeando a las rorras, y con camiseta sin mangas, se decantaba por el rock pesado; el señor ya entrado en canas y con chalequito color "topo", iba entre el Trío los Panchos y Ray Conniff; y está siempre ese encantador contingente que ama la música grupera/ranchera/salsera, y que con la misma desfachatez pasan del "eeeeera del signo liiiiibra a la que yo quise ayer" a "Princesa Talibana" y "Cumbiaaaaaaaa de Orienteeeeeeee".
Pero ahora, es un camote: señores de respetable edad escuchando "yo por las buenas soy bien buena pero por las malas soy bien perra"; chavos que van escuchando música clásica (lo juro, lo he visto con mis propios ojos) o "La Hora de Luis Miguel".
En un trayecto, se puede pasar de "Bailemos con el Tuca, tuca, tucanazo" a los primeros acordes de "A mis enemigos". Reconozco mi falta de valor civil: me bajé con una rapidez que desconocía, pero pues no vaya siendo...
Pero además, tenemos a los trovadores urbanos, quienes armados con una guitarra, pueden suspender una sesión bastante aceptable de música urbana para agarrarnos a Arjonazos, aprovechando que somos un público cautivo.
Y es aquí, donde reconozco que mi paciencia es límitada. Y una vez, traté de sobornar al de la voz con 20 pesos a cambio de que suspendiera el ejercicio de tocar una canción y cantar otra, con letra de Arjona. Lamentablemente, la democracia me opacó y debí bajarme del pesero.
Por eso pierde uno la fe en el amor...

miércoles, 4 de agosto de 2010

Tres pequeñas palabras

Si las corporaciones están hechas de gente y la gente ha encontrado técnicas infalibles para obtener la atención de los demás, sólo era cuestión de tiempo para que las palabras más maléficas de todos los tiempos, sean usadas en nuestra contra.
Y así, recibimos llamadas de agencias tributarias, bancos, tiendas que nos dicen, sin el menor pudor, las tres pequeñas palabras que anticipan tormenta: "tenemos que hablar".
Estoy segura que esa frase ha precedido los peores momentos de la humanidad "Tenemos que hablar... ví cuando se comieron la manzana". "Tenemos que hablar, sobre mayor espacio vital". "Tenemos que hablar, lo que encontramos en Cuba parecen campos de béisbol".
Y así, con esa misma voz grave, de las que anticipan las grandes catástrofes, nos dicen "Tenemos que hablar, hay un problema con su cuenta", "Tenemos que hablar, el recibo que nos dejó no cubre los requisitos fiscales" (bueno, en México esto no es ninguna novedad: son necesarios 14 requisitos para convertir una inerte hoja de papel en "el" recibo. No sé de dónde creemos que los funcionarios tributarios no tienen imaginación y/o sentido -macabro-del humor).
Si estuviéramos frente a un ser humano, las palabras "tenemos que hablar" usualmente van seguidas con un "¿por qué?, ¿qué pasa? Si todo va tan bien". Con una voz que no conocemos y que nos agarra saliendo de la ducha, enmedio del pan tostado, a punto de entrar a una junta, lo único que atinamos a decir es "¿ahora?", una respuesta que en otro contexto nos condenaría al ostracismo social y ser catalogados como patanes sin corazón.
Claro que las voces graves que nos llaman por teléfono contestan con un tono de "¡¡claro que ahora!!!, sólo esto faltaba", mientras nos dicen, en tono profesionalmente neutro: "Lamentamos no poder proporcionarle mayor información. Puede hacer una cita en el teléfono ALGUN DIA CONTESTAREMOS, entre 8.30 a 12 de la mañana. Gracias".
Y uno se queda, con el teléfono en la mano, y el eco de las tres palabras malditas.

miércoles, 28 de julio de 2010

Sin lugar a dudas

No, amor mío, no te confundas. No te quiero, no estoy enamorada de tí. No me interesa el milagro cotidiano de tu existencia. No quiero memorizar las constelaciones de tu cuello, ni suspiro por arrullar mis sueños en un futuro compartido.
En las noches, cuando acaricio el horizonte de tu espalda y escucho latir tu corazón, también me quedo sin memoria de la piel erizada por tus caricias y pierdo la inocencia con la que te he llegado a besar.
No, amor mío, no me conoces. Puede ser que me hayas encontrado en un puerto, mirando a la distancia y soñando con nuevos límites, pero no apuestes tu suerte a que eres mi tierra prometida.
Quizá tus dudas nacen porque me gustan las convenciones del té negro con leche y dos terrones de azúcar, los gatos blancos con moños rosas, los atardeceres naranjas y las noches frías para jugar cartas. Porque a veces susurro versos mientras acerco una naranja a tus labios o porque tengo lágrimas llenas de ninguna intención.
Pero amor mío... No sabes si soy capaz de mirar al abismo en silencio, evaluando el paso siguiente; si soy capaz de pedir el infierno sólo por evadirte, por probar que no me interesas.

