jueves, 3 de diciembre de 2009

Ser haragán y no morir en el intento

Estaba yo tiradota en el sofá disfrutando -y ejerciendo- el deporte nacional: quejarme.
Había razones de sobra para ello, bueno en el D.F. siempre hay razones para ello, pero ahora era mucho más particular: el día anterior había caído en las garras de un desaprensivo maestro de spinning que gritaba con el mayor gozo "vamos, ahora estamos subiendo la montaña" mientras yo pensaba "tomo el autobús y los espero arriba".
Al día siguiente, sólo externaba el quejido que emitía todo mi cuerpo. Claro, esperaba también cierta dosis de compasión, pero en mi familia, en vez del consabido apapacho, optan por soltar datos del National Geographic para que tengas perspectiva de la vida. Claro, podría ser peor: podrían citar a la Sedesol, pero no tenemos presupuesto para hacer el despliegue similar al que hizo el Secretario que nos explicaba, con entusiasmo de televangelista, sobre la pobreza endémica del país. Y luego dicen que los del PAN no tienen sentido del humor.
En fin, que volviendo a mi dolor y el sofá, recibí una sola respuesta a mis plegarias de adelgazar comiendo chocolates: "Los músculos necesitan contraerse para trabajar", fue el críptico mensaje de mi padre. Y yo que me quejo de las galletitas chinas.
Así que... el conejito necesita saltar, los antílopes correr, todo en orden de tener músculos esbeltos que funcionen. Leopardo panzón seguro que no cazará y morirá de hambre (mi familia también es muy dramática y suele terminar todas las frases con "y te mueres"). Sospecho que ellos fueron los que hicieron las campañas pro salud que hemos atestiguado últimamente: "si comes demasiado, te puede dar un infarto (y te mueres)", "si no haces ejercicio, te sube el colesterol (y te mueres)", "El café es malo para la salud (y si lo compras en Starbucks, aparentemente, ¡también te mueres!)".
Así que como ser humano que soy, debo lidiar con el hecho de que ya no siendo un animalito silvestre, debo inventarme actividades varias que permitan la contracción de los músculos, aunque algunas son francamente ridículas.
Porque enfrentémoslo: tendernos sobre la espalda, para subir hombros y parte del tronco, unas 350 veces, y después volver a quedar tendidos y sin ganas de hacer nada, no es exactamente la actividad más entretenida, como tampoco lo es nadar en círculos hasta quedar agotados o correr en cintas que nos llevan exactamente a ningún sitio.
Después de hacer todo eso, lo único que dan ganas es derretir una barra de chocolate con un poco de leche caliente, y agregarle mucha crema batida y caramelo.
Claro que siempre hay opciones donde el ejercicio no es una opción sino la única forma de sobrevivir, como salir a la calle, y tratar de esquivar, caminando, coches, perros, niños, bicicletas, peseros, camiones, patrullas y otras faunas más agresivas que pululan en esta ciudad. Pero esas ya son medidas extremas que se toman cuando no hay más fe en la vida.
Claro, una tercera y última opción es quedarse tiradote en el sofá y decir, bueh... de algo hay que morir. Abrir un paquete de galletas doble chocolate y comerlas filosóficamente.

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