lunes, 19 de marzo de 2012

La pertinencia de los cambios

Ah... La primavera. El amor joven, los escotes generosos, los brazos tostados por el sol, la visión del tatuaje que mi cobardía impide tener en mi propia piel.
Me gustan las jacarandas con sus flores lilas, la promesa de las mañanas cálidas, la pereza de las tardes color sepia.
Por alguna perversa razón, cuando ocurre todo esto, no puedo dejar de acordarme de las aulas universitarias, y aún más, de aquel inmenso, rotundo profesor a quien apodábamos "el gordo" (si, así de imaginativos éramos) que nos hablaba de la pertinencia de los cambios: pasar de mesa a masa, decía, era un cambio pertinente, una vocal que dotaba de todo un sentido nuevo a la palabra.
¿Así serán las relaciones?, ¿cambiar de escenario, de persona, nos hace entrar a una nueva dimensión semántica?, ¿somos también la suma de quienes nos acompañan y a quienes acompañamos?
Ah... la pertinencia, amor mío. Pienso tanto en eso porque quizá pienso también mucho en tí, en lo que somos y no somos, en lo que pudimos y no seremos; en que somos una vocal en dos palabras distintas, y por lo tanto, lo único que nos cobija es que casi contamos con las mismas letras, pero designamos cosas totalmente diferentes.
Odiamos la idea de ser sustituidos, pero nos encanta sustituir a quien nos hirió. Levantamos los hombros, desdeñamos al amante pasado y nos refugiamos en ese mantra que todos los ardidos del mundo hemos dicho alguna vez: "un clavo saca a otro clavo".
Nos esforzamos en que todo parezca natural, tranquilo, liviano. A veces miramos una sombra de la otra palabra, a la que dotamos de un sentido distinto con nuestra pertinencia, para negar con la cabeza y negar el pasado.
Por eso me gusta la primavera, porque todo parece que se renueva. Y siempre nos sorprende la misma visión de las jacarandas, como si no hubieran estado, desnudas en su tronco, frente a nuestros ojos durante todo un invierno, cuando paseábamos por las calles, defendiéndonos del frío.

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