jueves, 23 de septiembre de 2010

Artes olvidadas

No me gustan los términos náuticos. El único que me parecía cargado de aventuras era "sotavento", y el que me parecía tener una cierta aura romántica es "sextante". Básicamente soy un ser terrestre y urbano, a quien las estrellas no le revelan el destino, ni los arroyos le cantan o los árboles susurran secretos milenarios.
Pervivo entre edificios que ya dejaron atrás el maquillaje y se uniformaron de gris, las lluvias ácidas y suspiros de automóviles.
No cultivo las artes olvidadadas que requieren paciencia, como limpiar frijol, hacer rompecabezas de diez mil piezas o figuras de origami.
Soy el ángel de la muerte de las plantas. En el corredor de mi casa, las que florecen bajo el amoroso cuidado de las manos de mi madre, me ven con el temor de que me acerque, así que he dejado de lado la ambición bucólica de la jardinería.
Tampoco soy proclive a la vida silvestre, y los canarios me parecen recelosos, así que les correspondo con una educada distancia a los gorjeos con los que deciden romperla rutina de su aburrimiento.
Y sin embargo, hay momentos en que quisiera poderme hacer a la mar, como Ismael, quien en la búsqueda de un momento de solitud, terminó en la obsesión de un capitán por la gran ballena blanca.
Entiendo la obsesión, tengo mi ballena blanca particular que me acecha por las noches, envuelta en las alucinaciones de sueños que no terminan de cuajar, por culpa del café y la ansiedad; pero no tengo mares, ni barcos, ni sotaventos, ni estrellas, ni norte ni brújula que me sitúen sobre algún camino.
Quizá es por eso que bordo enamoramientos esquivos...

No hay comentarios:

Publicar un comentario