miércoles, 6 de octubre de 2010

ella, la del otro lado

Hay uno o dos momentos a lo largo del día en que supongo que mi alter ego se lo pasa bastante mejor que yo en la vida cotidiana.
Para empezar nuestras batallas son distintas: ella, la otra, la del mundo alterno, salta de la cama para salir a correr, disfrutando el frío de la mañana -soy un ser tropical, una temperatura menor a 25 grados centígrados se considera inicio de una nevada-; por lo que trato de hundirme en la ilusión de que cinco minutos son eternos y puedo quedarme bajo el peso de las cobijas, en un cómodo limbo del que me sacan el despertador, las obligaciones y la voz de comando que dice "levántate. Ya empezó el día. Hay que ser productivos. Hay que trabajar".
Ella, dichosa, como es disciplinada, no tiene la lucha diaria con la báscula; mientras que yo observo con sospecha y miedo a ese artefacto que me dice, sin piedad alguna, que la galleta cubierta de chocolate a la que no opuse la menor resistencia, habita en mi ser.
A veces, tengo celos de esa mujer que estoy segura es mucho más aventurera que yo, y se sabe manejar con más soltura, con sus largos tacones y enfundada en medias negras, caminando por las calles de la muy noble y leal ciudad de México, como si la tuviera escriturada a su nombre, desde tiempos inmemoriales; mientras que yo, a veces, me siento un poco frágil entre tanto coche y tanto claxón; no sé cómo lidiar con la frustración cotidiana de que me cuadren las cuentas, o que el objeto de mis (castos, aclaro) deseos, no se dé por aludido; o peor aún, se dé por aludido pero no le importe.
Y aunque veo a esa mujer tan distinta a mí, supongo que nos hermana la ternura, la debilidad porque nos envíen flores, la pudorosa coquetería y esa mirada tan femenina con la que nos evaluamos como si tuviéramos, siempre, un punto en contra.
En fin, supongo, a veces por consuelo, que ella también envidia esa porción de felicidad real, sin marketing, ni marcas ni envoltorios; tan humana que a veces la valoramos como calderilla que nos queda en los bolsillos del abrigo, y la sentimos tan poca cosa que ni siquiera la pensamos...

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