miércoles, 24 de agosto de 2011

Somos los bárbaros

Vemos por encima del hombro, con una mirada de distante autosatisfacción, a Bogotá, una ciudad que logró reeducarse para andar por la vía pública. Ja! Pusilánimes.
No saben la satisfacción de sucumbir al caos.
No somos París. Caminamos por las calles sin ver. No reconocemos la maravilla, no tenemos capacidad de asombro o abstracción. No sabemos qué es ser una ciudad de los palacios.
Somos los bárbaros. No nos transportamos: nos defendemos unos de otros, con las armas que tengamos a nuestra disposición: desde nuestros 206 huesos hasta los dos mil kilos de hummer con los que nos permitimos pasarnos las luces rojas, ignorar los pitidos de un pobre asalariado o meternos en una calle a la que hemos decidido inaugurar como vía rápida.
Un segundo deja de ser una fracción de tiempo y se convierte en el territorio conquistado. Entre una luz amarilla y otra, que nada se interponga en mi camino, sea señor con bastón, perro correteado o un balón perdido.
No respetamos ni la ley de gravedad. Lo único que puede interponerse en nuestra desenfrenada vía es un bache o un tope, deidades modernas que nos obligan a detenernos; entonces, ¿cómo se atreven a pedirnos que actuemos como si tuviéramos leyes?
¿Por qué me piden, a mí, peatón, el último eslabón de esta impía cadena alimenticia, que cruce por los pasos de cebra, que voltee a ambos lados de la calle, que vaya atento en vez de traer la mente adormecida con la música que me lleva a otra parte?
¿Cómo se atreven a decirme, a mí, dueño de los caminos de concreto, automovilista avezado donde los exista, que deje el teléfono, mandar correos, estar perpetuamente conectado a los otros? Puedo hacer varias cosas a la vez, ¿qué no lo ven? Es mi sentido de fina ironía lo que me salva de caer en el marasmo de la desesperación, ver con autosuficiencia a los jodidos que van por el transporte público, o en bicicletas... ja! Perdedores.
¿Cómo se atreven a decirme a mí, heredero de la cultura ecológica, ciclista que busca recobrar la grandeza de este transporte, que no ande por las banquetas, que tenga cuidado de los peatones, que cubra mi vehículo de luces para ver y ser visto? No entienden que la discreción es mi motivo de vida.
¿No entienden que somos los bárbaros? Hemos sepultado aquello que implicaba ser culto y ciudadano. Nos hemos ganado el derecho de ir por donde nuestro capricho nos lleve. No le debemos nada a nadie.