miércoles, 29 de junio de 2011

La elegancia del adiós

Sospecho que los únicos besos que me quedan son los de despedida. Flotan en los labios -suaves, inseguros y tímidos - acomodados en la distancia, donde un kilómetro puede anidar un continente.
Hay algo de ternura terminada, de rumbo perdido. No hay nada que anticipe el adiós final. No son besos de andenes de tren, cuando los viajeros se apretujan contra una maleta donde llevan tres mudas de ropa y dos libros. No son tampoco de aeropuertos, antes del primer arco-delsegundoarco-deltercerarco-de seguridad, bajo la mirada recelosa de un policía, nunca suficientemente desconfiado, porque quizá en ese beso hay un gesto oculto, un mensaje que debe ser descifrado.
Mucho menos los adioses de carreteras infinitas.
No, los besos de despedida se pueden dar después de un café, cuando cae despreocupado en la mejilla diciendo "chau, te busco después", o cuando después de un silencio, te das cuenta que las llaves las dejaste en otro saco, o que el horario de la película estaba mal. Hay tantas despedidas, que contarlas sería imposible.
Por eso... a veces, trato de olvidar besarte, para no recordar que nos dijimos adiós hace tanto, tanto tiempo...

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