martes, 27 de julio de 2010

El el corazón del tornado

No conozco la ira divina, pero sí la fuerza de la naturaleza (quizá sea un seudónimo, sólo para no cargar con más mala publicidad).
Conozco en carne viva cómo los tornados del corazón arrastran, con la misma tranquilidad con al que respiramos, las reticencias, los miedos, la prudencia.
Estoy en medio de la tormenta perfecta. No puedo escuchar si hay quien me pide conservar la calma.
¿Cómo alguien, con dos dedos de frente, puede creer que es posible soportar el temporal?, ¿que cuento con un dique para frenar esta marejada, a esta fuerza bruta, oscura, cruel, intempestuosa que es el deseo?, ¿cómo piden que acalle esa voz que grita: "Aquí estoy, sin cortapisas, sin armadura, sin brújula, sin norte. Bésame, tómame, llévame al límite, encuentra en mí a la mejor y más perfecta amante"?
Y por increíble que sea, por remoto, por absurdo, por contrario a todo lo que nos dicen los libros y los sabios, existe una combustión espóntanea, una pieda de toque consumida en su propio espejismo, porque no siempre esta tormenta se genera por el aleteo de una mariposa...

viernes, 16 de julio de 2010

La invasión

Uno no espera de la prosa más de lo que esperaría de un botón de elevador: es funcional, pragmática, al servicio de uno.
Nombramos al mundo y nos llenamos de imágenes claras en su transitar por nuestro mundo: clima, llaves, sillas, escritorios, libretas, plumas, computadoras (u ordenadores, dependiendo las preferencias), el café de media mañana y la botella de agua que permanece durante el día.
El problema es cuando la poesía comienza a infliltrarse en nuestras conversaciones. Es una invasión lenta y constante, con la laboriosidad con que las hormigas entran a las cocinas integrales o con la que la lluvia le gana al concreto y nos regala una gotera.
Y los filos de los cuchillos se vuelven un pretexto para mirarse a los ojos y decirse "¿me pasas la sal?" mientras el otro escucha perfectamente: "cómo te extrañé hoy en la mañana".
Los contornos se vuelven difusos. "Hace tanto frío" es una declaración para abrir los brazos y refugiarse en el calor del otro, y "estoy tan cansada" es la petición de una tregua o el portal para depositar un par de besos.
Y con esa misma sutileza, un buen día, nos miramos a los ojos y descubrimos que las palabras vuelven a tener su justo sentido, su peso exacto, como la azucarera o el frutero con las manzanas.
Suspiramos un poco, tomamos las llaves, perdemos el mapa y nos resignamos a volver a la prosa.

miércoles, 7 de julio de 2010

Enloquecer por la luz

Ah, el amor... elusivo, abrasador, ilusionado, entusiasta... para mi abuela, el enamoramiento nos había parecer a todos unos idiotas: iluminados por un faro interno que en vez que avisarnos de peligros, más bien nos aventaba -sin piedad alguna- al abismo.
En mi casa, depende con quién se hable, se tiene una lectura de qué tan bien le ha ido en esa feria.
Para mi tía Argelia, por ejemplo, todo es cuestión de estrategia: definir objetivos y actuar en consecuencia. Cuando habla, entre fumada y fumada, con los ojos entrecerrados y la mirada soñadora en el cielo, uno no se imagina que está ante la versión femenina de Erwin Rommel.
Si al "Zorro del Desierto" se le ha reconocido la rapidez de movimientos, es que no han visto a mi tía decidiendo cómo romper las dudas, miedos, (in)seguridades de ese hombre al que ella ya ha escogido. En un martini cerca el terreno; para el segundo, la plaza ya comienza a parlamentar, negociar trincheras y para el tercero, ya hay acuerdos de rendición.
En cambio, para mi tía Rosario, en el amor todo el fin, destino y viaje es perder la cabeza. Ella es partidaria del flechazo a primera vista, de temblar del ombligo para abajo, dejar el corazón que se desboque, y de ser posible, desbocarlo aún más a golpe de fuete. La filosofía básica es "mientras yo quiera y él se deje, ¿cuál es el problema mijita?". A mí me hace gracia. No me dice a cuántos ha amado, pero me gusta su sonrisa coqueta, misteriosa; el brillo en esas pupilas donde tanto (o quizá, muy pocos) se han visto reflejados, y se han sonreído, y la han besado en los quicios de las despedidas.
Quién me da un poco de penita es mi prima Fulgencia. Para ella, el amor es un invento de la maquinaria capitalista, (le gusta darse algunos airecillos y decir esas frases de que el café y la vida deben ser amargos). A ella sólo la ví una vez profundamente iluminada, permiténdose la debilidad de recitar poemas de Sabines y susurrar canciones de Silvio.
Supongo que él no compartió mucho, porque la luz se apagó violentamente... y ella, supongo, no quiso o no supo sobreponerse.
Yo no tengo claro cuál es mi lectura. A veces quisiera que todo fuera cierto: los gritos de Jorge Negrete diciendo "Te quieeeeeeero, y quiero que sepas que te quieeeeeeeeeeeeero", las cartas, los romances, la desestructuración total... y a veces, quisiera que nada fuera cierto, y que en realidad, no es el amor lo que nos condiciona, sino las neuronas, los duelos reales o imaginarios que aún cargamos.
Ya pasé por esperar como Penélope y aún no llego al odio de Medea. Espero, que la realidad no sea tan dura; me regale un sorbito de esa luz, sin llevarme a los peñascos...

