lunes, 27 de junio de 2011

Un problema sin importancia

El problema de ser groupi es el mismo que el malvado de la película: rara vez te quedas con el objeto del deseo.

Echas porras, pones ojos de borrego, nomás falta que tengas un camión de acarreados (ejem, ejem, perdón: de ciudadanos dispuestos a tomar apoyos vehículares para expresar su amistad, qué digo amistad, amor incondicional a un ser humano en quien ven un hermano y guía espiritual), para que al objeto deseado no tenga la menor duda de que realmente, tú y sólo tú, eres capaz de entender la dimensión del milagro que representa.

En mi casa polulan los ejemplos desafortunados sobre ese tipo de historias amorosas. Casi podría decir que provengo de una larga estirpe de solteras pero se prestaría a que más de uno, levante la ceja en señal de desaprobación, (y más de otro salga a querer lavar el honor de la familia, que francamente... ya está bastante más allá de la posible redención. Eso nos pasa por tener nopal genealógico y demasiadas ardillas que se comieron explicaciones que ahora son sospechosas).

En fin, que se me ocurre que nos gusta lo de ser groupis porque es la nueva forma de revivir el romanticisimo decimonónico. Sé que nadie le gustaría morir de tisis, ante los ojos del galán; o salir con una frase del estilo "es que te amo, pero lo nuestro es imposible y por eso me voy a cazar marsupiales al fin del universo".

No, es mucho más elegante poner ojos de borrego y esperar que el objeto del deseo diga "esta chica... tiene potencial". Claro que... en mi caso... me dicen "¿te entró una basurita o por qué me miras así?".

Y no soy la historia más desafortunada. Tenía una tía que era tan, pero tan romántica que siempre estuvo enamorada de su vecinito, porque "le brillaba la mirada", luego supimos que era exceso de sal y murió de hipertensión... Oh, el fin de la poesía

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