miércoles, 26 de diciembre de 2012

Buscando cierto orden


Ennumero las estrellas para asegurarme que todo siga en orden. Tengo las puntas de los dedos llenos de constelaciones que no podría nombrar, y que sin embargo, sé que me dan alguna ruta para llegar a tus silencios.
Ah, amor mío. Hay tanta sorpresa acumulada en la piel. Tantos rastros de imaginación que es fácil confundirlos con el futuro; sonreímos al vacío porque se cruza el fantasma de lo que dijimos o dejamos de decir.
Beso a beso recorremos el camino hasta el límite de nuestra razón para enfrentarnos al salto de fe, a la locura del amor, al aleteo de la mariposa rogando por el tornado que nos quite la cordura.
Porque en eso, amor mío, el inglés tiene mayor razón: uno cae, cae en el amor, sin cuerda, sin red, sin ayuda, sin más esperanza que esperar que del otro lado no esté todo lo que nos ha abierto heridas que todavía llevamos, sangre que aún nos rezuma (a veces venganza, a veces gentileza), pero siempre pidiendo un sacrificio que acalle esa voz que nos murmura "esta vez tampoco lo lograrás". 
Chocamos como las olas, enfrentamos riscos. Y no nos damos cuenta de nuestra propia valentía hasta que estamos en ese hogar momentáneo de un abrazo que te hace despegar los pies del suelo. El tornado... las estrellas que giran... el mundo que se desordena.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Esas noches de secretos e insomnios

Pienso, amor mío, en todo lo que nunca decimos porque no es cortés.
Y no, no hablo de dar los grandes secretos que no nos enorgullecen, y que por alguna compulsiva razón, lanzamos al otro, sin contexto ni mayor historia, sólo porque compartimos una almohada y vemos el mismo cielo raso, con unas grietas que quizá nos recuerdan nuestra propia vulnerabilidad.
Porque, afrontémoslo amor mío, si los ladrillos son capaces de resquebrajarse, si las catedrales se hunden bajo el peso de los años (y quizá también de su santidad), ¿cómo no nos vamos a sentir solos, con nuestros demonios, las sombras que nos acechan en noches sin consuelo? Preguntas que van desde "¿qué haría si nos encontrarámos?, ¿le reclamaría el olvido al que me redujo cuando en la intensidad de ese presente que compartimos juramos que nada, nada nos podría separar?
Ah... la tentación de la otra historia, de la página que no escribimos, del libro que dejamos en el aeropuerto y que no volvimos a adquirir para quedarnos con ese sabor de la historia perdida. ¿Por qué nos deshacemos en sueños de humo?  No somos mejores que los gatos que persiguen bichos de luz, cuando el sol se reflejan en las baldosas.
Pero no, amor mío. No quiero compartir secretos porque ni yo misma los recuerdo. Porque nada del pasado es interesante para traerlo a nuestro día.
Pienso en que nunca te digo sobre tu mirada amable, tu sonrisa suave, la línea que va desde tu corazón hasta el mío. Pienso que me gusta verte concentrado, porque te invento un pasado que nada tiene que ver contigo y conmigo; porque dudo mucho que hayas sido pirata o de la caballería rusticana o de la guardia Papal.  Y sin embargo, amor mío, hay algo de tu sonrisa que me hace pensar que compartes los secretos del mar, algo de filo en tus labios en los que adivino luchas y lealtades y tesoros defendidos.
Hay tanto qué pensar en las noches de insomnio... 

viernes, 30 de noviembre de 2012

Ante el abismo de las preguntas propias

El problema de mi agnosticismo trasnochado es que no tengo toda la certeza del Paraíso, pero sí toda la culpa del Infierno. Desprecias el opio de los pueblos, pero cargas una Virgen de Guadalupe en la cartera. Se te olvida el "Yo Pecador" y eres capaz de recitar párrafos enteros de Esperando a Godot.
Para mi tío Virgilio, el problema es que mis padres no habían sabido qué hacer con tantas mujeres en casa, y después de meternos en escuelas de monjas, se arrepintieron y pasamos a tutores personales y de ahí, a la UNAM.
Creo que por eso todas siempre estamos con ese aire de maizal seco: una desolación que no alcanza a ser pintoresca y sólo es ligeramente triste, cuando te das cuenta que se confunde con el ocre de la tierra.
Ni fuimos guerrilleras ni tampoco santas. Ninguna cargamos rosarios entre los dedos, ni decimos con esa suave voz que tenía mi abuela "Torre de David..." A todas nos rompieron el corazón aquellos que a los 20 años eran liberales a ultranza para terminar casados por la iglesia y persignarse cada vez que pasan enfrente de una cruz.
Es difícil conciliar las preguntas con la vida diaria. Uno pide un milagro. Y a veces, cuando lo recibes... no sabes exactamente qué hacer ante él.

