miércoles, 19 de enero de 2011

Dos puntos y cierre de paréntesis

¿Qué más da? En este universo posmoderno, lo único real es hablar al vacío. Enviamos mensajes, soltamos verdades, exorcizamos nuestras obsesiones. No es distinto de lo que tú y yo hacemos, mirándonos a los ojos y fingiendo que vemos cómo hierve el agua para el té.
- "Llueve"
- "Sí, y hace algo de frío"
Te levantas. Te pones la bufanda. Miras atrás por un momento
- Te quiero- dices mientras miras el calendario - Hoy viene el del gas. Dejé el dinero en la mesa
- Te quiero- respondo, mientras termino de acomodar los platos en su lugar y vigilo que el gato deje en paz al único canario que ha sobrevivido al invierno.
A lo largo del día a día, intercambiamos caritas sorprendidas, caritas felices, pulgares hacia arriba, pulgares hacia abajo, osos que se abrazan, iconos de hulk... No es de extrañar que cuando firmamos el divorcio, en una esquina del papel, casi sin que nadie lo viera, sucumbiéramos a dejar en letras pequeñas "unfollow..."

martes, 18 de enero de 2011

Al final... todo es cuestión de peso

En mi casa, todas las discusiones tiene origen y fin en el peso: desde 21 gramos del alma hasta las 16 toneladas que mi abuelo canturreaba de forma desafinada (pero él decía que era igualito a Alberto Vázquez. Más que duro de oído, mi abuelo era muy optimista).
No es de extrañar entonces que tenga tanto cariño por el peso liviano del sueño de domingo que se niega a abandonar la cama, aún cuando la casa huele ya a café recién hecho y la almoahada aún tiene la huella de mis preocupaciones. El cobertor todavía tibio y el periódico que espera, indolente, a ser desplegado (creo que tiene menos esperanzas en ser leído).
A veces, claro, está el peso de tu recuerdo, pero tampoco fue tan definitivo como para dejar una huella imborrable. Dos besos y un adiós apresurado no alcanzan a hacer mella en una memoria acostumbrada a forjar en fuego.
Está, en cambio, el peso de la melancolía en las horas que transcurren sin ningún propósito particular. Una melancolía certera y mordaz, que susurra en mi oído, las mentiras que nos decimos en algún momento cuando usamos el "nunca" con la esperanza secreta de que fuera un "quizá". Una melancolía tan tenue como perniciosa; disfrazada con el peso de la ingravidez para echar raíces y alcanzar dimensiones amazónicas.
Entonces, siento el peso de cada día que no has estado conmigo. Y sopeso los jamás y los ojalá...

jueves, 6 de enero de 2011

El vicio de la paciencia

Hay gente que hace Sudokus; se sabe las películas de 1940 o memoriza equipos de segunda división de Australia. Y está ****, cuyo principal vicio es consumir historias.
Empezó inocentemente (todos los vicios empiezan igual, o quizá, es que los viciosos no tiene imaginación y siempre inician sus historias con el consabido "no sabía en lo que me metía).
Sin embargo, las historias están tan disponibles como el café, la nicotina y otros mucho menos legales.
Uno de los principales atractivos es que siempre hay proveedores: desde la crónica personal y no necesariamente inocente del taxista divorciado, en pleno romance con una amiga de años, quien se aprovechó de su momentánea vulnerabilidad para encaminarlo, por estas calles de la capital, a un motel con una cierta sombra de sordidez, debido - quizá - al tono, o por la sonrisa que trata de ser cómplice, o porque hay cierta pretensión de motivo ulterior; o aquella otra contada por una voz templada en la indiferencia: "¿esta cicatriz? Es una puñalada que me dio mi marido por celos. Me dieron 15 puntos. ¿Si todavía sigo casada? Pues no, después de esto, empacó sus cosas y me dejó, aunque a veces regresa".
Pero como todo coleccionista y vicioso, no sólo es encontrar historias... si no encontrar algo que valga la pena.
Un buen método es dejar que las palabras vaguen un poco y se vayan acomodando en la comisura de los labios. "Un poco triste, quizá porque así es la vida de miserable", comenzó a decir aquella mujer que no entendía el concepto de que alguien no tuviera dinero para una lata de sopa. Sin embargo, desconfió cuando la vio mover la cabeza con pesadumbre fingida "pero a todo se acostumbra una". En ese momento perdió el interés. Sabía que vendría una larga retahíla de lugares comunes, inspirados por libros de autoayuda, películas de Hallmark channel o aquellas novelitas insulsas donde todas las mujeres tienen cabello color trigo, ojos color del tiempo y senos turgentes.
"No la detesto. Simplemente no aguanto esa expresión bovina que pone cuando se sirve el café". He ahí un inicio prometedor. Trató de acercarse con suavidad al hombre, pero quizá hubo un movimiento demasiado brusco y el posible narrador, guardó silencio.
Ahora mismo trata de perfeccionar su técnica. Las buenas historias son volátiles y requieren de mucha paciencia.

De presente y futuros...

El problema de los primeros días del año es que uno se aboca a hacer el balance de lo vivido y generar expectativas sobre el futuro.
Mis balances, invariablemente, tienen un toque de melancolía, y dependiendo la falta de azúcar en mi sistema, alguna que otra nota amarga: los viajes que aún me faltan, los amores no realizados, las promesas que no terminan por cumplirse.
Como en mi casa, además, hemos perfeccionado el arte de la tirada al piso (si fuera deporte olímpico, arrasaríamos con el oro), empezamos los balances con "si tan solo hubiera sido distinto...", una expresión tan útil como "¿qué no te fijaste que había una varilla en el piso? ¿cómo te fuiste a caer?".
Respecto a las expectativas, dependiendo de las deudas acumuladas en la tarjeta de crédito, se vuelven más o menos pragmáticas. O eso creo, porque finalmente, las expectativas se vuelven delirios del presente, una especie de retrato afiebrado acicatado por el deseo: la lámpara mágica para inclinar al destino a nuestro favor.
Soy fiel a mis deseos de ganarme la lotería aunque jamás compro boleto. Pido por tener paciencia, aunque la pierdo con asombrosa rapidez. Últimamente, mi mayor deseo es no encontrar tanto tráfico, mismo que no sé si sea un signo de mayor madurez o una abdicación sobre tener miras más nobles como la paz mundial o encontrar la fórmula que acabe con la pobreza.
Ante la duda, seguiré con mis expectativas, endulzadas con la ignorancia. Total, siempre hay un mañana.