viernes, 20 de agosto de 2010

Una sola puerta

Pasó la otra noche. Estaba viendo alguna chick flick del anteayer -es que no hay belleza como la de Audrey Herpburn o encanto como el de Gregory Peck- cuando escuché un claro: "¡ya basta!"
- ¿Y ahora??, ¿qué pasó?
- Nada...
Ah, esa maldita palabra que en realidad significa "Todo y tú eres incapaz de comprender la profundidad de las heridas"; por eso, a la única persona que le perdono esos "nada" cargados de significados es a mi madre, y eso, por jerarquía.
- ¿Ya basta de qué?- aventuré, ante la posibilidad de un silencio incómodo.
- De tus reclamos
Abrí los ojo llena de sorpresa. Estábamos tan bien: una copita de vino blanco, fruta, pan gourmet...
- De verdad, no entiendo...
- Claro que entiendes. Siempre me estás reclamando. Siempre estás quejándote y siempre estás descontenta. Pareciera que la culpa de todo, la tengo yo...
- Bueno, es que tienes que asumir tu parte de responsabilidad- murmuré con la mirada baja, tratando de no llorar.
- ¿Mi responsabilidad?- ahora sí, en la voz había ese matiz que nos indica que estamos a punto de entrar al no retorno de gritos y sombrerazos. La batalla era inevitable- ¿de qué, exactamente, soy responsable?
- De esto...- abrí los brazos, en un gesto al aire, a la soledad; ahora sí, con los ojos llenos de lágrimas
Hubo un silencio, no demasiado largo ni demasiado profundo. Sólo una pausa en que sentí cierto amargor en los labios.
- Esta puerta ha sido la misma por la que ha entrado toda la gente- el tono ahora de una dulzura latente que me conmovió- Quizá no haya llegado el romance de tus sueños, pero sí los amigos de tu vida.
Sonreí.
Tenía razón y yo no tenía argumentos para seguir reclamándole. Después de todo, rara vez el corazón da explicaciones...

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