martes, 6 de julio de 2010

Si tan solo...

Ojalá fuera suficiente con amarte desde el deseo. Desde esa tierra inhóspita capaz de reverdecer con sólo mirarte; con los pulsos acelerados y el corazón instalado en las sienes, sin más propósito, sin más pretensiones ni más futuro.
Ojalá fuera suficiente con ser un espacio en tu agenda; ser esa cita entre las tres y las cinco de la tarde, compartiendo el mismo horario de los trenes, las noticias vespertinas, las salidas de la escuela o la cita del peluquero.
Te adivino en las dudas. Me conozco en los miedos.
Ojalá pudiéramos quitarnos las heridas. Desnudarnos poco a poco de lo que nos ha roto en mil pedazos y nos ha dejado mal unidos a nosotros mismos, sin demasiada esperanzas o certezas; esperando solamente el siguiente embate del día.
¿Quieres arriesgarte? Yo puedo cerrar los ojos mientras me quito poco a poco el rubor, quedando desnuda en la ternura, ofreciéndote mis brazos y la promesa de que hay un sosiego...

lunes, 21 de junio de 2010

Oda a un perro bueno

El problema de enfrentarnos a las pérdidas es que no hay un manual sobre cómo hacerlo sin parecer que uno se ha desquiciado brevemente. Más que un luto, tenemos descarrilamientos de emociones.
Durante casi 17 años, compartimos la casa con Tatanka, una mezcla de cocker spaniel con streeter (para decirlo elegante y que los puristas de las razas no eleven tanto la ceja). Tatanka llegó de 3 meses y tuvo el pésimo gusto de dejarnos solos el sábado 19. Puede que no haya sido un perro muy listo, pero se fue en compañía de José Saramago y Carlos Monsiváis. Ya quisiera yo tener esa elegancia para cuando deje este planeta.
En fin, ¿Es triste y rídiculo hacer una oda a un perro? Quizá. No era Rintintín, jamás hizo un comercial. El único truco que aprendió fue a dar la pata; y su hazaña más recordada será la audacia con la que atracó el pastel de cumpleaños de mi hermano, con toda delicadeza.
Hubiera sido el crimen perfecto, si ella no hubiera sido negra como mi conciencia y el merengue del pastel, totalmente blanco. Todavía se nos quedó viendo con cara de "¿si?, ¿qué ocurre?, ¿alguien tomó pastel sin que el festejado lo partiera? De verdad, cómo hay gente sin escrúpulos, caray".
Su existencia clasemediera transcurría en ladrar a los extraños mientras les movía la cola, quedarse dormida en el lugar favorito del sofá donde mi papá acostumbra a leer el periódico, mismo que tenía que ser negociado, y no siempre ganado (eso habla muy mal del poder de convocatoria de mi progenitor).
A veces, le entraba el síndrome José Alfredo Jiménez y le daba por exigir su tequila y su canción a las dos de la mañana, con ladridos destemplados, que a mí -al menos- me hacían desear entregarla al puesto de tacos más próximo; pero claro, uno se encontraba esos grandes ojos negros y se me ablandaba el corazón. Y entonces me daba cuenta que en realidad era que tenía frío, o que afuera caía una lluvia épica.
Como se supone que era cocker, nos convencieron para hacerle el corte "de la raza", y más bien, la raza nos la rementó. Estuvo 15 días sin salir a la calle, porque claramente el corte del "último de los mohicanos" a la inversa, no fue de su agrado.
El problema de la felicidad cotidiana es que no es notoria. Sólo nos acordamos de ella cuando te dejan una bolsa de croquetas sin comer y dejas la casa en una caja de jabón Roma

domingo, 13 de junio de 2010

Las lágrimas de rigor

Creo que hay momentos en la vida en que son indispensables diez minutos de lágrimas. Por regla general, tenemos aversión a esa forma hídrica en que las emociones se materializan, por muy familiarizados que estemos con su presencia.
En mi casa somos tremendamente chillones (de ellas lo espero un poco más que de ellos, que se la dan de hombres recios, con Pedro Infante como modelo a seguir).
Lloramos en las bodas y en los funerales, al despedir a alguien en el aeropuerto y cuando mi hermano viene de vacaciones, en los bautizos y en los XV años (bueno, después de lo malo que suelen ser los discursos sobre la "joven flor que ahora se ha convertido en una mujer", el milagro es que no nos saquen a patadas), en las graduaciones y en las doce campanadas de nuevo año.
Las lágrimas son cotidianas en esta familia. De gozo y de pena. Por solidaridad con un personaje de novela (Víctor Hugo y sus Miserables hicieron estragos en los pañuelos desechables de esta casa y también por compartir un mal rato.
Sin embargo, no por lo constante quiera decir que ya ni reaccionamos. Cuando peor lo paso es cuando veo asomarse un atisbo de llanto en mi mamá.
- ¿Qué tienes, qué te pasa?
- Nada, hija, nada. Bueno, ¿es que no se puede llorar a gusto en esta casa?- y se va con un suspiro que envidiaría Marga López en sus buenas películas.
Ah bueno, así por las buenas, con una explicación tan lógica, pues ni quién diga nada.
Me desarman también las lágrimas de las amigas, donde las penas son diversas y van desde la frustración de un amor que no llega (igualito que los goles de la selección...mmmhhhh, quizá nosotras también deberíamos hacer sandwich), por un mal día en el trabajo, porque uno se siente terriblemente desamparado ante la vida.
Uno acoge esas lágrimas con lo más emocional, con los abrazos y con la promesa de que todo irá mejor.
Y así como hay lágrimas que han llegado de lo más emocional, también tengo las terriblemente racionales y lógicas, y no, caballeros, no hablo del hipotético chantaje del que se sienten objeto cada vez que se nos agüitan los ojos. Hay lágrimas donde la justicia poética del momento, las demanda, como en una ocasión donde -literalmente- ví cómo me dejaba un tren. Fue tal mi frustración que decidí, con toda conciencia, regalarme cinco minutos de llanto. Respiré y procedí a cambiar mis boletos.
¡Ay filosofía, cuántas cosas hacemos en tu nombre!

martes, 8 de junio de 2010

Antes de descender al infierno...

Tengo dudas serias sobre qué ocurrirá cuando presente mis respeto a San Pedro, (sí, así es, mi neurona se apega el modelo clásico de Iglesia Católica Romana).
Así que puedo imaginarme a San Pedro, con su larga barba, aplicando el examen de admisión.
- A ver, vamos a comenzar. ¿Qué significan las campanadas previas a la misa?
Confío en que mi ardilla mental me acompañará y evitará que ponga cara de "Ah caray... misa... campanadas...me suena, me suena"
- ¿Qué celebramos el jueves de Corpus?
- "¿que regalamos mulitas hechas de hojitas de maíz, con sopita de pasta pintadas de color?... ¿no?"
- ¿Qué significa "romper la gloria"?
(Misteriosamente, de esto tengo idea de a qué se refiere, porque hubo un él quien me explicó con toda calma, qué implicaba cada elemento de la fachada de una iglesia, y yo estaba fantaseando en cosas mucho, pero mucho más terrenales. Seguro a los angelitos de la susodicha gloria no les hizo gracia, porque ese romance, no prosperó)
En fin, San Pedro puede ser santo... pero supongo que deberá cumplir con su trabajo, y mis deficientes conocimientos podrían situarme en la incómoda posición de ir a una segunda vuelta; o quizá pueda ser políticamente incorrecto decir que uno simplemente tiene negada la entrada y quedar como un vulgar cadenero celestial.
Quiero creer que mi experiencia como chilanga me ha dado suficientes tablas par detectar dónde me encuentro:
Pista uno: En el sonido ambiental sonará la bonita rola de Arjona "¿para qué quiere en la luna, la libertad un tigre"
Pista dos: Me darán un formato para llenar, una vez que lo entregue, habrá un nuevo formato, porque el que yo tenía, ya es inservible
Pista tres: Los diálogos serán demenciales "Quisiera hablar con el gerente", "¿Con quién quiere hablar?", "Con el gerente", "Entonces... ¿Quiere hablar con el gerente?"
Pista cuatro: Nadie atiende porque todos están muy ocupados, siguiendo un aburridísimo juego de futbol -que se desarrolla en la media cancha- narrado por el "Perro" Bermúdez (López se la pasa a Longoria, Longoria la toca, se la pasa a López, López se decide por Pérez, Pérez la pierde. Saque de meta. Qué juegaaaaaaaaaaaazo, señoreeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeees).
Sólo espero que ya ante lo inevitable del Infierno, los demonios se apliquen en la estrategia para obtener mi alma inmortal y manden a alguien parecido a Ralph Fiennes, George Clooney o Johnny Deep para conducirme a la perdición...

miércoles, 2 de junio de 2010

En la noche... esa voz

Me encantaría ser inocente. Tener la mirada limpia, la conciencia nueva, la certeza de ir por el camino correcto.
De niña quería ser Santa. El problema es que me falta vocación para resistir el embate de la duda.
También quise asomarme al abismo. Dar ese paso oscuro y retorcido que cambia la vida para siempre. Prestar oído a esa voz vidriosa, la misma que alguna vez dijo "Toma y come la manzana".
Pero hasta para ser cínico hace falta oficio, y el corazón (ése que presumo tan blanco, como el del asesino con las manos teñidas en sangre) tampoco tiene la fuerza para cargar con el peso de la culpa.
Voy desgranando los días en la tibieza de la seguridad, del periódico matutino, de las calles limpias, la luz del sol filtrándose entre las hojas.
Tengo los sentimientos correctos hacia la gente correcta.
Pero, cada vez más, en las noches de insomnio, en los eclipses de esa moral acomodaticia, escucho esa voz que me dice "Da el paso... ¿Quién puede enterarse?, ¿a quién puede importarle?"
Cierro los ojos y duermo
Cierro los ojos y lo pienso
Despierto

lunes, 31 de mayo de 2010

Lo que nos tiene juntos

Mi voz, la que te arropa con los secretos de los lugares que no existen, en realidad es de otra.
Te quiero desde el pasado, cuando te estremecías con mi sonrisa. Te amo desde el futuro, donde te interrumpiré para besarte en las palabras.
Lo difícil es arroparnos en el presente, cuando no tenemos tiempo (y sé sincero, tampoco deseo) de quedarnos en silencio, de intercambiar cotidianidades o cortesías de novios.
Por eso, a veces, en las noches, te miento y te digo que eres mi vida. Y sé, que a veces, en las mañanas, me mientes, y me besas con la costumbre de quien sabe que afuera está el mundo.
Nuestro amor radica en la desmemoria...

jueves, 27 de mayo de 2010

la batalla de la nostalgia

En lo que valgan mis palabras (un quintal de café, una ficha de dominó, la envoltura de chocolate que envejece en el fondo del saco, el billete que quedó guardado en un libro), te digo que te extraño.
Echar de menos es notar la ausencia. Ver alterada una rutina donde antes determinadas palabras usaban un confiable mapa para llegar a tus oídos, y ahora, forman montoncitos que brillan bajo luz.
Perder el destino implica también perder la prisa.
Confieso que en las noches de insomnio, cuando el corazón me traiciona, escribo largas cartas de amor sin destinatario, poseída por una nostalgia que se filtra y humedece la imaginación; donde hago cábalas sobre una ofensa real o imaginaria, de haber dicho de más...
La nostalgia puede doler, incluso físicamente. Notamos el peso de la espina que nos hace concientes de nuestros pasos. Y a pesar de toda esta carga, prevalece también una certeza: el silencio se paga con el silencio; y el desapego se paga con el olvido.

viernes, 7 de mayo de 2010

Cuando las palabras se quedan cortas

Es un lugar común decir que la muerte llega sin avisar. Nos trastoca. Se nos va el aliento mientras nos preguntamos, no cómo seguir adelante, sino cómo es posible que el mundo siga adelante, ocupado en sus cotidianidades.
Nos atrevemos a bromear sobre el tema cuando lo vemos lejano, y tocamos disimuladamente madera para mantenerlo así. Como mi tía Magdalena, que dice que a lo largo de su novenario, va a dejar instrucciones precisas para que haya tortas para la concurrencia; y cada día serán de un ingrediente distinto.
Sonreímos, claro que sonreímos porque nos lo dice una mujer a la que adoro, y que apenas pinta canas. Pero pienso en todos los funerales tristísimos a los que he asistido y donde siempre me sorprendo diciendo las mismas frases huecas de "¿qué hay? Pues nada... aquí", "así es la vida", "nos salvamos del rayo pero no de la raya", "no lo puedo creer, si se veía tan bien".
En ese momento, además, entiendo que hay cosas que de verdad no podemos expresar con palabras, porque ningún tono será lo suficientemente piadoso para consolarnos; y en algunos casos, es hasta contraproducente, como el funeral de mi tío Fidencio, donde todos estábamos sumidos en nuestro dolor personal, hasta que se apersonó un cura y empezó con aquello de "Estamos todos reunidos", con el tono de Ministerio Público donde seguro labora... Nomás faltaba que dijera "Corriendo el día tal de los corrientes, se apersonó el ciudadano, que clama tener domicilio en esta localidad".
Quizá ante el dolor... lo único que nos queda es el esperanto del abrazo.

jueves, 22 de abril de 2010

El que no habla...

