sábado, 6 de abril de 2013

Ese extraño momento en que... tu mascota te ve con compasión

Alguna vez leí --(así que esto no es plagio, sino... uhmmmm, investigación y estoy tomando información de alguna fuente de sabiduría) que si un habitante de otro planeta llegara a éste, y nos viera cómo tratamos a nuestras mascotas, habría serias dudas sobre cuál es el amo y cuál el animalito de compañía.
Y eso que todavía no habíamos llegado a estos niveles en que ves perros usando tenis, siendo cargados en carreolas o en canguros. Hasta hace poco me encontré con una camioneta que decía "transporte escolar canino"; he de confesar que secretamente maldije que a mí, cuando tenía 14 años, tuviera que caminar el regreso de la escuela a la  casa, cargando esos 5 kilos de mochila, (¿eso puede explicar por qué nunca desarrollé el caminadito de las modelos y la espalda derechita?) 
Aunque no tengo autoridad moral para dar comentario alguno sobre las mascotas. Tuve mi perra Tatanka, a la que amé con pasión y locura, aún cuando ladrara a la mitad de la noche, no comiera si no había audiencia presente que la apoyara (¡muy bien, chiquita!, otra croqueta más),  y masticara una edición de pasta dura de Sabines, (la mirada que recibí fue de "¿qué? Sabe igual que la carnaza).
Ahora tengo una gata llamada Mafalda. Me mira con sus grandes ojos verdes, con cierta compasión, sobre todo cuando le aviento algún juguete o la trato de interesar en un trapito con colguijitos (el dueño de la tienda me dijo "los gatos lo aaman, porque es crujientito y tan divertido. Hasta ahora, la única que lo ha encontrado interesante, es quien esto suscribe).
 Claramente, ese memorandum no le llegó a Mafalda que me mira con esa infinita compasión con la que nos miran los adultos cuando tenemos cinco años y decimos que vamos a ser policías para cumplir la ley  o que vamos a ser políticos para que ya no haya pobres en el mundo.
Esa mirada que dice "sí... lo importante es que tú lo creas"...

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