viernes, 7 de septiembre de 2012

El enamoramiento y la confusión eterna

Para mi tía Elpidia, el problema del enamoramiento es que uno vive en la confusión eterna. "Ay mijita, es como cuando no sabes si te gusta el cilantro o el perejil, no sabes dónde están las llaves, si dejaste cerrado el candado, si el reloj marcaban las 4 ó las 9 cuando te fuiste a dormir; porque todo el santo día estás con el nombre de otro en tus labios, en vez de saber qué quieres tú".


A mí me parecía un poco raro. Y un poco cínico. Pero yo era mucho más rara y cínica que cualquiera de mi familia. Después de todo, mi papá me había dejado en un internado laico donde nos hacían aprendernos las lecciones de Spinoza y Leibinitz con la misma disciplina con quienes mis amiguitas rezaban el padre nuestro; y mi madre consideraba que la única lucha que valía la pena era la de la igualidad ante la Ley.
Así que a mí el amor me parecía más una invención que un sentimiento, hasta que --claro-- me enamoré.
Y entonces, andaba como iluminada, como ida por los pasillos. Con la vergüenza de que no era pura mente lo que me dominaba. Y miren que yo era capaz de poner ojos de borrego y susurrar "te amo con toda la fuerza del colón trasversal, porque sólo tú lo haces contraerse hasta que siento que no puedo respirar" (para que luego digan que me falta correción anatómica). 
¿Qué podía hacer? Como todos mis romances, aquel rayo que yo esperaba me dejara marcada para siempre, me condujera al feliz Topus Uranus, me abriera una nueva relación con el universo, me dejó el ego maltrecho y unas enormes ojeras violetas que me hacían ver todavía más desesperanzada.
Como todos los que tenemos mal de amores, me refugié en las palabras. Las que decimos con tanta convicción que hasta los borrachos las usan: "nunca volveré a pasar por esto".
"Ay mijita...", me dijo mi tía, pasándome su mano huesuda por mis pelitos de elote, "¿Nunca te has preguntado por qué los poetas siempre dicen que la fuerza del amor, del deseo, de la carne, del otro es como un volcán, un tornado, un maremoto, un sismo... es decir... puro desastre?  Y siempre, hija, siempre hay heridos y hasta muertos".
Yo no tenía ganas de reírme, por lo que lloré un buen rato.
"Lo bueno, mijita", agregó Elpidia con su tono suave y su piel que me recordaba las flores de manzanilla, "es que sepas que con todo y el desastre, es una fuerza natural. Te hace habitante de este mundo".
Si por mi fuera... pondría a mi tía en la enciclopedia Universal. Al menos ella me recordó que quizá sea cierto lo del colón transverso, pero siempre es más bonito decir "siento mariposas en el estómago".

No hay comentarios:

Publicar un comentario