domingo, 8 de julio de 2012

buscando el lugar para inspirarse

La primera vez que tuve conciencia de la insipiración fue cuando ví un cuadro titulado "la muerte del poeta". Buhardilla, joven de veintipocos tirado sobre una cama aún destendida, cielo azul, juventud terminada. En mi delirante imaginación, la única forma de atraer a las musas era sufriendo como sólo Marga López nos enseñó.
No es desatinado. En mi casa, el único lugar dónde uno podía aspirar a cierto silencio era en los panteones (siempre y cuando no fuera 10 de mayo o 2 de noviembre). Cada quien tomaba su artículo favorito para pasar un buen rato: mi abuelo tomaba su periódico y su pipa; mis tías, su bordado; mi abuela, su rosario; mi hermano, la tabla periódica  y emprendíamos el camino, éste sí, con retorno.
Todo el interés era encontrar una buena tumba. Mi tía Joaquina prefería en particular las que tenían grandes ángeles gravados en piedra, porque las alas le daba la sombra exacta para terminar sus bordados. A mí los ángeles siempre me han parecido fuera de lugar... quizá porque tratan de dar cierto toque terreno, con breves cinturas y ojos afligidos, y por otra parte, no puedo olvidar que un ángel fue el que nos expulsó del paraíso. Confusión, siempre la confusión.
En fin, estas visitas no tardaron en forjarnos reputación de devotos parientes de difuntos de quienes  jamás habíamos escuchado hablar. Mientras las lápidas languidecían, nosotros llegábamos, limpiábamos (ninguna generosidad, sólo no queríamos traer caracoles pegados a la ropa); a veces llevábamos flores (una vista que siempre nos alegraba) y en otras, ya que habíamos gozado de nuestro momento de silencio y paz interior, nos juntábamos en una banca para pasar tiempo de calidad.
Todo el encanto se terminó el día que una viuda encontró a mi tía Joselita en pleno llanto ("Cumbres Borrascosas" siempre ha sido una especie de Biblia familiar) y la confundió con la "otra".  Descubrimos que a pesar de que las celdas y cárceles habían sido utilizadas en el cine y la literatura como lugares donde uno puede aspirar a una epifanía, eran lugares bastante menos cómodos que los cementerios y mucho, mucho más caros.
Lo más rápido en perder a las musas es perder la buena reputación. No nos queda de otra más que permanecer tranquilos y callados, en las paredes de nuestro hogar, hasta que el incidente se olvide y podamos volver a la búsqueda de un lugar callado para leer el periódico dominical.

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