viernes, 7 de mayo de 2010

Cuando las palabras se quedan cortas

Es un lugar común decir que la muerte llega sin avisar. Nos trastoca. Se nos va el aliento mientras nos preguntamos, no cómo seguir adelante, sino cómo es posible que el mundo siga adelante, ocupado en sus cotidianidades.
Nos atrevemos a bromear sobre el tema cuando lo vemos lejano, y tocamos disimuladamente madera para mantenerlo así. Como mi tía Magdalena, que dice que a lo largo de su novenario, va a dejar instrucciones precisas para que haya tortas para la concurrencia; y cada día serán de un ingrediente distinto.
Sonreímos, claro que sonreímos porque nos lo dice una mujer a la que adoro, y que apenas pinta canas. Pero pienso en todos los funerales tristísimos a los que he asistido y donde siempre me sorprendo diciendo las mismas frases huecas de "¿qué hay? Pues nada... aquí", "así es la vida", "nos salvamos del rayo pero no de la raya", "no lo puedo creer, si se veía tan bien".
En ese momento, además, entiendo que hay cosas que de verdad no podemos expresar con palabras, porque ningún tono será lo suficientemente piadoso para consolarnos; y en algunos casos, es hasta contraproducente, como el funeral de mi tío Fidencio, donde todos estábamos sumidos en nuestro dolor personal, hasta que se apersonó un cura y empezó con aquello de "Estamos todos reunidos", con el tono de Ministerio Público donde seguro labora... Nomás faltaba que dijera "Corriendo el día tal de los corrientes, se apersonó el ciudadano, que clama tener domicilio en esta localidad".
Quizá ante el dolor... lo único que nos queda es el esperanto del abrazo.

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