jueves, 12 de agosto de 2010

Aunque mal pague...

Cuando me enamoro, voy en un péndulo que va "desde la locura" hasta "pídeme lo que quieras". (Una de las mejores frases que me arrepentiré siempre de no haber sido la autora es lo dicho por Homero Simpson: "soy capaz de matar por tí, Marge. Pídeme que mate").
En fin, soy absolutamente fiel en ese esquema, aún cuando se preste al abuso.
Tomemos un ejemplo actual: mi absoluto, irrestricto e irredento amor por esta ciudad.
La defiendo, la procuro, trato de ser ciudadana ejemplar, no tiro basura en la calle; y a cambio obtengo encharcamientos que hacen parecer al Titicaca un lago aspiracional; embotellamientos, y lo peor de todo: discrecionalidad musical en el transporte público.
Antes bastaba con echarle una ojeada al caballero tras el volante para saber más o menos con qué nos deleitaría por espacio (con suerte) de media hora.
Así, un chavo que iba echando carreras, piropeando a las rorras, y con camiseta sin mangas, se decantaba por el rock pesado; el señor ya entrado en canas y con chalequito color "topo", iba entre el Trío los Panchos y Ray Conniff; y está siempre ese encantador contingente que ama la música grupera/ranchera/salsera, y que con la misma desfachatez pasan del "eeeeera del signo liiiiibra a la que yo quise ayer" a "Princesa Talibana" y "Cumbiaaaaaaaa de Orienteeeeeeee".
Pero ahora, es un camote: señores de respetable edad escuchando "yo por las buenas soy bien buena pero por las malas soy bien perra"; chavos que van escuchando música clásica (lo juro, lo he visto con mis propios ojos) o "La Hora de Luis Miguel".
En un trayecto, se puede pasar de "Bailemos con el Tuca, tuca, tucanazo" a los primeros acordes de "A mis enemigos". Reconozco mi falta de valor civil: me bajé con una rapidez que desconocía, pero pues no vaya siendo...
Pero además, tenemos a los trovadores urbanos, quienes armados con una guitarra, pueden suspender una sesión bastante aceptable de música urbana para agarrarnos a Arjonazos, aprovechando que somos un público cautivo.
Y es aquí, donde reconozco que mi paciencia es límitada. Y una vez, traté de sobornar al de la voz con 20 pesos a cambio de que suspendiera el ejercicio de tocar una canción y cantar otra, con letra de Arjona. Lamentablemente, la democracia me opacó y debí bajarme del pesero.
Por eso pierde uno la fe en el amor...

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