jueves, 11 de octubre de 2012

Cuando una cosa es otra cosa

El problema real es saber determinar si uno es raro, excéntrico o aplica para ese fino lugar de contención que es el hospital psiquiátrico.
Mi tía Esfrotina, sin ir más lejos: para ella la comodidad misma es ir por la vida con el cabello recogido en un modesto chongo, el cual tiene la particularidad de ser también nido de Pinocho, su periquito verde que de puro pasmo, nunca ha dicho una sola palabra, pero tampoco vuela, así que ve el mundo desde lo alto de la cabeza de mi parienta.
 ¿Esto es excéntrico? No, definitivamente "son visiones". Aunque, todos seguimos el mudo ejemplo de Pinocho y todavía nadie tiene la valentía para decirle a Esfrotina: "Ay, quítate ese animalejo de ahí, que nomás estás dando vergüenzas".
En otro extremo mi tío Osofronio (el mayor, como canción de Chava Flores). A él le encanta decir a cuanta alma viviente le presentan que prefiere aguantar 14 horas de carretera antes que subirse a un avión, esos inventos modernos que se hicieron para estafar gente y para hacernos creer que todo está lejos.
¿Excentricidad? Tampoco. Más bien es su perenne pereza de moverse del sillón donde sí es capaz de estar 14 horas viendo televisión, comiendo cacahuates y espantando a sus nietos.
Mi papá, que está a dos pasos de ser un alma santificada, cree que la excentricidad sólo puede ser de los ricos, quienes son capaces de inventar cosas rarísimas, como pegarle a una pelotita desde un caballo, tratar de meter un gol con medio cuerpo en el agua, o comer ostras rociadas con polvo de diamante; él que va buscando encontrar un billete tirado en la calle, y cuando la fortuna le sonríe, se desconcierta, lo recoge y piensa qué le va a quitar la vida por darle gratis esos 100 pesos abandonados en la banqueta.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Conocerás gente... dicen...

Tengo dudas que me quitan el sueño, (también tengo deudas, pero eso es harina de otro costal). Mi primera duda: ¿a todos los solteros del mundo nos dicen "es que tienes que conocer gente"?, ¿sólo a mí me parece el peor de los consejos? Porque entonces sólo sería cosa de ir al metro Tacubaya, la fila para entrar al Museo de Antropología cualquier domingo o comprar jitomates en la Central de Abasto.
Hay gente que debería conocer y no lo hago... mi diputado local por ejemplo. Ni siquiera fue a estrechar manos, acariciar perros o besar niños cuando quería nuestro voto. Mucho menos lo veré ahora, que ya está cómodamente instalado en su curul. Y hay gente que he conocido a quien me encantaría borrar a través de una lobotomía con crayón (azul) de mi memoria.
Hay gente con quien no tengo la menor afinidad y gente a quien he amado profundamente y tuvo el mal gusto de vivir en otro siglo, estar en otro continente o casarse con otra.
Ahora, supongamos que uno se arma de valor, paciencia y sale al mundo dispuesto a "conocer gente". Hay pequeñísimos detalles a considerar: la regla de oro indica que todos aquellos hombres que nos parecen guapos, atractivos y simpáticos, ya están comprometidos. Es la regla del perrito fino: siempre tienen dueño.
Si por alguna razón está solo, viene la segunda sospecha: se está divorciando, nos dirá que es soltero y luego nos enteraremos que es casado o simplemente no usa anillo porque no le da la gana.
Supongamos, para seguir con el argumento: hacemos contacto visual, ser humano parece un ser decente, nos acercamos... ¿de verdad?, ¿en esta ciudad? A mi se me acercan a decirme "qué bonitos ojos tienes" cuando yo tengo la mano en el gas mostaza que traigo en la bolsa de mi saco.
Sigamos diciendo en este ejercicio de improvisación que a todo le decimos que sí. Y que fulanito dice "qué bonitos ojos tienes" y yo acepto piropo. "¿Cómo te llamas?" La tentación de contestar "María del Sagrado Corazón de todos los Santos, tengo un hermano que trabaja en el CISEN y mi papá es militar" es demasiado fuerte.
Tendré que confiar en el destino. 

viernes, 7 de septiembre de 2012

El enamoramiento y la confusión eterna

Para mi tía Elpidia, el problema del enamoramiento es que uno vive en la confusión eterna. "Ay mijita, es como cuando no sabes si te gusta el cilantro o el perejil, no sabes dónde están las llaves, si dejaste cerrado el candado, si el reloj marcaban las 4 ó las 9 cuando te fuiste a dormir; porque todo el santo día estás con el nombre de otro en tus labios, en vez de saber qué quieres tú".


