domingo, 29 de julio de 2012

Para algunos... las palabras lo son todo

Cuando mi tío Verdún fue llamado por la policía sabía exactamente de qué se trataba. En mi casa todos somos medio psíquicos, porque en el momento en que llega una carta, suena el tiembre o llama alguien al teléfono, lo primero que nos cruza por la mente es que acaba de suceder una desgracia.
Verán, en mi casa no hay esas pláticas que uno ve en las series o en las películas, donde toda la familia intercambia historia de cómo se conocieron los padres, cómo los abuelos decidieron iniciar un pequeño y próspero negocio, cómo el primo inició sus clases de natación sin saber que quince años después estaría en un podio olímpico.
No, en mi casa se cuenta cómo el primo tuvo que salir corriendo una noche porque lo buscaba el esposo de una novia que tenía en el pueblo vecino, por qué no podemos ni asomar la cabeza en algunas dependencias de gobierno hasta que prescriban los delitos de dos tíos a quienes ni siquiera conocemos pero que tenemos en común el apellido, o la historia de una vieja cama de latón que ha pasado de generación en generación, gracias a quien sería mi bisabuela tuvo la suerte de quedarse dormida ahí cuando su papá decidió que era momento de fundar otra familia; así que amablemente le avisó a su esposa que se iba, fue por una carreta, subió todos los enseres de la casa y le enterneció ver la chiquilla dormida tapada con un rebozo. A eso se resume toda la riqueza familiar. Por eso no tenemos árbol genealógico, sino nopal.
Total que cuando a mi tío Verdún lo mandaron llamar, no se le ocurrió nada mejor que buscar al abogado. "Seguramente ya llegaron a un acuerdo", le comentó a mi tía Argenta.
En mi familia, se toman muy en serio los títulos. Por alguna razón, para mis tíos era mejor que su hija, mi prima Magri, fuera casada en vez de soltera. Cuando se casó, decidieron que era mejor que estuviera sana en vez de golpeada. El marido decidió que para él, era mejor seguir teniéndola como esposa en vez de dejarla.  Y para mi prima, fue mejor ser viuda que divorciada.
Lo único cierto es que nunca pudieron probarle nada. Mi tío regresó con su hija, envuelta en el mítico rebozo. La ayudó a acostarse en la viejísima cama de latón. Y los dos hicieron como que no vieron cuando quité la escopeta de atrás de la puerta. No fuera que alguien la encontrara.

No hay comentarios:

Publicar un comentario