jueves, 4 de noviembre de 2010

Cartas desde el olvido

No tengo paciencia para aprender a amarte de nuevo. No importa cuán violento haya sido el vendaval, cuántas noche vele armas de deseo. Puedes constatar por tí mismo: ya no hay recuerdos. Puse cruces de cal para que no volvieran a instalarse, atraídos por el calor de la memoria o la imprudencia de una súbita llamada.
¿De verdad creías que podía ser como Penélope? No, amor mío. No estoy hecha de esa sustancia misteriosa que tiene sus cimientos en la fe para dar un salto a ciegas; escuchar los exhortos en las horas de duermevela para deshacer lo tejido el día previo, porque encontraremos la recompensa a esta virtud.
Tampoco comparto con Odiseo esa añoranza por el hogar. No amor mío. No eres Itaca: eres Naxos y yo tengo el corazón ingrato de Teseo...
Ay amor mío, tengo el corazón liviano porque ya me he quedado vacía de versos, ya no tengo besos escondidos en los labios, ni urgencia por tí.
¿Todavía dudas que me pueda ir, con pesar, pero sin volver la vista atrás?, ¿Desconfías porque escuchas estas palabras? Cuán equivocados podemos estar: las cartas desde el olvido sólo se reciben una vez, y no hay remitente a quién contestar...

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