A mí me parecía un poco raro. Y un poco cínico. Pero yo era mucho más rara y cínica que cualquiera de mi familia. Después de todo, mi papá me había dejado en un internado laico donde nos hacían aprendernos las lecciones de Spinoza y Leibinitz con la misma disciplina con quienes mis amiguitas rezaban el padre nuestro; y mi madre consideraba que la única lucha que valía la pena era la de la igualidad ante la Ley.
Así que a mí el amor me parecía más una invención que un sentimiento, hasta que --claro-- me enamoré.
Y entonces, andaba como iluminada, como ida por los pasillos. Con la vergüenza de que no era pura mente lo que me dominaba. Y miren que yo era capaz de poner ojos de borrego y susurrar "te amo con toda la fuerza del colón trasversal, porque sólo tú lo haces contraerse hasta que siento que no puedo respirar" (para que luego digan que me falta correción anatómica). 
¿Qué podía hacer? Como todos mis romances, aquel rayo que yo esperaba me dejara marcada para siempre, me condujera al feliz Topus Uranus, me abriera una nueva relación con el universo, me dejó el ego maltrecho y unas enormes ojeras violetas que me hacían ver todavía más desesperanzada.
Como todos los que tenemos mal de amores, me refugié en las palabras. Las que decimos con tanta convicción que hasta los borrachos las usan: "nunca volveré a pasar por esto".
"Ay mijita...", me dijo mi tía, pasándome su mano huesuda por mis pelitos de elote, "¿Nunca te has preguntado por qué los poetas siempre dicen que la fuerza del amor, del deseo, de la carne, del otro es como un volcán, un tornado, un maremoto, un sismo... es decir... puro desastre?  Y siempre, hija, siempre hay heridos y hasta muertos".
Yo no tenía ganas de reírme, por lo que lloré un buen rato.
"Lo bueno, mijita", agregó Elpidia con su tono suave y su piel que me recordaba las flores de manzanilla, "es que sepas que con todo y el desastre, es una fuerza natural. Te hace habitante de este mundo".
Si por mi fuera... pondría a mi tía en la enciclopedia Universal. Al menos ella me recordó que quizá sea cierto lo del colón transverso, pero siempre es más bonito decir "siento mariposas en el estómago".

domingo, 29 de julio de 2012

Para algunos... las palabras lo son todo

Cuando mi tío Verdún fue llamado por la policía sabía exactamente de qué se trataba. En mi casa todos somos medio psíquicos, porque en el momento en que llega una carta, suena el tiembre o llama alguien al teléfono, lo primero que nos cruza por la mente es que acaba de suceder una desgracia.
Verán, en mi casa no hay esas pláticas que uno ve en las series o en las películas, donde toda la familia intercambia historia de cómo se conocieron los padres, cómo los abuelos decidieron iniciar un pequeño y próspero negocio, cómo el primo inició sus clases de natación sin saber que quince años después estaría en un podio olímpico.
No, en mi casa se cuenta cómo el primo tuvo que salir corriendo una noche porque lo buscaba el esposo de una novia que tenía en el pueblo vecino, por qué no podemos ni asomar la cabeza en algunas dependencias de gobierno hasta que prescriban los delitos de dos tíos a quienes ni siquiera conocemos pero que tenemos en común el apellido, o la historia de una vieja cama de latón que ha pasado de generación en generación, gracias a quien sería mi bisabuela tuvo la suerte de quedarse dormida ahí cuando su papá decidió que era momento de fundar otra familia; así que amablemente le avisó a su esposa que se iba, fue por una carreta, subió todos los enseres de la casa y le enterneció ver la chiquilla dormida tapada con un rebozo. A eso se resume toda la riqueza familiar. Por eso no tenemos árbol genealógico, sino nopal.
Total que cuando a mi tío Verdún lo mandaron llamar, no se le ocurrió nada mejor que buscar al abogado. "Seguramente ya llegaron a un acuerdo", le comentó a mi tía Argenta.
En mi familia, se toman muy en serio los títulos. Por alguna razón, para mis tíos era mejor que su hija, mi prima Magri, fuera casada en vez de soltera. Cuando se casó, decidieron que era mejor que estuviera sana en vez de golpeada. El marido decidió que para él, era mejor seguir teniéndola como esposa en vez de dejarla.  Y para mi prima, fue mejor ser viuda que divorciada.
Lo único cierto es que nunca pudieron probarle nada. Mi tío regresó con su hija, envuelta en el mítico rebozo. La ayudó a acostarse en la viejísima cama de latón. Y los dos hicieron como que no vieron cuando quité la escopeta de atrás de la puerta. No fuera que alguien la encontrara.

