martes, 21 de julio de 2009

Una poderosa idea fija

Todo mundo piensa en él: cómo obtenerlo, cómo tener más, dónde encontrarlo. Y no, no estoy hablando de sexo. Eso sólo pasa en Manhattan, la ciudad que nunca duerme, si le hacemos caso a Carrie Bradshaw. En realidad hablo de algo mucho más material y tangible: el dinero.



¿Por qué es tan difícil establecer una relación razonablemente sana con el dinero? Y la situación se complica cuando hay una relación amorosa de por medio.



Supongo que para los chilangos treintañeros, el tema de la crisis debió habernos encontrado con la guardia mucho más arriba que a nuestros pares de economías desarrolladas, entre otras cosas, porque para nuestra generación, la crisis no "llegó": nunca se ha ido de nuestras vidas.



Pero, evidentemente, no nos distinguimos por anticipar los duros golpes de la vida, y los efectos han sido devastadores: ahora más que nunca atesoramos nuestros empleos, vemos con desconfianza a las tarjetas de crédito y pasamos las noches, en vez de contando ovejas, pensando cómo liquidar deudas.



En mi caso, también hubo un golpe intenso en mi vida amorosa. Mis dos últimos intentos de pretendientes naufragaron por cuestiones groseramente materiales: uno no tenía dinero (entre otras cosas porque tampoco tenía trabajo, y después me cayó el veinte de que no estaba necesariamente esforzándose por conseguirlo), y el otro tenía trabajo pero con finanzas totalmente desvieladas.



El tema del dinero ya es de por sí escabroso, pero además, y para seguir fieles a nuestra tradición de sufrir todo lo posible, le agregamos la culpa: culpa si uno gasta de más, culpa si el que gasta es el otro, culpa si una gana más que ellos, culpa si una se fija en el precio de las cosas. Hay una especie de condena social en a quien toque el tema, e incluso levantar las cejas en señal de reprobación ante una cuenta mucho más onerosa de la esperada puede conllevar un ácido comentario de "es que eres bien agarrada" (o coda, o algún otro adjetivo hiriente).



Por supuesto no promuevo la manirrotez. De hecho, soy una convencida en endeudarse lo menos posible, porque no hay dinero más caro que el que no se tiene, pero sí me pregunto, ¿por qué la culpa?, ¿por qué la pena? Supongo que en parte es por un modelo muy consumista, donde el amor se equipara lo que se da, y fijarse en una cifra es como descalificar el cariño del otro.



Quizá el primer paso para tener una relación más sana con nuestro dinero parta de los mismos principios para tener una relación sana con otras personas: cultivar una buena comunicación (no dejes que tu dinero sólo diga "adiós"), planificar (si somos capaces de decidir qué película queremos ver la próxima semana, también debemos saber a qué vamos a destinar nuestros recursos), y así como podemos guardarnos algunas opiniones para no herir susceptibilidades, también podríamos guardar algunos pesitos como ahorro.



Y recordar que la culpa mata a cualquier amor, así que a la próxima que los precios me parezcan caros, no me guardaré mi levantamiento de ceja.

1 comentario:

  1. Tienes razón, no hay nada como la comunicación para ir solucionando problemas desde el principio, ya que después es demasiado tarde.
    Saludos
    AF

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