domingo, 3 de marzo de 2013

Los desconciertos de estar en la vida

Es muy extraño que nos levantemos, bañemos, desayunamos (si el tiempo y nuestra religión lo permiten. Algunos consideramos que cuando hablaban del maná era medio litro de café), nos dirigimos a nuestro lugar de trabajo, pasamos el umbral y... llegamos con cara de desconcierto. Como si sólo hubiéramos aparecido ahí, como en los sueños, que de repente estamos en un cuarto, luego en una calle, y después en la punta de la Torre Latino.
¿Por qué el desconcierto? Entramos por nuestro propio pie y sin embargo, llegamos con gesto de cazador perseguido (y probablemente, a punto de ser alcanzado). Entramos de desconcierto en desconcierto a cada hora de nuestra vida. ¿Ya es lunes?, ¿ya es mediodía?, ¿ya es primavera?, ¿ya conocí a alguien?, ¿ya dejó de llamarme?, ¿ya me tocan vacaciones?, ¿ya es diciembre?, ¿ya se acabó el año (otra vez)?
Nos sorprendemos y nos dejamos de sorprender tantas veces en el día que se nos olvida que es justamente esa capacidad de asombro que nos esforzamos en no perder, y nos obligamos a subirnos a un globo aerostático, convenciéndonos de viajar al otro lado del planeta o acariciar serpientes.
Aún en si tuviéramos la posibilidad de que la ciencia ficción fuera realidad, seguiríamos teniendo esa mirada perdida. La teletransportación debe ser maravillosa... en Noruega. Pensando en que la ciudad de México tenemos uno de los peores transportes -(lo siento, Mancera querido, pero si no te has subido a una pesera a las 8.30 de la mañana en Tlalpan, no sabes lo que es apreciar la vida en su máxima expresión)- puedo creer que solicitemos "Teletransportame a la oficina" y lleguemos al Polo Norte.
Al menos ahí... el desconcierto con que llegamos a la oficina en la mañana, tendría todo el sentido.

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