miércoles, 11 de julio de 2012

Gracias, pueblo aguantador

Así es como me dan ganas de saludar a mis queridos amigos que tienen la delicadeza de aguantar las poco entretenidas quejas de una soltera crónica, como es mi caso.
Hay un momento en que la paciencia termina.  Lo primero, son los diálogos "¿me da un boleto por favor?", "¿sólo uno?", "no, déme también otro para mi pareja imaginaria que está aquí a mi lado". Por esas bromas es que termino conociendo el psiquiátrico.
Después, es la comida, "¿la porción de salmón es muy grande?", "pues, sería mejor para dos personas, pero sí... sí tiene hambre. O lo que deje, se lo podemos poner para llevar". Puedo entender que terminemos trayendo a un gato con nosotros para sentir que no somos completamente juzgados como antisociales.
Además, para desconcierto total, uno no sabe si está en la realidad virtual de parejas felices en Facebook o historias edulcoradas de Hollywood (o Bollywood, dependiendo qué tanto ame uno la música de fondo y tenga coordinación para los bailes complicados).
Es por eso que uno termina en un oído amigo, quien por supuesto, vive una idílica historia amorosa y es lo suficientemente gentil para escuchar nuestras quejas. "no, mira, calma. Siempre hay un mañana. Seguro que el príncipe (no sé caballeros, en su caso, como no encuentran a la pareja idónea. Hay harta princesa neurótica por estos caminos del Señor)  quiere acercarse, pero es tímido" (no entiendo cómo hay tanta población mundial con tanto tímido-casi-mudo suelto).
Ese príncipe se está tardando más que una cena (para uno). Con la salvedad que si la cena llega después de media hora, es gratis.
Debería haber una letra chiquita en los contratos de relaciones humanas.
¿Ven por qué empiezo diciendo "Gracias, pueblo aguantador"?

domingo, 8 de julio de 2012

buscando el lugar para inspirarse

La primera vez que tuve conciencia de la insipiración fue cuando ví un cuadro titulado "la muerte del poeta". Buhardilla, joven de veintipocos tirado sobre una cama aún destendida, cielo azul, juventud terminada. En mi delirante imaginación, la única forma de atraer a las musas era sufriendo como sólo Marga López nos enseñó.
No es desatinado. En mi casa, el único lugar dónde uno podía aspirar a cierto silencio era en los panteones (siempre y cuando no fuera 10 de mayo o 2 de noviembre). Cada quien tomaba su artículo favorito para pasar un buen rato: mi abuelo tomaba su periódico y su pipa; mis tías, su bordado; mi abuela, su rosario; mi hermano, la tabla periódica  y emprendíamos el camino, éste sí, con retorno.
Todo el interés era encontrar una buena tumba. Mi tía Joaquina prefería en particular las que tenían grandes ángeles gravados en piedra, porque las alas le daba la sombra exacta para terminar sus bordados. A mí los ángeles siempre me han parecido fuera de lugar... quizá porque tratan de dar cierto toque terreno, con breves cinturas y ojos afligidos, y por otra parte, no puedo olvidar que un ángel fue el que nos expulsó del paraíso. Confusión, siempre la confusión.
En fin, estas visitas no tardaron en forjarnos reputación de devotos parientes de difuntos de quienes  jamás habíamos escuchado hablar. Mientras las lápidas languidecían, nosotros llegábamos, limpiábamos (ninguna generosidad, sólo no queríamos traer caracoles pegados a la ropa); a veces llevábamos flores (una vista que siempre nos alegraba) y en otras, ya que habíamos gozado de nuestro momento de silencio y paz interior, nos juntábamos en una banca para pasar tiempo de calidad.
Todo el encanto se terminó el día que una viuda encontró a mi tía Joselita en pleno llanto ("Cumbres Borrascosas" siempre ha sido una especie de Biblia familiar) y la confundió con la "otra".  Descubrimos que a pesar de que las celdas y cárceles habían sido utilizadas en el cine y la literatura como lugares donde uno puede aspirar a una epifanía, eran lugares bastante menos cómodos que los cementerios y mucho, mucho más caros.
Lo más rápido en perder a las musas es perder la buena reputación. No nos queda de otra más que permanecer tranquilos y callados, en las paredes de nuestro hogar, hasta que el incidente se olvide y podamos volver a la búsqueda de un lugar callado para leer el periódico dominical.

jueves, 21 de junio de 2012

La tensa relación entre los chilangos y la lluvia...


