viernes, 6 de mayo de 2011

Regalos para una boda (incluso una real)

No soy muy fanática de las bodas. Ni de las reales, ni de las plebeyas. Aparentemente, mi familia tampoco, ya que a casi todas las mujeres se las robaron en noches de luna llena para hacer niditos de amor y de las nubes terciopelo.
No sé si es que los galanes tenían fijación con las películas de Pedro Infante, entonaban Juan Charrasqueado, la falta de originalidad que nos caracteriza, o que las mujeres de mi familia tenían fobia a que las matriarcas les dijeran: "te voy a bordar la más bonita sábana de bodas que hayas visto en tu vida, y puedas cumplir tu deber de esposa".
Lo cierto entonces es que a mí las bodas me parecen la trampa diabólica donde, no importa que tan fino y bonito sea el vestido, casi siempre uno se ve como manchón blanco en las fotos; la tía Curcherpinda considera una blasfemia haber escogido la Iglesia del Sagrado Corazón,como si ya se nos hubiera olvidado que ahí, hace casi 40 años, vio a aquel jovenzuelo que ella creía se le iba a declarar, de la mano de una muchacha con trazas de "perdida".
Eso sin contar que muchos ven la oportunidad dorada para perpetuar esa encantadora tradición de "roperazo". Oh si, aquel cerdito de cerámica con tutú de tela que la Tía Águeda trajo de un bazar cuando fue al medio oriente (sí, de la ciudad. Ese detalle siempre lo omiten); o aquella lámpara hecha de conchitas que el tío Gulpedio trajo desde Acapulco, cuando todavía no era "ese infierno que es ahora, m'jita. Es más, mira que bonita les quedó la cara de la Virgen con sus chaquiras. Hasta parece que llora".
Sin embargo, hay oportunidades que ni mandadas hacer, como la boda de sus altezas reales Catherine y William. Pudimos haber mandando al Coloso del Zócalo con una nota que dijera "Para estrechar las relaciones entre ambas naciones, reciban ustedes este bonito presente, este recuerdo con el que conmemoramos nuestro bicentenario, para que les llene de alegría y dicha, y les recuerde que del otro lado del mar, hay un país entero que les profesa cariño y respeto".
¿Qué podría pasar? En el peor escenario, nos declaran la guerra, nos ganan y sustituímos las guajolotas por fish and chips. En el gran mapa, tampoco es tan grave, ¿o sí?

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