martes, 5 de octubre de 2010

La metáfora de lo literal

Hay frases que conservan cierto halo de misterio, quizá porque a veces nos parecen metafóricas y otras veces, profundamente literales.
Nunca he entendido por qué cuando el tecolote canta, el indio muere; sin embargo, cada vez que la escucho me parece sobrecogedora, de mal fario y peor augurio.
Un poco como aquella vez que llegamos a un pueblo donde ponían "Bienvenidos" en una gran barda, que casualmente era la del cementerio. Nunca les creí que vieran con muy buenos ojos a los turistas que llegábamos.
Otra muestra de misterio eran las respuestas de mi abuela. "¿Cómo está?" Ella se acomodaba el rebozo, suspiraba y sonreía "ay hija, ahí entre azul y buenas noches". Y yo me quedaba sin palabras (una hazaña que todavía a la fecha se la celebran), sin saber ni siquiera qué cara poner.
La primera vez que escuché sobre "quemar las naves", confieso que no entendí. Era una frase que me parecía tan fuera de lugar como un gran elefante de felpa rosa enmedio de Tlalpan.
¿Por qué quemaban las naves en la clase de historia de México? No entendía. Me parecía algo más del estilo de lo que veíamos en clase de español, con sus metáforas e hipérboles; hasta que alguien se tomó la molestia de explicarme que efectivamente, Hernán Cortés había prendido fuego a los barcos.
Eso me causó aún más sorpresa. ¿Por qué?, ¿para qué? Y la respuesta pareció tan poética como la misma expresión: para que no tuvieran cómo regresar.
Desde entonces, cada vez que alguien quema sus naves, no puedo más que admirar esa decisión, de las pocas donde lo pragmático alcanza lo poético.
El mar prevalece pero no hay cómo cruzarlo. La decisión no se lleva a la ligera. No hay loco que juegue con fuego. Se encienden las teas, reverbera la luz, mientras se evoca a la patria abandonada, al "antes" al que se renuncia, aún cuando sea una idea dulce y conocida, tan familiar como la manta con la que nos defendemos del frío matutino o el café con el que elegimos despertar.
Llevamos la antorcha y decidimos no volver atrás. Prendemos fuego buscando sacrificar nuestra nostalgia, o purificar nuestras decisiones.
Y así, sin camino de vuelta ni certeza, empezamos nuestro nuevo mundo.

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