Enamorarse a distancia es la cosa más aburrida que hay... más aún que nomás ver zapatos atrás de un aparador o morirse de ganas de probar el merengue de un pastel de bodas.
El problema es que en mi casa, todas las mujeres éramos condenadas y condenables si dábamos la más mínima muestra de interés en los hombres.
"Es una loca, una descocada, mira nomás cómo se viste, cómo se ríe. No va a salir nada bueno con eso", acusaba mi tía Evelia desde su rincón, con su tacita de chocolate y una concha con nata, (y luego nos preguntábamos que cómo que había muerto de esa cosa llamada "diabetes").
Mis tías asentían y nos miraban sin disimulo, recordándonos que debíamos ser juiciosas, darnos a respetar, ser unas completas damas.
Total que crecí convencida de que los hombres leían la mente. Ellos sabrían de mis sutiles señales: mirada tímida, ojeras azulosas, de la sonrisa medida, de los roces apenas insinuados.
Y por supuesto, suspiraba, como debía hacerlo toda señorita que se respete: con mucho misterio. Suspiraba, enamorada a distancia, de hombres a quienes -sin conocer más que la pura fachada- les suponía todas las cualidades, incluso las más improbables, como saber hacer café de olla o planchar una camisa.
Pero ni mis suspiros más sugernetes ni mis más intrincados artilugios dieron resultados. Fuí distante, misteriosa y éterea... y ellos, claramente, nunca me vieron.
La salvación vino gracias a mi tía Maruchán (sí, como la sopa, y por supuesto, no podemos hacer chistes al respecto so pena de que nos mire con ojos furibundos, levante la ceja y diga la temida frase de "pero hay un Dios que todo lo ve y que con nada se queda").
- "Mi'ja, si usté está rebonita, ¿pues qué les hace?"
- "Nada tía. yo soy modesta, callada"
- "Ah, pos ahí está el detalle. Si no les habla, ellos no se enteran"
Mi ardilla mental, que suele ser mucho menos elegante soltó un "ah, ¿te ca'í?, ¿así funciona?"
Y pues, aparentemente así funciona.
Era algo tan sencillo y a veces me arrepiento y otras, siento el dedo acusador de mi tía Evelia... pero vale la pena correr el riesgo nomás por escuchar esa voz que nos dice "tú me gustas"...

Más allá del surrealismo... está México

Debo reconocer que me encanta México. Estoy convencida de que si viviera en Noruega, me faltarían muchas cosas para mi completa felicidad, (empezando por el sol y considerando que soy medio planta, por lo que necesito grandes cantidades de luz para hacer fotosíntesis, y eso sin vivir en Pandora y otras xaladas).
Pero sobre todo, me faltarían las anécdotas cotidianas que tanto material dan para las discusiones de café y las sobremesas.
A ver, ¿de qué pueden platicar los noruegos? No tienen grandes frases de los políticos, ni un poder legislativo que aprueba leyes y justo al día siguiente, explica por qué sus son inviables y no se pueden llevar a la palpitante realidad mexica.
El hecho de que los datos personales, esos que deberían ser privados, se merquen en Tepito sin ningún problema, ya podría ser motivo de extrañeza entre los noruegos, pero que además sean comprados por los propios procuradores de justicia, a través del complejísimo esquema financiero de "la vaquita", porque ni ellos tienen tanta información, es para morir de la emoción.
De hecho, creo que sólo mi angelito de la guarda debería tener esos datos, pero siendo chilango, seguro soltaría la sopa.
Tenemos explicaciones increíbles de por qué una cuadrilla de policías, con perros especializados, no pueden encontrar un cuerpo en 300 metros cuadrados; una entrevista con una vidente para decirnos que en realidad, ya era tiempo de fundirse con la luz y por eso, pues la gente muere.
Sabemos que cuando un funcionario dice que "emprenderá una investigación, caiga quién caiga", en realidad están dando carpetazo.
Claro que vivir en México también arruina algunas sorpresas. Vemos la visión apocalíptica que nos presenta Hollywood, de cuando el destino nos alcance, caigan las bombas, se abra el cielo, lleguen los marcianos o cualquier otra plaga moderna, y los aguerridos mexicanos salimos del cine diciendo "¿Te fijaste qué menso?? Eso se arreglaba con un clip y una liga"

