martes, 27 de septiembre de 2011

Después de la tormenta

Oh, si, qué haríamos sin esas frases hechas, esas píldoras de sabiduría que nos demuestran lo que sabemos: somos una raza orgullosa del pulgar oponible, pero no tenemos imaginación. Porque, enfrentémoslo: el primero que vio la tormenta, y murmuró: "No importa, llegará la calma" fue un visionario. El segundo, fue copión y el tercero, seguro fue el que generó el gen "Arjona" que hasta la fecha debemos padecer.
A mí las frases hechas siempre me han gustado. En mi familia las tenemos como Vitacilina: en la casa y en la oficina. Las usamos para todo y nos sorprendemos que nos dirijan miradas matadoras cuando las decimos.
Quizá la única excepción era mi tío Gurmesindo, quien conducía un Valiant al que le sonaba todo, menos el claxón y el radio. Fue el primero que me dijo: "mijita, huye de los que se las dan de poetas y te salgan con aquello de "Tantas noches la besé bajo el cielo infinito". Casi siempre usan el amor como pretexto para ponerse unas borracheras brutas, no bailar y hablar como si les estuvieran apretando el colón con la ley Impositiva General".
A mis tiernos 10 años no entendí muy bien. A estas alturas del partido, estoy tentada a levantarle un altar pagano en el Zócalo capitalino.
Total, que después del azote, (el cual invariablemente va acompañado de tequilas y canciones de Lupita D'Alessio, no, no me miren así, cada quién sus perversiones), viene también la calma emocional. Una se da cuenta que ni es para tanto, ni es para siempre. Otra frase hecha, ¿qué quieren? Viene como anillo al dedo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario