lunes, 30 de abril de 2012

Cuando las palabras son insuficientes

Y no, no me refiero a cuando vamos a una boda o un funeral (en mi familia, hay quien confunde el término), tampoco ante una tragedia. No. Hay un punto en la vida en que necesitamos palabras exactas, precisas, específicas... y eso ocurre ante el mostrador una tlapalería. Oh sí, no hay ningún momento en la vida en que me sienta más desvalida que cuando tengo que describir una llave, una tuerca, la entrada de una clavija, la textura esperada de un taquete. ¿Dónde se adquieren esos conocimientos? Cada vez estoy más convencida de que debe ser una hermandad secreta. No me imagino a académicos de la lengua reunidos en cónclave diciendo: "y esta será conocida como rosca Whitworth. Dad a conocer la buena nueva en todos los confines del reino". Entonces la explicación más lógica es que cada determinado tiempo, entre brochas, pinzas, alicatas, distintos cableados, escaleras, hay un grupo de notables de entre las mejores tlapalerías del mundo, frotándose las manos y dándole un nombre, cada vez más pintoresco que el anterior, a una humilde pieza de metal que deberá sujetar un cuadro, una lámpara, poner en unión una silla. Todo para que al final, un perplejo ser humano llegue y pregunte "sí... quiero... el ese... que va en la esa... para que salga agua. Ya sabe, no el que gira, sino es el que va como en un tubito, pero no es de metal, es como, pues parecido a un clavito pero más gordito y menos, así, ¿cómo le explico?" Ah... ahí sí que quisiéramos tener las palabras.

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