lunes, 8 de marzo de 2010

8 de marzo... cuántas cosas se dicen en tu nombre

Un 8 de marzo, de hace muchos, muchos años, iba en un taxi escuchando la estación de radio con la que el operador alegraba mi mañana. El tema de ser un escucha cautivo deja fluir ciertos placeres culposos, como tararear una canción de Rigo Tovar, Kalimba o La Tesorito frente a un perfecto desconocido.
Sin embargo, aquella mañana en realidad no íbamos tarareando canciones. el tema era serio: muy serio. Conmemorabámos el Día de la Mujer, y el operario tampoco parecía muy dispuesto a cambiarle, así que estuve escuchando los lugares comunes del día: es necesaria mayor equidad, el amor se demuestra sin violencia, las mujeres debemos tener los mismos derechos y obligaciones que nuestros pares varones.
Todo más o menos de acuerdo con el guión, hasta que una llamada logró captar nuestra atención. - "¿Quién es tu modelo femenino?"
- "¿mi qué?"- la chica que llamaba seguramente pensaba que con una frase del estilo de "la XHN1N1 es la neta" o " yo nomás escucho a Radio Xumpango porque es el mero mole del radio" ya la libraba, pero no...
- "¿A quién admiras?"
- "¿Por qué?"
- "Por ser mujer. Hoy es día Internacional de la mujer"
- "Ahhh"- Acto seguido hizo lo que jamás, jamás, jamás debe hacerse en radio: quedarse callada por angustiosos segundos - "pues, pues admiro a Lorena Herrera".
Si el taxista no frenó en seco es porque era un día raro en que el tráfico fluía y uno, por mucha sorpresa que tenga, no está dispuesto a desperdiciar la oportunidad de transitar por una calle vacía, con el semáforo en verde.
- "¿A Lorena Herrera?"- Estoy segura de que el locutor tenía los ojos igual o más abiertos que yo.
- "Pues sí, se me hace una chava buena onda"
Ah bueno, y uno haciendo una lista mental de mujeres que nos parecen valiosas, cuando en realidad, ser buena onda, exhuberante y estar en el Canal de las Estrellas es suficiente para tener calidad de líder moral.
Llegué a mi destino, pagué la dejada y me quedé con ganas de decirle al mundo que mi admiración va para Elba Esther Gordillo por su capacidad intelectual que ha impreso en el sistema educativo o Bety Paredes porque deja a la familia Soprano en calidad de la familia Patridge. En fin...

miércoles, 3 de marzo de 2010

la ligereza de la palabra

"Weeeeeey"
"¡sí weeeeeeee!"
"Ay weeeeeeeeey"
"Te digo, weeeeee"

Este diálogo lo escucho unas diez o doce veces a lo largo del día, con ligeras variaciones... de tono, dependiendo si son estudiantes de escuelas privadas, choferes de microbuses, vendedores de garnachas o funcionarios públicos: la esencia prevalece.

Por una parte, mi corazón republicano debería regocijarse ante la llegada de una especie de esperanto; pero, somos complicados, ¿qué puedo decir? Añoro los malos-buenos viejos tiempos en que en la escuela me torturaban con la invisible (a mis ojos) estructuras del español.

Las preposiciones, los acentos e incluso temas de fonética siempre me han parecido extrañamente fascinantes; al menos lo suficiente como para recurrir (y desconcertarme) con las divagaciones de escritores y filológos.

Me conmueve darme cuenta de que usamos las palabras con la ligereza de quien camina por la calle; y a menos que haya un gran bache, es cuando nos asombramos de que nuestros pasos nos hayan llevado tan lejos.

Expresiones como "incrustarse en la estrategia", me hacen levantar las cejas y pensar, "¡ouch!, eso debe doler"; o cuando alguien trata de explicar algo utilizando el "sí me entiendes, ¿no?"

Espero equivocarme cuando anticipo, en mis peores pesadillas, que la norma culta será cuando alguien conteste un plurisilábico "órale"

jueves, 28 de enero de 2010

el veneno que entra por el oído

Tu voz se filtra, lentamente, echando raíces, ocupando el lugar donde (puedo jurarlo) antes tenía un corazón y donde (estoy segura) sólo hay vacío.
Escucho cómo se filtra, desatando las cuerdas de lo razonable, de las buenas costumbres, del té a las cinco y las campanas de misa.
La imaginación se desboca, pierde el aliento buscando el sabor de tus labios.
No hay vacío, sólo tu voz, tus palabras que vibran, que recuperan el corazón de entre la arena, y él, pobrecito, no late... se desboca.
Entonces callas, pero ya es tarde... tu voz es igual al veneno por el que Dinamarca perdió a un rey...

miércoles, 27 de enero de 2010

Lo lógica imposible de vivir en el D.F.

