jueves, 27 de mayo de 2010

la batalla de la nostalgia

En lo que valgan mis palabras (un quintal de café, una ficha de dominó, la envoltura de chocolate que envejece en el fondo del saco, el billete que quedó guardado en un libro), te digo que te extraño.
Echar de menos es notar la ausencia. Ver alterada una rutina donde antes determinadas palabras usaban un confiable mapa para llegar a tus oídos, y ahora, forman montoncitos que brillan bajo luz.
Perder el destino implica también perder la prisa.
Confieso que en las noches de insomnio, cuando el corazón me traiciona, escribo largas cartas de amor sin destinatario, poseída por una nostalgia que se filtra y humedece la imaginación; donde hago cábalas sobre una ofensa real o imaginaria, de haber dicho de más...
La nostalgia puede doler, incluso físicamente. Notamos el peso de la espina que nos hace concientes de nuestros pasos. Y a pesar de toda esta carga, prevalece también una certeza: el silencio se paga con el silencio; y el desapego se paga con el olvido.

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