Todo chilango que se respete debe poner el tráfico que se vive en la ciudad de México como requisito mínimo para el infierno.
Siempre hay algo en las calles de esta ciudad, que puede no ser la región más transparente, pero definitivamente, sí una de las más caóticas.
El catálogo es amplio: accidentes de tráfico, los semáforos que no funcionan, los semáforos que sí funcionan pero son "ayudados" por los policías, los policías que no saben hacia dónde es el sentido de la calle pero consideran que un silbato y un par de guantes blancos les confiere la autoridad divina para decirle a un camión con 12 cerditos (que además no debería ir en ese carril a esa hora) para decirle "clávate, wey, clávate", para después darse cuenta que lo mandaron a una calle demasiado estrecha como para poder maniobrar, las siempre omnipresentes marchas, un juego de futbol, y mi favorito de todos: el trailer que se cae sobre las vías del metro.
Y ahora, estamos en la temporada de lluvias.
Ustedes no saben de relaciones complicadas si no los ha agarrado un buen aguacero en esta ciudad. 
Entiendo a la gente que considera que los cielos borrascosos nos dan un aire londinense. El único detalle es que Londres sí está preparado para lasl lluvias. Y nosotros, habitantes del altiplano, con la certeza de que ya vivíamos sobre un lago y no necesitábamos acoplarnos más a la naturaleza acuática... No.
No sé que extraño misterio nos provoca la lluvia que provoca reacciones de lo más variado: desde salir un minuto antes de la oficina "para que no nos agarre el agua", (y el agua siempre nos agarra). Subirnos al pesero con la seguridad de que manejará con mayor precaución debido a las condiciones meteorológicas (nunca ocurre. Aún cuando navegarámos en un mar de lava, también irían echando carreras), que esta ciudad ofrece refugios para los peatones (jamás. En esta ciudad los peatones son la especie más aguerrida y desprotegida. Supongo que consideran que nunca estaremos en peligro de extinción). 
Apenas vemos el cielo encapotado y sale nuestro Lorenzo-Rafail o María Candelaria más interno: quisiéramos las chalupas en vez de los peseros o el auto, porque las avenidas, tan modernas ellas, se convierten en canales que dejarían turulatos a los venecianos.  Todo se vuelve caos y confusión. Hasta el metro, que va... bajo tierra, se vuelve un refugio de película de ciencia ficción después del Apocalipsis: gente peléandose con el paraguas, gente mojada hasta el tuétano con deseos asesinos.
Eso sin contar que a todos nos envuelve ese olor de perro mojado.
Por eso, a mí más que la lluvia, me gusta oír llover. De preferencia desde el sillón de la sala y con un tequilita en la mano.
Sólo así puede ser armónica la relación con Tláloc, ¿o ustedes qué opinan?


lunes, 18 de junio de 2012

El imperio de lo onírico

Si los griegos alguna vez tuvieron razón (ahora que andan tan, literalmente, devaluados) y los dioses nos hablan a través de los sueños... quizá entonces sea momento de tramitar mi ingreso a esa fina institución que es el Congreso. La otra opción, mucho menos popular es el Hospital Bernardino Alvárez, tan psiquiátrico él.
He de reconocer que mi subconsciente jamás me ha torturado con las campañas de ningún país, ni con estar en un concierto de algún grupo que deteste o sobrevivir al hundimiento del Titanic, (si, Leo diCaprio, te mentí: no me gustas tanto como para aguantar tremendo dramón acuático con temperaturas bajo cero. Recuerda, hasta mi mente es tropical).
Sin embargo, eso no implica de ninguna manera que haya protagonizado, (en los sueños siempre somos los personajes principales, sería de absoluto aburrimiento que con tantas presiones en la vida, además cediéramos el papel principal a alguien más en esas sagradas horas de desmayo), un romance con George Clooney, encabezar la guerra de independencia, librar feudos de las garras de un dragón.
¡No! mi subconsciente, los dioses griegos o mi directa locura, han encontrado un camino mucho menos transitado en estas épocas de capitalismo salvaje, consumismo extremo, terrores hacia virus invencibles.
Y así, una noche me sorprendo de luna de miel en Chernobil, donde el romance (y supongo todo el paisaje) tienen ese saludable brillo verde. En otra ocasión, estaba en total terror porque afuera se había instalado el invierno nuclear y yo compartía un bunker con un ser humano y una rata.
Aunque, después de ver estos meses de campaña, creo sinceramente que mi subconsciente tiene cierto amor por mí, y a pesar de lo desolador del paisaje, me consuela con un final honroso. Si soñara con las campañas o los candidatos, seguramente despertaría con la certeza de que no hay redención posible. Para que luego digan que no le veo el lado positivo a las cosas.