Ser chilango conlleva una perpetua ansiedad. Sabemos que no hay lugar seguro. Uno puede levantarse, ponerse su ropita más bonita, ir a un cumpleaños del ISSSTE y ser empujado al patel de merengue por el mismísimo Presidente. Circular por el periférico y caerte un camión de basura. Ir por un café y terminar ante el Ministerio Público o ¡peor! con la oferta de ser testigo protegido de la PGR.
Lo peor es que nuestras decisiones son movidas por la lógica de creer que vivimos en otro tipo de ciudad.
Una disyuntiva sencilla: ¿dejo mi coche en la calle o en el estacionamiento? abre perspectivas desconocidas. La decisión podría ser incluso obvia cuando la zona es la Condesa, donde, encontrar lugar implica tener el espíritu de Cristóbal Colón, hacer guardias de doce horas, o exponerse a los gruyeros, quienes -me consta- han desarrollado una habilidad para enganchar coches que no nos dejaría mal parados en algún concurso de Récord Guiness. (He ahí una idea para Ebrard).
En fin, viernes en la noche, cena en la Condesa con una buena amiga. Plática agradable. Resolvimos los problemas del mundo, platicamos sobre los sueños, ambiciones, planes y todas esas cosas que hacen que la vida sea tan profundamente agradable.
Pagamos, salimos y nos encaminamos al único estacionamiento que hay en la zona: el del restaurante Sep's. De repente... la fatalidad empezó con la única frase posible: "mira, están moviendo mi coche".
Así era: dentro del mismo estacionamiento, al policía en guardia le pareció una gran idea moverlo de lugar.Y la fatalidad siguió. Mi única neurona de guardia vió cómo el coche se acercaba peligrosamente a una pared. "no la va a librar... no la va a librar"... CRASHHHHHHHHHHH..."no la libró".
Ahí estaba la parte delantera del coche incrustada en una pared blanca, y nosotras, entre desconcertadas y enojadas, golpeando la ventanilla.
La puerta se abrió y dio paso a la "autoridá": un hombre como de cincuenta años, gordito, con gorra, con su uniforme azul de "poli" y coooooooompletamente borracho.
- ¿Qué le pasa???!, ¿ya vio lo que le hizo a mi coche???
- No le pasó nada- y apuntaba hacia la pared, con una media sonrisa de lado.
- ¿Cómo que no le pasó nada???!
- No le pasó nada- y de nuevo la media sonrisa - Mire, ahorita le muestro -y amagó para volver a subirse al auto.
- ¡¡¡¡¡No se atreva a tocar mi coche!!! Mire nada más cómo está: está usted borracho
- Es que no lo puedo evitar, señorita- ahora sí, sonrisota completa, como si dijera "pos así es la vida".
Ni nuestro enojo, ni la justa indignación ni nada hizo que perdiera aquella sonrisa.
Tambaleándose siguió, estoicamente, frente a nuestros ojos
- "¿A poco vienen del restaurante? a ver su boleto".
Efectivamente, ahí estaba el boleto, pero no había nadie a quién reclamar nada. La única autoridad posible estaba frente a nuestros ojos, con la mirada vidiriosa, que nos recordaba que "no lo podía evitar".
El estacionamiento tiene bien definidas sus reglas: si uno estaciona y no consume en el Seps, cuesta 100 pesos la estancia, pero comiendo o no comiendo ahí, no se hacen responsable de daños o robos parciales.
Ah impunidad, qué haríamos sin tí.
En el momento en que veíamos el coche, el rayón de la pintura blanca y hacíamos el recuento de los daños, el poli aprovechó para quitar las cadenas, franquearnos el paso y desaparecer.
Y claro, optamos por subirnos, hacer los comentarios clásicos de "con una buena pulida sale", cuando a la vuelta, vimos la figura borrosa de un poli échandose un taco en las escaleras de alguna vieja casona de la Condesa.
- "Es él"- dije
- "Claro que no"
- "Claro que sí. Se está echando su taco para el susto"
No tuvimos pruebas contundentes, pero al menos recuperamos el humor de vivir en la ciudad de México y mi amiga tuvo el buen tino de resumir el percance: "y yo que no lo quise dejar en la calle porque a lo mejor le pasaba algo".
Oh si, el D.F. tiene un extraño sentido del humor...