viernes, 25 de septiembre de 2009

Dentelladas en la oscuridad

El problema de los deseos no son los dientes, sino las dentelladas con las que nos recuerdan que los dioses, cuando nos quieren perder, conceden lo que pedimos.
¿Cómo no pedir cuando veo esas hermosas manos? Sé de las miradas de tus ojos luminosos, los labios que esconden besos en sus comisuras y entonces, el deseo se revuelve en mi interior, me muestra el filo de sus dientes, me recuerda que también tiene garras dispuestas a abrirme la piel.
Venir de un país donde los dioses exigían sacrificios humanos me obliga a plantear una duda razonable: ¿El deseo compartirá ese gusto de tomar la sangre de los otros como una especie de Prozac, o necesita más? Sé que tus labios no serán un santuario donde refugiarme: todo lo contrario, serán el verdugo que me rompa el corazón... ¿será suficiente entonces entregarlo, trozo a trozo, para calmar la rabia del deseo concedido?

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