lunes, 16 de agosto de 2010

El engaño de lo perfecto

No hay nada peor que caer en el lugar común, pero no hay nada más común que aferrarse a los clichés. Tomemos a mi tía Eulogia. Alta, de negras intenciones y aún más negra mirada, tenía ese aire de misterio y distancia que resulta irresistible a tantos hombres.
Si por Helena, cruzaron los mares, por mi tía corrieron ríos de tinta..."Eres el amor de mi vida", "eres la luz de mi destino", "el filo de tu belleza corta el aliento", "los propios ángeles sienten celos de tu paso".
A cada frase, mi tía reaccionaba con un suspiro reprobatorio; hasta que mi tía Indalina murmuró: "No hay nada menos original que un enamorado".
Eulogia tosió y fingió no escucharla, una costumbre de lo más trillada en mi familia, o al menos, lo suficiente para que hayamos hecho de la tuberculosis un arte, sólo por no prestar oído a lo que no nos gusta.
Ya estábamos tan acostumbrados a las cartas, serenatas, flores, promesas de amor eterno, palomas mensajeras, que cuando vimos a Eulogia pálida, demacrada y sin ganas de salir de la cama, no lo entendimos.
Creímos que era la peste, la fiebre escarlatina, el agotamiento, alguna enfermedad de la sangre. En mi casa son muy entusiastas y nadie está a gusto hasta que los vaticinios terminan en funeral, así que también se habló de brujería, vudú, encantamiento a distancia.
Ya estábamos por salir en expedición rumbo a Catemaco, cuando mi tía Indalina nos quitó el entusiasmo.
-"Está enamorada y mal correspondida"- dijo mientras preparaba un café de olla.
Pasamos de la incredulidad al enojo. Ella, ella que había tenido a todos los que todas queríamos, a sus pies, ¿cómo había logrado enamorarse del único hombre que no encontraba encantadora ni deslumbrante?
En eso sí somos muy originales, hay que reconocerlo.
Lo peor de aquello era ver las lágrimas. Ella, tan hermosa, tan segura y dueña de su corazón.
- Es que es el hombre perfecto- pareció disculparse de aquellos arrebatos
- No, hermana. Si lo fuera, estaría a tu lado

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