domingo, 17 de junio de 2012

Se me olvida dónde pongo el corazón

Para mi tía Eduarda, el problema no era enamorarse; era saber cuándo dejar de hacerlo. Un problema que se ha transmitido de generación en generación. (Mientras en algunas familias se hereda la capacidad de hacer grandes negocios, en la mía nomás se transmite la neurosis).
Y en lo que se refiere a temas de relaciones personales, pareciera que nacimos con un corazón móvil, que se pone en todos lados, menos donde debería. Teóricamente (todos los problemas nacen de esa forma), somos seres humanos racionales, adultos que saben lo que quieren, que tienen el consentimiento y las palabras precisas para poner en perspectiva lo posible y lo deseable. 
Ah... pero en la práctica. Es mucho peor. Tenemos un circo del horror al respecto: historias a medio decir, fantasías incumplidas (en este caso, culpo primero a Pedro Infante y después a Marlon Brando), guerras frías (lo de Rusia y Estados Unidos era de párvulos si ven el matrimonio de mi tía Joaquina y mi tío Hernando). 
Quizá, como dijo un buen amigo mío, el problema es que partimos de que todos somos adultos. Y nomás basta dar un vistazo al periódico para ver que no somos ningún éxito en la toma razonable de decisiones. 
Quizá, la siguiente vez que estemos perdidos en ese mar de emociones, nos tengamos que decir: "ahora no sé dónde tengo el corazón. Lo único que puedo saber, es que no está en el lugar dónde usualmente lo dejé". 
Al menos sería más honesto...

lunes, 30 de abril de 2012

Cuando las palabras son insuficientes

Y no, no me refiero a cuando vamos a una boda o un funeral (en mi familia, hay quien confunde el término), tampoco ante una tragedia. No. Hay un punto en la vida en que necesitamos palabras exactas, precisas, específicas... y eso ocurre ante el mostrador una tlapalería. Oh sí, no hay ningún momento en la vida en que me sienta más desvalida que cuando tengo que describir una llave, una tuerca, la entrada de una clavija, la textura esperada de un taquete. ¿Dónde se adquieren esos conocimientos? Cada vez estoy más convencida de que debe ser una hermandad secreta. No me imagino a académicos de la lengua reunidos en cónclave diciendo: "y esta será conocida como rosca Whitworth. Dad a conocer la buena nueva en todos los confines del reino". Entonces la explicación más lógica es que cada determinado tiempo, entre brochas, pinzas, alicatas, distintos cableados, escaleras, hay un grupo de notables de entre las mejores tlapalerías del mundo, frotándose las manos y dándole un nombre, cada vez más pintoresco que el anterior, a una humilde pieza de metal que deberá sujetar un cuadro, una lámpara, poner en unión una silla. Todo para que al final, un perplejo ser humano llegue y pregunte "sí... quiero... el ese... que va en la esa... para que salga agua. Ya sabe, no el que gira, sino es el que va como en un tubito, pero no es de metal, es como, pues parecido a un clavito pero más gordito y menos, así, ¿cómo le explico?" Ah... ahí sí que quisiéramos tener las palabras.

viernes, 27 de abril de 2012

¿sufrir es un arte femenino?

Creo que el problema es que lo primero que nos enseñan a las mujeres es que no es amor si no lo sufrimos hasta el tuétano. Al menos en mi casa así ha sido desde tiempos inmemoriales. Mis tías se iban suspirando por los rincones, muertas de ganas que alguien les preguntara "pero, ¿qué te pasa? te veo desmejorada". Eso era todo lo que se necesitaba para que florecieran. Aunque claro, uno no podía lanzarse al gozo de la autocompasión así nomás, de buenas a primeras, (seguramente es pecado). Había que guardar un modesto silencio, bajar la mirada, suspirar un poco, sofocar un sollozo o dos. Mis tías siempre han sido muy creyentes que todo eso era "misterioso" y enaltecía al género femenino. Para mi abuela, mucho menos intensa en los sentires del corazón y con el terrible pragmatismo que da tener que llenar la despensa para alimentar 15 bocas, se encogía de hombros y murmuraba por lo bajo "puras payasadas". Aunque supongo que lo consentía porque sin televisión, radio (y muchísimo menos cerveza), pues ese momento de protagonismo romántico -en el más clásico de los sentidos de amor imposible, cumbre borrascosa- era lo único que podía medio tener a la tropa más o menos tranquila. Así que no es de extrañar que con esa escuela, durante años, mi sufrimiento por el amor haya sido tan notorio. "Es que no me vio" murmuraba yo. "Pues no" -contestaba la parte racional de mi cerebro- "estabas junto a un puesto de pizza. Estabas en clara desventaja". Y yo lloraba y lloraba hasta que la pobre víctima, perdón, objeto del deseo decía "¿¿Estabas ahí??? Jamás te ví". Por supuesto lo agradecía, porque me daba pretexto para sentirme "Cellophan gal" y volverme a poner a llorar. Además de la obvia pérdida de tiempo, con los años una aprende que el sufrimiento del estilo: "te juiteeeeees, con esa vieja perfecta de labios de Scarlett Johansonn y piel de quinceañera, pero haaaaaay un Dioooos y algún día dirás, "me equivoqué" y yo, yo te esperaré, pero habremos perdido mucho tiempo" será muy femenina, pero es una soberana estupidez. Claro que mis tíos y primos tienen un sufrimiento muchísimo más austero. Claro que les han roto el corazón, cantaron las canciones de José José (no juzguen, por favor, comprendan) pero al final era mucho menos dramático y además, jamás de los jamases dejaron de comer. Casi todo era por la línea de "la regué, no debí hacerlo. Chale, me siento fatal, ¿pido pizza o me hago unas quecas?"

