martes, 27 de julio de 2010

El el corazón del tornado

No conozco la ira divina, pero sí la fuerza de la naturaleza (quizá sea un seudónimo, sólo para no cargar con más mala publicidad).
Conozco en carne viva cómo los tornados del corazón arrastran, con la misma tranquilidad con al que respiramos, las reticencias, los miedos, la prudencia.
Estoy en medio de la tormenta perfecta. No puedo escuchar si hay quien me pide conservar la calma.
¿Cómo alguien, con dos dedos de frente, puede creer que es posible soportar el temporal?, ¿que cuento con un dique para frenar esta marejada, a esta fuerza bruta, oscura, cruel, intempestuosa que es el deseo?, ¿cómo piden que acalle esa voz que grita: "Aquí estoy, sin cortapisas, sin armadura, sin brújula, sin norte. Bésame, tómame, llévame al límite, encuentra en mí a la mejor y más perfecta amante"?
Y por increíble que sea, por remoto, por absurdo, por contrario a todo lo que nos dicen los libros y los sabios, existe una combustión espóntanea, una pieda de toque consumida en su propio espejismo, porque no siempre esta tormenta se genera por el aleteo de una mariposa...

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