lunes, 30 de abril de 2012

Cuando las palabras son insuficientes

Y no, no me refiero a cuando vamos a una boda o un funeral (en mi familia, hay quien confunde el término), tampoco ante una tragedia. No. Hay un punto en la vida en que necesitamos palabras exactas, precisas, específicas... y eso ocurre ante el mostrador una tlapalería. Oh sí, no hay ningún momento en la vida en que me sienta más desvalida que cuando tengo que describir una llave, una tuerca, la entrada de una clavija, la textura esperada de un taquete. ¿Dónde se adquieren esos conocimientos? Cada vez estoy más convencida de que debe ser una hermandad secreta. No me imagino a académicos de la lengua reunidos en cónclave diciendo: "y esta será conocida como rosca Whitworth. Dad a conocer la buena nueva en todos los confines del reino". Entonces la explicación más lógica es que cada determinado tiempo, entre brochas, pinzas, alicatas, distintos cableados, escaleras, hay un grupo de notables de entre las mejores tlapalerías del mundo, frotándose las manos y dándole un nombre, cada vez más pintoresco que el anterior, a una humilde pieza de metal que deberá sujetar un cuadro, una lámpara, poner en unión una silla. Todo para que al final, un perplejo ser humano llegue y pregunte "sí... quiero... el ese... que va en la esa... para que salga agua. Ya sabe, no el que gira, sino es el que va como en un tubito, pero no es de metal, es como, pues parecido a un clavito pero más gordito y menos, así, ¿cómo le explico?" Ah... ahí sí que quisiéramos tener las palabras.

viernes, 27 de abril de 2012

¿sufrir es un arte femenino?

Creo que el problema es que lo primero que nos enseñan a las mujeres es que no es amor si no lo sufrimos hasta el tuétano. Al menos en mi casa así ha sido desde tiempos inmemoriales. Mis tías se iban suspirando por los rincones, muertas de ganas que alguien les preguntara "pero, ¿qué te pasa? te veo desmejorada". Eso era todo lo que se necesitaba para que florecieran. Aunque claro, uno no podía lanzarse al gozo de la autocompasión así nomás, de buenas a primeras, (seguramente es pecado). Había que guardar un modesto silencio, bajar la mirada, suspirar un poco, sofocar un sollozo o dos. Mis tías siempre han sido muy creyentes que todo eso era "misterioso" y enaltecía al género femenino. Para mi abuela, mucho menos intensa en los sentires del corazón y con el terrible pragmatismo que da tener que llenar la despensa para alimentar 15 bocas, se encogía de hombros y murmuraba por lo bajo "puras payasadas". Aunque supongo que lo consentía porque sin televisión, radio (y muchísimo menos cerveza), pues ese momento de protagonismo romántico -en el más clásico de los sentidos de amor imposible, cumbre borrascosa- era lo único que podía medio tener a la tropa más o menos tranquila. Así que no es de extrañar que con esa escuela, durante años, mi sufrimiento por el amor haya sido tan notorio. "Es que no me vio" murmuraba yo. "Pues no" -contestaba la parte racional de mi cerebro- "estabas junto a un puesto de pizza. Estabas en clara desventaja". Y yo lloraba y lloraba hasta que la pobre víctima, perdón, objeto del deseo decía "¿¿Estabas ahí??? Jamás te ví". Por supuesto lo agradecía, porque me daba pretexto para sentirme "Cellophan gal" y volverme a poner a llorar. Además de la obvia pérdida de tiempo, con los años una aprende que el sufrimiento del estilo: "te juiteeeeees, con esa vieja perfecta de labios de Scarlett Johansonn y piel de quinceañera, pero haaaaaay un Dioooos y algún día dirás, "me equivoqué" y yo, yo te esperaré, pero habremos perdido mucho tiempo" será muy femenina, pero es una soberana estupidez. Claro que mis tíos y primos tienen un sufrimiento muchísimo más austero. Claro que les han roto el corazón, cantaron las canciones de José José (no juzguen, por favor, comprendan) pero al final era mucho menos dramático y además, jamás de los jamases dejaron de comer. Casi todo era por la línea de "la regué, no debí hacerlo. Chale, me siento fatal, ¿pido pizza o me hago unas quecas?"

sábado, 14 de abril de 2012

Todo es cuestión de tiempo

Supongo que las encuestas de felicidad en las que México está bien posicionado se derivan fundamentalmente porque siempre estamos esperando algo.
Aquello de que la espera conlleva deseos y los deseos nos conducen al sufrimiento, creo que no opera en este país, donde los horarios los concebimos como una idea extranjerizante para minar nuestra soberanía, así como las luces rojas de los semáforos cambian su significado dependiendo del tonelaje del automóvil, donde abarca del "qué tanto es tantito" a "Total, a mí no me van a pegar".
En fin, hace poco llame para solicitar un servicio "como no, de 9 la mañana a 6 de la tarde lo puede esperar, ¿está conforme con el horario?", "Ejem... no... no estoy conforme. Necesito una hora más específica", "Por eso le estoy diciendo que es de 9 de la mañana a 6 de la tarde". Ah bueno, con esa óptica, me extraña que Einstein no haya sido mexicano.
Ahora, sé que no me puedo quejar. Hasta ahora todo ha sido franja horaria que va de 8 a 10 horas. Aún no atravesamos "entre hoy y tres días", algo que uno no quiere escuchar cuando se trata del doctor que nos va a interpretar las sombras que vemos en las radiografías o los números que salen de dos gotas de sangre que buenamente dejamos en un laboratorio.
Hay algo de malvado en todo esto de la relatividad respecto al tiempo. No recuerdo a quién le leí aquello de "yo también leí el Laberinto de la Soledad, pero uso reloj y llego a tiempo a mis citas".
No me gusta regirme por los ciclos cósmicos. De verdad, ni siquiera ahora que están tan de moda con aquello de que acabará el mundo. Aunque desconfío que hayan dado una fecha tan precisa... con tantita suerte, lo pospondremos "de una semana a un mes" y en el papeleo, perderse la fecha definitiva. Digo, para seguir con la lógica autóctona, ¿no?