sábado, 14 de abril de 2012

Todo es cuestión de tiempo

Supongo que las encuestas de felicidad en las que México está bien posicionado se derivan fundamentalmente porque siempre estamos esperando algo.
Aquello de que la espera conlleva deseos y los deseos nos conducen al sufrimiento, creo que no opera en este país, donde los horarios los concebimos como una idea extranjerizante para minar nuestra soberanía, así como las luces rojas de los semáforos cambian su significado dependiendo del tonelaje del automóvil, donde abarca del "qué tanto es tantito" a "Total, a mí no me van a pegar".
En fin, hace poco llame para solicitar un servicio "como no, de 9 la mañana a 6 de la tarde lo puede esperar, ¿está conforme con el horario?", "Ejem... no... no estoy conforme. Necesito una hora más específica", "Por eso le estoy diciendo que es de 9 de la mañana a 6 de la tarde". Ah bueno, con esa óptica, me extraña que Einstein no haya sido mexicano.
Ahora, sé que no me puedo quejar. Hasta ahora todo ha sido franja horaria que va de 8 a 10 horas. Aún no atravesamos "entre hoy y tres días", algo que uno no quiere escuchar cuando se trata del doctor que nos va a interpretar las sombras que vemos en las radiografías o los números que salen de dos gotas de sangre que buenamente dejamos en un laboratorio.
Hay algo de malvado en todo esto de la relatividad respecto al tiempo. No recuerdo a quién le leí aquello de "yo también leí el Laberinto de la Soledad, pero uso reloj y llego a tiempo a mis citas".
No me gusta regirme por los ciclos cósmicos. De verdad, ni siquiera ahora que están tan de moda con aquello de que acabará el mundo. Aunque desconfío que hayan dado una fecha tan precisa... con tantita suerte, lo pospondremos "de una semana a un mes" y en el papeleo, perderse la fecha definitiva. Digo, para seguir con la lógica autóctona, ¿no?

lunes, 19 de marzo de 2012

La pertinencia de los cambios

Ah... La primavera. El amor joven, los escotes generosos, los brazos tostados por el sol, la visión del tatuaje que mi cobardía impide tener en mi propia piel.
Me gustan las jacarandas con sus flores lilas, la promesa de las mañanas cálidas, la pereza de las tardes color sepia.
Por alguna perversa razón, cuando ocurre todo esto, no puedo dejar de acordarme de las aulas universitarias, y aún más, de aquel inmenso, rotundo profesor a quien apodábamos "el gordo" (si, así de imaginativos éramos) que nos hablaba de la pertinencia de los cambios: pasar de mesa a masa, decía, era un cambio pertinente, una vocal que dotaba de todo un sentido nuevo a la palabra.
¿Así serán las relaciones?, ¿cambiar de escenario, de persona, nos hace entrar a una nueva dimensión semántica?, ¿somos también la suma de quienes nos acompañan y a quienes acompañamos?
Ah... la pertinencia, amor mío. Pienso tanto en eso porque quizá pienso también mucho en tí, en lo que somos y no somos, en lo que pudimos y no seremos; en que somos una vocal en dos palabras distintas, y por lo tanto, lo único que nos cobija es que casi contamos con las mismas letras, pero designamos cosas totalmente diferentes.
Odiamos la idea de ser sustituidos, pero nos encanta sustituir a quien nos hirió. Levantamos los hombros, desdeñamos al amante pasado y nos refugiamos en ese mantra que todos los ardidos del mundo hemos dicho alguna vez: "un clavo saca a otro clavo".
Nos esforzamos en que todo parezca natural, tranquilo, liviano. A veces miramos una sombra de la otra palabra, a la que dotamos de un sentido distinto con nuestra pertinencia, para negar con la cabeza y negar el pasado.
Por eso me gusta la primavera, porque todo parece que se renueva. Y siempre nos sorprende la misma visión de las jacarandas, como si no hubieran estado, desnudas en su tronco, frente a nuestros ojos durante todo un invierno, cuando paseábamos por las calles, defendiéndonos del frío.

martes, 28 de febrero de 2012

En el mundo de lo no visto y lo no dicho

El suspiro de mi tía Hermenegilda --(en mi casa, el nacionalismo es una especie de religión. Ustedes disculparán)-- lograba plantear preguntas que ni remotamente tenía contempladas en esa fase, donde el mundo adulto se milita como una especie de destino manifiesto.

