miércoles, 29 de julio de 2009

Denunciar, ¿ante quién?

Ayer cayó en mis manos el reglamento para conducir un taxi. Son recomendaciones sencillas, realmente, nada del otro mundo: manejar con cortesía, tratar con respeto a todos los pasajeros, evitar manejar en estado de ebriedad, no fumar mientras se maneja. Aunque había un punto que sobresalía y que era una invitación a ser un buen ciudadano, prestando atención a conductas delictivas, en especial las violaciones.

Hasta ahí, todo bien, y si la mitad de los conductores en el país (y no sólo taxistas) siguieran esas mínimas normas de cortesía, nuestra vialidad sería otra. Sin embargo, en el punto de apoyar a las autoridades es cuando uno se da cuenta de cuánto nos hemos acostumbrado a vivir en un tejido social roto: ¿Denunciar?, ¿con quién?, ¿a qué instancia?, ¿de verdad sirven de algo las denuncias?, ¿cómo sé que mi denuncia no caerá en el archivo muerto del bote de la basura? Peor aún, ¿cómo sé que a quién estoy denunciando no está coludido?, ¿me vuelvo más vulnerable si denuncio?

Cerrar los ojos ha demostrado ser la peor de las tácticas y la más dañina a largo plazo; y al mismo tiempo, tenemos los ojos demasiado abiertos sobre las acciones de nuestras autoridades, que dejan al jefe Gorgory de Los Simpsons en calidad del Rey Salomón.

Día a día vemos pequeñas infracciones que van minando nuestra convivencia. ¿Voy a denunciar a un conductor que se pasa un alto o maneja mientras habla por el celular, cuando la "autoridá", desde su patrulla, hace exactamente lo mismo? Eso, cuando no hay de por medio un influyentismo patente, donde los policías se hacen los desentendidos: BMW's que dan vueltas prohibidas, Mercedes Benz que se pasan los altos o invaden el carril del Metrobus, Hummers que van en sentido contrario, porque saben que aquí todo se puede resolver con las palabras mágicas: "Usted no sabe con quién está hablando".

Nuestra capacidad de sorprendernos siempre pareciera estar puesta a prueba. Casos como el News Divine, donde el trasfondo del tema era la extorsión de los padres de los adolescentes, pero que dejó a 12 muertos, no ayuda a fortalecer la imagen de las autoridades. Igual de graves los casos de la guardería ABC de Sonora, que ya suma 49 víctimas, así como el secuestro y asesinato de Silvia Vargas y Fernando Martí, cuyos padres verbalizaron toda la frustración que se puede sentir ante esta situación es dos frases que fueron dos golpes de guante blanco: "¿Eso no es tener nada? Eso no es tener madre" y "si no pueden, renuncien".

No soy tan inocente como para creer que la indignación es suficiente, que crispar los puños y levantar la voz es suficiente. En intercambio, pido que las autoridades tampoco sean tan inocentes como para pensar que con sólo pedir confianza, la van a obtener. La confianza y la credibilidad se ganan. Y hasta ahora, por lo menos de mi parte, no veo acciones suficientes.

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