"Hermana, que te acabas el sentimiento"- le murmuraba mi tía Leona Guadalupe.
Las dos se miraban con esa mezcla de resignación y desvelo, que sólo tenía significado cuando se derramaba la leche porque nadie vigilaba el fogón, o se perdían las llaves del portón y había que saltar la cerca.

Era ver las ojeras y que todos torcieran el gesto. Y de repente, sin venir a cuento, en la mesa familiar, se comenzaban pláticas con "Afortunadamente, nadie muere de amor". Y se sonreía con una mueca socarrona, de quien ya verificó que la tierra es plana y se burla de los que sostienen lo contrario.

En ese mundo femenino de lo no visto y lo no dicho, la única forma de sobrevivir a la brasa del deseo es con la certeza de que el silencio lo hace invisible, que terminará por ceder, como cualquier otra fiebre.

Y ahora, que yo no sé qué hacer con esas noches infinitas en que sólo pienso en que iría hasta el infierno por escuchar tu voz, que doy saltos de fe porque es igual a la pasión y nadie me lo había dicho, que soy incrédula de que el mundo pueda habernos tenido tanto tiempo separados y que es capaz de volverse a mover, sólo por el capricho de volvernos a separar.

No me queda más que suspirar, y tocar madera, y bajar los ojos para que nadie me diga que de amor nadie se muere, porque ahora lo sé... ahora sé que podría ocurrir...

miércoles, 22 de febrero de 2012

ah... esas tardes

Después de pedir un milagro, encuentro la respuesta en tu piel sorprendida, en la huella que dejan los sueños sin concretar. Se me olvida que la mitad del amor es la ilusión. Queremos ser Romeo y Julieta porque no conocieron los años dorados, la desmemoria, el horror de la cotidianidad. Queremos la pasión quemante. La llama que nos consume y que nos convierte en luz. El precio por la ceniza parece poca cosa por ese momento de gloria en que emulamos al sol.
Por eso, amor mío, me deshago en suspiros cotidianos. Por eso, amor mío, pido todos los días que aunque seamos finitos, conozcamos la eternidad de las promesas....

domingo, 15 de enero de 2012

Es tan absurdo

Cuando ví Amelie... me acuerdo que me perdí en la historia de amor, en la luz veraniega de Paris, en la belleza. Reparé, claro, en la anécdota del hombre con los ojos llenos de lágrimas, que borra de su agenda, los teléfonos de su amigo muerto.
Es devastador. Es absurdo. Habría que tener un ritual especial, un lápiz de punta suave y gentil que nos ayudara a pasar por ese trance. Habría que hacerlo con cuidado y todo el amor, quitando letra por letra, sin el trazo que construimos por primera vez con rapidez, con la garantía de que tendríamos la eternidad para decirles "qué bien me caes", "me encantan tus ojos", "siempre tienes una palabra amable".
Y no decírnoslo a nosotros mismos, no decirlo al aire... cuando sabemos que nuestras palabras empiezan como reclamo y terminan como oración. Que donde quiera que estés... estés mejor... que es absurdo saber que ya no estamos bajo el mismo cielo... Que siempre estarás en el trazo de la memoria, con la palabra perfecta, la sonrisa precisa...
Maldición.

martes, 3 de enero de 2012

¿A ustedes no les pasa?

Hay veces que los cambios de ciclo no son nada fáciles. Y van más allá de la depresión Navideña, el pavo seco, el bacalao salado o el turrón que ha aguantado ya seis temporadas de mano en mano y llega de nuevo a nuestra despensa.
Hay veces que uno no encuentra acomodo, ya no en su propia piel... en su propio cerebro. Como las figuras de porcelana que jamás compraríamos por gusto, pero llegaron de forma misteriosa a nuestras manos, viviendo de repisa en repisa con la cualidad de verse siempre forzadas.
Así traigo el espíritu. En algún momento de las últimas dos semanas olvidé cómo se vive la cotidianidad.
Me sorprendo con algunas lágrimas escondidas, celos de las parejas felices que veo en la virtualidad de Facebook y el día a día de mi calle, la piel con rasguños de soledad, un par de calambres porque creo que no volveré del Gulag del olvido a dónde me enviaron.
Me da un poco de terror pensar que mis sentimientos andan perdidos. A lo mejor me va a pasar como los suéteres que pierde mi hermano y los extraña dos o tres meses después de haberlos abandonado en el respaldo de una silla, la butaca de un cine o el asiento de un avión.
Después de todo, ¿quién prestarían atención a los pequeños detalles? A lo mejor la capacidad que tenía para amar está tirada en alguna banqueta, hábilmente esquivada, confundiéndose con el resto el panorama.
Ojalá supiera qué hacer...